El sábado por la tarde participé en la ordenación de siete diáconos: seis casados y uno célibe. La celebración tuvo lugar en la basílica-catedral de san Juan de Letrán. Hacía una tarde lluviosa y soplaba un viento fuerte. Presidió el Cardenal Vicario para la diócesis de Roma Angelo De Donatis. La ceremonia duró un par de
horas. No tendría que haberme emocionado porque he participado en muchas
ordenaciones diaconales y presbiterales a lo largo de mi vida, pero esta vez
sucedió algo distinto. En el momento de la vestición, se acercaron a los seis diáconos
casados sus respectivas esposas llevando en brazos la estola diaconal y la dalmática.
Ayudadas por un diácono auxiliar, vistieron a sus maridos con los ornamentos litúrgicos
de los diáconos. Ese momento, mientras el coro cantaba Tu sarai profeta, hizo que se me humedecieran los ojos. Yo solo conocía
a uno de los diáconos (Alessandro), un profesional que debe de tener en torno a
60 años. Lo vi muy emocionado, lo mismo que a su esposa y a su hija.
Después de cuatro años de preparación, Alessandro quiere consagrarse al
servicio del Señor y de la Iglesia a través del ministerio diaconal. El anuncio
de la Palabra y la atención a los más pobres serán sus prioridades principales.
Cuando el Cardenal Vicario le entregó el libro de los evangelios, le dirigió
estas palabras: “Recibe el Evangelio de
Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees,
enseñar lo que crees, y vivir lo que enseñas”.
Yo valoro mucho el don
del celibato unido al don del ministerio ordenado. Creo que ambos son una
extraordinaria fuente de fecundidad. Pero valoro también el ministerio de
aquellos que integran en un solo proyecto existencial su vocación diaconal y
matrimonial. El ministerio es único, pero se puede expresar de maneras muy
diversas. Cada una de ellas acentúa algún aspecto que ayuda a enriquecer la
vida de la Iglesia. Me resultó emotivo el contraste entre los seis diáconos
casados que recibían los ornamentos de sus esposas y el del único diácono célibe
que lo recibía de su madre anciana. Pensé que una Iglesia que reconoce la
pluralidad de carismas es una Iglesia mejor preparada para responder a los muchos
desafíos que hoy nos presenta la evangelización. Creo que los diáconos casados
pueden hacerse cargo de la compleja situación por la que hoy atraviesan muchos
matrimonios, de los cambios que están experimentando las familias, de la
belleza y de la dificultad que implica hoy vivir un proyecto de vida matrimonial
y familiar. Creo que, aunque ha tenido una implantación muy desigual en las
distintas iglesias, mereció la pena la restauración del diaconado permanente (y
no solo como un paso hacia el presbiterado) que propuso el Vaticano II.
El documento
final del Sínodo Panamazónico aborda la cuestión del ministerio
ordenado y el celibato en el marco del derecho de la comunidad a la celebración
eucarística y de la necesidad de presentar una Iglesia con rostro amazónico. Después de reconocer el valor del celibato, hace la siguiente
propuesta: “Considerando que la legítima
diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la
manifiesta y sirve (LG 13; OE 6) lo que da testimonio de la pluralidad de ritos
y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de
parte de la autoridad competente, en el marco de la Lumen Gentium 26, de
ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan
un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el
presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para
sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la
Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la
región amazónica. A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje
universal del tema” (n. 111). No sé en qué dirección apuntará el Sínodo de
la Iglesia alemana, pero intuyo que van a llegar a la mesa del papa Francisco varias
propuestas de este tipo. Personalmente, pienso que es un asunto que se debe afrontar
sin miedo. No creo que este paso –como algunos dicen– resuelva el problema de
la escasez de vocaciones sacerdotales en algunas regiones del mundo y mucho
menos el gravísimo problema de la pederastia. Ninguno de los dos está asociado
al celibato. De hecho, en las iglesias protestantes hay ministros casados y,
sin embargo, la crisis vocacional es mucho más fuerte que en la Iglesia católica.
No se trata de
dar pasos para resolver problemas, sino para expresar las muchas posibilidades
que el ministerio tiene en orden a servir mejor al pueblo de Dios en
condiciones tan cambiantes como las actuales. La escasez de vocaciones al ministerio
ordenado no está relacionada tanto con el celibato (aunque en algunas casos
pueda tener un influjo claro), cuanto con la fe. Solo en comunidades que viven su
vocación cristiana pueden madurar las diversas vocaciones, aunque no faltan
casos en los que el Señor llama a algunos en contextos en los que uno jamás
hubiera imaginado que pudieran surgir vocaciones al ministerio ordenado. La
entrada de hoy es fruto de la emoción vivida el sábado por la tarde y de la
reflexión que uno va haciendo mientras va de camino.
Algo que desconozco son las diferencias más importantes entre diáconos y sacerdotes. ¿Los diáconos no pueden administrar sacramentos?
ResponderEliminarCuándo se propone q haya sacerdotes casados ¿se quiere decir que primero es el matrimonio y q llegado un momento tras preparacion tipo seminario, se podrán ordenar?
Gracias
Te respondo en privado por correo electrónico.
EliminarEn la ordenacion de hombres casados, veo vocación y entrega del hombre, pero también una vocación de la mujer que queda un poco escondida, aceptando la entrega de su marido y que le comporta compartir y colaborar con él.
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