sábado, 16 de noviembre de 2019

Saltan las alarmas

El próximo mes de enero tengo que viajar a Chile durante un par de semanas. Algunos amigos me han dicho que es muy arriesgado viajar a ese país austral en las actuales circunstancias. Las protestas se han generalizado y no se sabe cuánto durarán. Aunque, en general, han sido pacíficas, no han faltado los actos de violencia y vandalismo, incluyendo la profanación y quema de iglesias al grito de “La iglesia que más ilumina es la iglesia que arde”. Ha habido también –y esto es, sin duda, lo más grave– varios muertos. Lo que está pasando en Chile no es un hecho aislado. Situaciones parecidas –aunque por motivos muy diversos– se viven en Bolivia, Colombia, Venezuela, Haití, Nicaragua, Francia (“chalecos amarillos”), España (manifestaciones y revueltas en Cataluña), Reino Unido (manifestaciones contra el Brexit), Hong Kong, LíbanoEs como si de repente se hubiera abierto la caja de Pandora con la ayuda inestimable de las redes sociales como nuevos instrumentos de animación y coordinación.

Se han encendido demasiadas luces rojas en varios lugares del mundo casi simultáneamente. Han saltado las alarmas. Es probable que a muchos les hayan sorprendido estas coincidencias o que las interpreten como una especie de conspiración mundial. Para quienes investigan los movimientos sociales, no ha habido demasiadas sorpresas. Tarde o temprano tenía que producirse un estallido de este tipo. La crisis de 2008 ha significado en muchos lugares una reducción significativa de la clase media, un aumento considerable de los pobres y, por paradójico que resulte, también de los supermillonarios. Las medidas cosméticas solo han servido para maquillar un poco la situación, pero no para resolverla. Por otra parte, algunos regímenes totalitarios mantienen a la población subyugada. ¿Cuánto tiempo puede resistir una sociedad sin levantar la voz?

La emergencia social va acompañada por un gran descrédito de las instituciones y, de manera particular, de los partidos políticos, que no han sabido interpretar las demandas sociales y darles curso. No es nada extraño que, además de estas grandes protestas populares, hayan crecido los partidos populistas de extrema derecha y que mucha gente los haya votado en países tan distintos como Brasil, Italia, Francia, Alemania o España. Canalizan la indignación de quienes no ven que los partidos tradicionales ofrezcan alternativas eficaces a los problemas que vivimos, por más que las soluciones que ellos (estos nuevos partidos radicales) proponen sean en muchos casos simplistas, xenófobas o simplemente irrealizables.

En este contexto, desde el principio de su pontificado, el papa Francisco ha levantado su voz contra un sistema neoliberal que crea riqueza pero deja fuera a sectores cada vez mayores de la sociedad. Algunas de sus palabras han pasado a formar parte del vocabulario común: descarte, en salida, primerear… Es verdad que ha sido acusado de peronista, comunista, populista y otras lindezas. Quizás algunas de sus intervenciones han tenido ese tono, pero el fondo de la cuestión es muy claro y su motivación todavía más. Mientras no haya una justa distribución de la riqueza, mientras no se combata a cara descubierta la injustica sistémica, mientras los ciudadanos no sean más respetados y escuchados, primero habrá revueltas (a modo de fumarolas que alivian un poco la energía reprimida de este inmenso volcán que es nuestra sociedad), pero puede venir luego una etapa de estallidos abiertos y aun de confrontaciones bélicas. Las alarmas han saltado. ¿Seremos capaces de interpretar las causas de lo que está sucediendo (no solo los síntomas) y de reaccionar a tiempo? ¿O nos limitaremos a creer ingenuamente que el temporal pasará y que pronto vendrá la calma?

No le corresponde a la Iglesia proporcionar las soluciones técnicas (políticas y económicas) a esta emergencia mundial, pero sí ofrecer un horizonte de sentido, denunciar las causas que generan la desigualdad y estar muy cerca de quienes más padecen las consecuencias de un sistema injusto. Es verdad que la voz y los gestos del papa Francisco son valientes, nítidos y constantes, pero es igualmente verdad que muchos sectores de la Iglesia –empezando por algunos eclesiásticos de renombre– no acaban de secundarla por diversos motivos. Temen que la Iglesia se escore demasiado hacia la izquierda o que sea manipulada por algunos movimientos sociales y partidos políticos. No dudo de que sea necesario introducir muchos matices de acuerdo a la particular situación de cada país, pero me parece que la orientación general es clara. 

Debemos caminar hacia un tipo de sociedad más sostenible, justa y democrática. Muchas de las instituciones que nacieron en los siglos XIX y XX (incluida la ONU) necesitan una urgente renovación. El mundo del siglo XXI es muy distinto del que surgió tras la Segunda Guerra Mundial. Si no hay un fuerte compromiso institucional por liderar el cambio social, por abrir nuevos cauces de participación ciudadana, las alarmas de hoy se convertirán en prolegómenos de un planeta insostenible. Quienes creemos en Jesús sabemos que él vino a hacer “todo nuevo”, no nos conformamos con el sistema presente, aspiramos a construir un mundo más fraterno que sea reflejo del Dios Padre en quien creemos. A Jesús le costó la vida luchar por este “mundo nuevo”. Sus seguidores no correremos mejor suerte si nos tomamos las cosas en serio. 

Hoy precisamente se cumplen 30 años del asesinato de los llamados “mártires de la UCA” en San Salvador. Con el paso del tiempo comprendemos mejor la fuerza de su testimonio profético en tiempos tan convulsos como los que vivió hace décadas El Salvador. Su lucidez y valentía son un estímulo para los cristianos de hoy.




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