Si dependiera solo de mí, abandonaría mi despacho y las reuniones intensivas del consejo que hoy comenzamos y me iría a coger setas en los bosques de mi tierra. Pero hace años
que este pasatiempo es más un sueño que una realidad porque el mes de octubre
es uno de los más ocupados del año. Los colores del otoño se reducen a los que veo en los parques de Roma. Es solo un ejemplo de la distancia que media
a menudo entre lo que quisiéramos hacer y lo que tenemos que hacer. No siempre coinciden
deseos y deberes, pero uno no puede estar permanentemente dividido. Si no nos reconciliamos
con lo que tenemos que hacer hasta encontrar un mínimo placer en ello, la vida
cotidiana se convierte en una carga insoportable. Hay personas que han aprendido a encontrar satisfacción en los pequeños detalles diarios; por eso, no son prisioneras de los deseos.
Hay un dicho que expresa bien este esfuerzo por adaptarnos a lo que hay: “Si no hace el tiempo que quieres, tienes que querer el tiempo que hace”. A primera vista, suena a claudicación. Si los grandes creadores hubieran seguido al pie de la letra este principio, no hubieran descubierto novedades. Pero, aunque parezca una invitación a resignarse, contiene una gran sabiduría. Solo cuando aceptamos la realidad como es y cargamos con su peso sin depositarlo en espaldas ajenas podemos intentar cambiarla. En esta línea, me sorprendió ayer un interesante artículo en el periódico italiano Corriere della Sera que hablaba de algunos hombres y mujeres que han cambiado el mundo sin hacer que los demás paguen la cuenta. En la lista aparecen nombres como los de Rosa Parks, Gandhi, Sohpie Scholl, Thich Quang Duc, Jan Palach y otros. Yo no metería a todos en el mismo saco, pero para la periodista Milana Gabanelli todos tienen en común el hecho de haberse sacrificado por unos ideales sin exigir a los demás que hicieran lo mismo.
Hay un dicho que expresa bien este esfuerzo por adaptarnos a lo que hay: “Si no hace el tiempo que quieres, tienes que querer el tiempo que hace”. A primera vista, suena a claudicación. Si los grandes creadores hubieran seguido al pie de la letra este principio, no hubieran descubierto novedades. Pero, aunque parezca una invitación a resignarse, contiene una gran sabiduría. Solo cuando aceptamos la realidad como es y cargamos con su peso sin depositarlo en espaldas ajenas podemos intentar cambiarla. En esta línea, me sorprendió ayer un interesante artículo en el periódico italiano Corriere della Sera que hablaba de algunos hombres y mujeres que han cambiado el mundo sin hacer que los demás paguen la cuenta. En la lista aparecen nombres como los de Rosa Parks, Gandhi, Sohpie Scholl, Thich Quang Duc, Jan Palach y otros. Yo no metería a todos en el mismo saco, pero para la periodista Milana Gabanelli todos tienen en común el hecho de haberse sacrificado por unos ideales sin exigir a los demás que hicieran lo mismo.
Hoy abundan las personas
que nos dicen lo que tenemos que hacer, pero no se ponen al frente. Son como
esos generales que mandan a los soldados a luchar mientras ellos –a diferencia de
Alejandro Magno o tantos héroes históricos que combatían en primera línea con
sus tropas– se quedan en los cuarteles para ahorrarse riesgos. O como esos políticos
que promulgan leyes para que las cumplan los demás. Y quizá también como
algunos hombres de Iglesia que predican pero no cumplen lo que dicen. Jesús denuncia
con claridad esta incoherencia hablando de los fariseos y escribas: “Entonces Jesús, dirigiéndose a la multitud
y a sus discípulos, dijo: —En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados
y los fariseos. Lo que os digan ponedlo por obra, pero no los imitéis; pues
dicen y no hacen. Lían fardos pesados, difíciles de llevar, y se los cargan en
la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo” (Mt
23,1-4). Por todas partes nos dicen lo que tenemos que hacer. Como he señalado
varias veces en este blog, me sorprende
–y me agota– el nuevo género literario puesto de moda por los periódicos en los
últimos años. Abundan los artículos en los que se nos dice “lo que tenemos que
hacer”, “lo que hacemos mal” o “lo que no tenemos que hacer de ninguna manera”.
Para darle un tono más didáctico, siempre se añade algún número. El último artículo
que he leído lleva este larguísimo título: “Nueve
errores que prueban que los españoles no sabemos ni preparar ni tomar café”.
Menudean las tonterías de este estilo: “6
cosas que todos tenemos que hacer al cumplir los 30”; “6
cosas que debes dejar de hacer para tener más éxito”; “8
cosas que las parejas felices no hacen”, “Cinco errores que cometemos al reciclar”, “Diez errores que estropean tu sabroso pescado a la plancha”...
Lo que más ayuda
a cambiar las cosas no es sermonear a los demás diciéndoles “lo que tienen que
hacer” (aunque a veces pueda ser conveniente y hasta necesario), sino asumir
las propias responsabilidades y cargar con sus consecuencias. Es fácil pedir a
otros lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer, pero esto no lleva a
ninguna parte. Las personas más transformadoras son las que hablan poco y hacen
mucho. Pablo VI solía decir que el mundo de hoy no necesita tanto maestros cuanto testigos. También la gente está dispuesta a escuchar a los maestros si se esfuerzan por poner en práctica lo que enseñan. Estamos tan hartos de la palabrería política, periodística y eclesiástica que agradecemos toparnos con personas que hablan con las obras que hacen.
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