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viernes, 3 de abril de 2020

Virus de Dolores

Hoy es Viernes de Dolores, pero este año prefiero denominarlo Virus de Dolores. La tradición católica popular conmemora en esta jornada los sufrimientos de la Virgen María durante los días que precedieron a la muerte de Jesús. En realidad, la celebración litúrgica de la Virgen de los Dolores es el 15 de septiembre, pero la huella popular se mantiene en el viernes que precede al Domingo de Ramos. Este año no es necesario organizar ninguna procesión callejera (por otra parte, prohibidas por el estado de alarma) para recordar el sufrimiento de María porque la Madre está sufriendo por y con los muchos hijos e hijas que en las últimas semanas están siendo víctimas directas (en España hay ya más de 10.000 muertos contabilizados; en Italia, cerca de 14.000) o indirectas del coronavirus. Yo mismo recibí ayer la noticia de la muerte de una prima segunda, pocos años más joven que yo. El dolor aumenta de día en día. 

Está bien que algunas personas se esfuercen por ver la cara positiva de la crisis y hagan campañas de resistencia, pero eso no elimina el impacto de la realidad. La fe cristiana nunca esconde el dolor ni pasa de puntillas sobre él. Nosotros seguimos a un Crucificado y buscamos consuelo en una Madre que, entre sus muchas advocaciones, tiene una que la hace muy cercana en este tiempo de sufrimiento: Virgen de los Dolores. Igual que estuvo de pie junto a la cruz de su hijo Jesús, hoy está al lado de los ancianos que mueren solos en las residencias de mayores o a los enfermos que luchan por sobrevivir en las UCI de los hospitales conectados a un respirador artificial.

Sí, este año vivimos un verdadero Virus de Dolores. No hay por qué negarlo. Como nos recuerda el psiquiatra español José Miguel Gaona en el vídeo que acompaña la entrada de hoy, la adherencia a la realidad es la condición necesaria para cualquier superación. Es probable que los gobiernos maquillen la crudeza de los hechos a base de frías (e inexactas) estadísticas o que se refugien en las opiniones de los científicos (los nuevos gurús en tiempos de crisis) para tomar decisiones controvertidas. Es admirable, por otra parte, que algunas personas de buena voluntad pongan en marcha campañas solidarias o inventen formas hermosas de entretenimiento. Pero nada de esto elimina el golpe duro de la realidad. Leo que una mujer que ha perdido a su padre, rota de dolor, ha gritado en uno de los cementerios de Madrid: “Dios no existe y nunca ha existido”. Siento escalofríos, pero entiendo su desesperación. 

Frente a este Virus de Dolores, María nos enseña que el dolor y la muerte, por destructivos que sean, no constituyen la última palabra. El dolor de María es intenso, profundo, pero no desesperado. Sus palabras son otras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Este canto no proviene de un corazón frívolo, superficial e inconsciente, sino de una madre que ha sido testigo del sufrimiento y de la muerte cruel de su hijo y que, sin embargo, no ha perdido la fe en Dios. Por eso, saben a verdad y transmiten una confianza absoluta en el amor incondicional de nuestro Padre.

Me vienen ahora a la mente dos estrofas de una canción religiosa titulada Madre de la esperanza. Son palabras antiguas que hoy adquieren una gran actualidad. La primera estrofa se refiere a la experiencia del Viernes Santo: “Viviste con la cruz de la esperanza / tensando en el amor la larga espera. / Y nosotros buscamos con los hombres / el nuevo amanecer de nuestra tierra”. La segunda evoca, más bien, la espera del Sábado Santo: “Esperaste cuando todos vacilaban / el triunfo de Jesús sobre la muerte. / Y nosotros esperamos que su vida, / anime nuestro mundo para siempre”. También nosotros queremos esperar cuando muchos vacilan. También nosotros, hijos de una Madre dolorosa, esperamos que la vida de Jesús se inyecte en nuestras venas y nos contagie el triunfo de su resurrección. Con esta esperanza afrontamos los próximos días. 

La Semana Santa de este año será extremadamente sobria en sus expresiones litúrgicas. Para muchos, ni siquiera existirá la posibilidad de participar en las celebraciones. Pero quizá nunca como este año vamos a comprender qué significa morir por amor. Jesús sigue muriendo en los miles de hombres y mujeres –la mayoría ancianos– cuyas vidas son segadas por el Covid-19. Aunque en muchos casos no cuenten con la presencia cercana de ningún ser querido, la Virgen dolorosa va a estar de pie junto a la cruz de sus lechos de muerte como estuvo junto a la cruz de su hijo Jesús. Esta presencia mariana nos llena de consuelo y esperanza.



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