Octubre llega cargado de acontecimientos. Lo empezamos con la memoria de santa Teresa
del Niño Jesús. Hoy comienza
también, por expreso deseo del papa Francisco, el Mes Misionero
Extraordinario bajo el lema “Bautizados y enviados. La Iglesia de
Cristo en misión por el mundo”. Tendremos ocasión de volver sobre este asunto
en los próximos días. Por si fuera poco, del 6 al 27 se celebrará en Roma el Sínodo
de los Obispos sobre “Amazonía:
Nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral”. Antes de
su inicio, ha dado ya mucho que hablar. Se desplaza el acento del tema central a
cuestiones como la posible ordenación sacerdotal de algunos hombres casados
para la atención de las comunidades amazónicas, etc. El presidente de Brasil ya ha
expresado su malestar por la celebración de un sínodo que considera una injerencia
de la Iglesia católica en asuntos que no le conciernen. Veremos qué nos deparan
las deliberaciones sinodales. Siguen los ecos de las manifestaciones
estudiantes contra el cambio climático. En España se espera un “octubre
caliente” por diversos acontecimientos relacionados con la justicia y la
política. En otros países (como Portugal o Argentina) habrá elecciones generales.
Yo me fijo hoy en
la pequeña Teresa. Transcribo un conocido texto tomado de su Autobiografía.
Creo que puede iluminarnos a la hora de saber cuál es nuestra misión en la Iglesia,
cómo podemos contribuir a construir el cuerpo de Cristo:
“Al contemplar el
cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de
los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien
verme en todos ellos. En la caridad descubrí el quicio de mi vocación. Entendí
que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que
en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la
Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor.
Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado”.
Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado”.
La pequeña Teresa
cae en la cuenta de que lo que de verdad construye el cuerpo de Cristo no es un
trabajo más o menos especializado, sino el amor que podemos en todo lo que hacemos.
Por eso, sin moverse de su convento, fue declarada por Pío XI en 1927, junto
con san Francisco Javier, “patrona
de las misiones”. Hay muchos laicos, hombres y mujeres, que a veces se
sienten incómodos porque desearían comprometerse más con la Iglesia y no saben
cómo hacerlo. Imaginan que ser misionero consiste en ir a un país lejano a
trabajar por los más pobres o, por lo menos, realizar alguna tarea de
compromiso fuera del hogar. No siempre es necesario ni oportuno. Lo que de
verdad necesita la Iglesia es contar con gente que haya descubierto el poder
revolucionario del amor y que, en las circunstancias normales, de la vida
exprese ese amor. ¿Cuántos millones de misioneros y misioneras hay? Pienso en
los padres y madres de familia que se desviven por cuidar a sus hijos y nietos,
en los trabajadores que realizan su tarea con competencia y delicadeza, en los
que tratan a la gente con amabilidad procurando siempre ayudar a quien más lo
necesita. La vida está llena de ocasiones en las cuales manifestar el amor que
hemos recibido de Dios. Ese es el verdadero corazón de la misión de la Iglesia.
Una joven francesa nos ayuda a descubrirlo.
RETIRO CON LOS AMIGOS DEL RINCON DE GUNDISALVUS
Hace unos días escribí sobre el retiro que he pensado organizar con los amigos de El Rincón de Gundisalvus. Ya hemos superado el número máximo de participantes que es 21. Si a lo largo de esta semana os animáis unos cuantos más, podríamos organizar dos tandas: una el fin de semana del 14 al 16 de febrero (ya anunciado) y otra el fin de semana anterior (del 7 al 9 de febrero). Los interesados en esta segunda tanda (primera en cuanto a fecha) podéis escribirme a esta dirección: gonfersa@hotmail.com. Buena semana.
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