martes, 5 de noviembre de 2019

En todo caridad


Comencé anoche a ver el debate de los cinco principales candidatos que concurren a las elecciones generales de España el próximo domingo, pero la hora tardía y la impresión de que era más un espectáculo televisivo (con adoquín incluido) que un auténtico debate me llevaron a la cama antes de lo previsto. Esta mañana he ojeado a toda prisa los periódicos digitales. Como es natural, todos hablan de lo sucedido anoche y lo enjuician de manera diversa. Hasta aquí se sigue el guion previsible. Lo que me sorprende es que en las encuestas populares, el ganador haya sido claramente el candidato de Vox. Sus seguidores han sabido moverse con velocidad en las redes. Más allá del debate y de las elecciones, la cuestión que me da vueltas es cómo nos preparamos para vivir en sociedades abiertas y plurales. 

No es solo una cuestión política. No se resuelve solo votando, como algunos piensan. Se trata de un asunto cultural. Hay culturas monolíticas que no toleran la diversidad. La ven siempre como una amenaza. Hay otras, por el contrario, que saben sacarle partido. Mi impresión es que España, a pesar de que goza de una extraordinaria diversidad paisajística, cultural, lingüística, etc., todavía no ha aprendido a aprovechar esta riqueza para un gran proyecto de convivencia en el marco de la Unión Europea. Por eso, creo que esta educación para la diversidad debería formar parte de los diversos itinerarios educativos. Esto implica un conocimiento más objetivo de la historia común, el manejo de varias lenguas, la posibilidad de estudiar con facilidad en distintos lugares del país (una especie de Erasmus interno) y, sobre todo, la adquisición de actitudes y destrezas para la convivencia intercultural.

Temo a las personas que quieren resolver problemas complejos a base de golpes autoritarios. Cada vez que, ante asuntos serios, oigo a alguien decir eso de “Esto lo solucionaría yo en dos días”, me echo a temblar. Por lo general, se trata de personas con poca experiencia de gestión. Confunden sus emociones con las soluciones. Se niegan a aceptar que la vida es compleja, no saben convivir con la diversidad, pierden fácilmente los papeles. Por eso, necesitamos un tipo de educación que nos ayude a abrazar la complejidad y que nos prepare para sentarnos juntos, hacer un buen diagnóstico de lo que está pasando (sin trincheras innecesarias), discernir los caminos de futuro y asumir los compromisos que se deriven. 

Desde hace muchos años vivo en comunidades multiculturales. Creo saber de qué estoy hablando. La actual está formada por 28 claretianos provenientes de 15 países diversos: India (6), España (6), Argentina (2), Sri Lanka (2), Camerún (2); y uno de cada uno de los siguientes países: Haití, Portugal, Kenia, Colombia, Nigeria, Japón, Polonia, Filipinas, Congo y Honduras. Aunque el italiano es la lengua oficial de la comunidad, se habla mucho en inglés, español y francés. No se hunde el mundo por eso. Hay diversas culturas gastronómicas, estilos litúrgicos, tipos de humor, etc. No es lo mismo provenir de una cultura más bien corporativista (como la del Japón) que de otra muy individualista (como la de los países anglosajones). ¿Cómo se hace para vivir la siempre invocada “unidad en la diversidad”? Creo que aplicando el principio atribuido erróneamente a san Agustín: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. O sea: “En las cosas necesarias, unidad; libertad en las cosas dudosas; en todo, caridad”.

Es imposible vivir en sociedades plurales sin concordar en algunas cosas “necesarias” respetadas por todos con lealtad, sin permanentes cuestionamientos y sin poner palos en la rueda. Por lo general, en los países democráticos, esta regla necesaria es la Constitución que regula la vida política. Para las cosas dudosas u opinables hay que crear un marco amplio de libertad. No se puede estar regulando todo, como hacen los estados totalitarios. La libertad de expresión, asociación, mercado, etc. es esencial. Y siempre es necesaria una actitud de respeto, amor mutuo y tolerancia. Por encima de las discrepancias ideológicas, los seres humanos somos todos iguales, dignos de respeto y cuidado. No se puede excluir a nadie por motivos ideológicos, étnicos, religiosos, sexuales, etc. El lenguaje que abusa de “los nuestros”  y “los otros” prepara el terreno para todo tipo de enfrentamientos y conflictos, incluyendo los violentos. 

Cuando pienso en la situación de mi país desde este principio clásico, caigo en la cuenta de que hay muchas cosas que mejorar, de que hay mucho campo de juego. No acabo de encontrar a políticos con las ideas claras, con honradez suficiente para llevarlas a cabo y con ánimo generoso para involucrar al mayor número de personas en esta empresa colectiva. Me producen tristeza y vergüenza las manifestaciones de algunos jóvenes violentos en Barcelona y la actitud hostil e irrespetuosa hacia las autoridades del estado de un sector de la población. Aborrezco los planteamientos sectarios de algunos periódicos y televisiones de signo diverso. Me parece muy peligroso un uso torticero de la “memoria histórica”. Desconfío de quienes dedican más tiempo a hablar mal de los otros que a hacer propuestas que generen confianza y ganas de crecer. Echo de menos personas e instituciones con altura de miras, no condicionadas por intereses espurios y con ganas de servir a las personas. La Iglesia podría ser una de ellas, pero no acaba de encontrar su sitio en esta compleja partitura. En algunos casos, se ha inclinado demasiado hacia una parte olvidando la otra, renunciando a ser espacio inclusivo de comunión. Tiene todavía demasiado plomo en las alas. Es la hora de los hombres y mujeres libres, arriesgados y solidarios.


1 comentario:

  1. Gran entrada. Estoy muy de acuerdo con lo aquí expresado magistralmente por Gonzalo.

    La idea de reforzar la interculturalidad, incluso dentro de nuestro propio país me resulta muy interesante y sospecho que a más de una persona le vendría muy bien moverse por otras comunidades. Creo que en este sentido, al igual que se promueven programas de intercambio internacionales, el Estado y los entes autonómicos deberían facilitar y promover estudiar y hacer prácticas en al menos dos o tres provincias españolas.

    A nivel político, España se encuentra en la eterna contradicción. ¿Necesitamos un cambio de normas sociales y culturales para tener mejores políticos? o ¿necesitamos buenos líderes que impulsen el cambio social para una sociedad más cohesionada y evolucionada?.

    Respecto a la cuestión de la Iglesia, un lavado de cara se antoja fundamental. Creo que es hora de más reflexión, debate y apertura al cambio. órganos como think tanks, comisiones independientes, se antojan fundamentales en este aspecto.

    PD: Qué riqueza y fortuna poder convivir en una comunidad como en la que vives.

    Pablo Melero Vallejo.

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