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lunes, 25 de noviembre de 2019

Diáconos con mujer e hijos

El sábado por la tarde participé en la ordenación de siete diáconos: seis casados y uno célibe. La celebración tuvo lugar en la basílica-catedral de san Juan de Letrán. Hacía una tarde lluviosa y soplaba un viento fuerte. Presidió el Cardenal Vicario para la diócesis de Roma Angelo De Donatis. La ceremonia duró un par de horas. No tendría que haberme emocionado porque he participado en muchas ordenaciones diaconales y presbiterales a lo largo de mi vida, pero esta vez sucedió algo distinto. En el momento de la vestición, se acercaron a los seis diáconos casados sus respectivas esposas llevando en brazos la estola diaconal y la dalmática. Ayudadas por un diácono auxiliar, vistieron a sus maridos con los ornamentos litúrgicos de los diáconos. Ese momento, mientras el coro cantaba Tu sarai profeta, hizo que se me humedecieran los ojos. Yo solo conocía a uno de los diáconos (Alessandro), un profesional que debe de tener en torno a 60 años. Lo vi muy emocionado, lo mismo que a su esposa y a su hija. Después de cuatro años de preparación, Alessandro quiere consagrarse al servicio del Señor y de la Iglesia a través del ministerio diaconal. El anuncio de la Palabra y la atención a los más pobres serán sus prioridades principales. Cuando el Cardenal Vicario le entregó el libro de los evangelios, le dirigió estas palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees, y vivir lo que enseñas”.

Yo valoro mucho el don del celibato unido al don del ministerio ordenado. Creo que ambos son una extraordinaria fuente de fecundidad. Pero valoro también el ministerio de aquellos que integran en un solo proyecto existencial su vocación diaconal y matrimonial. El ministerio es único, pero se puede expresar de maneras muy diversas. Cada una de ellas acentúa algún aspecto que ayuda a enriquecer la vida de la Iglesia. Me resultó emotivo el contraste entre los seis diáconos casados que recibían los ornamentos de sus esposas y el del único diácono célibe que lo recibía de su madre anciana. Pensé que una Iglesia que reconoce la pluralidad de carismas es una Iglesia mejor preparada para responder a los muchos desafíos que hoy nos presenta la evangelización. Creo que los diáconos casados pueden hacerse cargo de la compleja situación por la que hoy atraviesan muchos matrimonios, de los cambios que están experimentando las familias, de la belleza y de la dificultad que implica hoy vivir un proyecto de vida matrimonial y familiar. Creo que, aunque ha tenido una implantación muy desigual en las distintas iglesias, mereció la pena la restauración del diaconado permanente (y no solo como un paso hacia el presbiterado) que propuso el Vaticano II.

El documento final del Sínodo Panamazónico aborda la cuestión del ministerio ordenado y el celibato en el marco del derecho de la comunidad a la celebración eucarística y de la necesidad de presentar una Iglesia con rostro amazónico. Después de reconocer el valor del celibato, hace la siguiente propuesta: “Considerando que la legítima diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve (LG 13; OE 6) lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente, en el marco de la Lumen Gentium 26, de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica. A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema” (n. 111). No sé en qué dirección apuntará el Sínodo de la Iglesia alemana, pero intuyo que van a llegar a la mesa del papa Francisco varias propuestas de este tipo. Personalmente, pienso que es un asunto que se debe afrontar sin miedo. No creo que este paso –como algunos dicen– resuelva el problema de la escasez de vocaciones sacerdotales en algunas regiones del mundo y mucho menos el gravísimo problema de la pederastia. Ninguno de los dos está asociado al celibato. De hecho, en las iglesias protestantes hay ministros casados y, sin embargo, la crisis vocacional es mucho más fuerte que en la Iglesia católica.

No se trata de dar pasos para resolver problemas, sino para expresar las muchas posibilidades que el ministerio tiene en orden a servir mejor al pueblo de Dios en condiciones tan cambiantes como las actuales. La escasez de vocaciones al ministerio ordenado no está relacionada tanto con el celibato (aunque en algunas casos pueda tener un influjo claro), cuanto con la fe. Solo en comunidades que viven su vocación cristiana pueden madurar las diversas vocaciones, aunque no faltan casos en los que el Señor llama a algunos en contextos en los que uno jamás hubiera imaginado que pudieran surgir vocaciones al ministerio ordenado. La entrada de hoy es fruto de la emoción vivida el sábado por la tarde y de la reflexión que uno va haciendo mientras va de camino.

3 comentarios:

  1. Algo que desconozco son las diferencias más importantes entre diáconos y sacerdotes. ¿Los diáconos no pueden administrar sacramentos?
    Cuándo se propone q haya sacerdotes casados ¿se quiere decir que primero es el matrimonio y q llegado un momento tras preparacion tipo seminario, se podrán ordenar?
    Gracias

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  2. En la ordenacion de hombres casados, veo vocación y entrega del hombre, pero también una vocación de la mujer que queda un poco escondida, aceptando la entrega de su marido y que le comporta compartir y colaborar con él.

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