¿Qué hacer cuando dos personas, dos familias, dos grupos, dos comunidades o dos países están enfrentados y no logran reconciliarse? Ayer aprendimos que, en el peor de los
casos, siempre
podemos orar. Al fin y al cabo, el perdón es un don que recibimos de
Dios. Debemos pedirlo sin desfallecer. Eso no significa, sin embargo, que debamos permanecer
pasivos. Hay una antigua enseñanza bíblica que podemos denominar “el método rîb”.
La palabra “rîb” en hebreo significa acusar.
Según este método, el acusador confronta
al acusado con el objetivo de
restablecer la relación lesionada. El objetivo no es echar la culpa al otro o
demostrar la propia inocencia. Lo que se busca es caer en la cuenta de que el
mal siempre genera mal. El método propicia un curioso diálogo a dos entre el ofendido
y el ofensor, o entre el acusado y el acusador. Aquí, el verbo acusar o el sustantivo acusador no tienen un significado negativo. El acusador no condena al acusado porque en el método rîb no se pretende
realizar un juicio en sentido estricto. La base es siempre el amor a la otra persona. Cuando acusamos con amor, es más fácil
perdonar. El amor por la persona que ha obrado mal (cf. Mt 5, 44) nos ayuda a
realizar una acusación liberadora. Esta
acusación es una confrontación
amorosa, un diálogo sincero, en el que se ofrece el perdón incluso antes de que
el acusado admita su error. La confrontación tiene como objetivo usar todos los
medios posibles para convencer al transgresor de que admita responsable y
libremente su error, a fin de buscar la reconciliación y la paz auténticas.
Para muchas personas
es casi imposible practicar esta confrontación amorosa, este diálogo sanador.
Les produce inseguridad y miedo. Se
requiere mucha humildad y un gran deseo de buscar la verdad, nunca el ajuste de
cuentas o la venganza. El punto de partida es una sencilla pregunta: “¿Realmente veo las cosas con claridad o
estoy actuando a partir de percepciones confusas o incluso de prejuicios?”.
Esta pregunta es esencial para purificar nuestros puntos de vista,
siempre contaminados por emociones intensas y por deseos de una revancha que consideramos
justa y necesaria. El método exige también que las dos partes se involucren a
fondo, asuman el protagonismo. Se excluye absolutamente la participación de un
tercero, lo que se suele conocer como mediador. El acusador tiene que esforzarse por todos los medios posibles,
utilizando diferentes habilidades de comunicación, por ayudar al acusado a caer en la cuenta de su
actuación negativa, pero siempre en vistas a la reconciliación, nunca a la
humillación y menos a la venganza. Un
ejemplo clásico es la estrategia utilizada por el profeta Natán en su
acercamiento a David (cf. 2 Sam. 12). Este método exige superar temores y
enfrentar los problemas tal como son. Esto es imposible sin desarrollar nuestra
capacidad de leer los signos de los tiempos, lo cual solo es posible a su vez si escuchamos la Palabra de Dios y practicamos el examen de nuestra
conciencia. Como es natural, en el método rîb pueden aparecer a menudo sentimientos
de vergüenza en la persona confrontada. Cuando se acepta con humildad la experiencia
de la vergüenza, crece la capacidad de mejora. A diferencia de la culpa, la
vergüenza puede conducir a un proceso de superación del mal y de crecimiento
personal.
Muchas cosas podrían
cambiar en la vida familiar y social si, en vez de arrojarnos piedras unos a
otros, aprendiéramos a sentarnos en torno a una mesa y tuviéramos el valor de acusar a la otra persona; es decir, de
ayudarle a caer en la cuenta del mal que ha producido, sin buscar falsas escapatorias.
Cuando esto se hace desde el odio, engendra un abismo mayor. Cuando se hace
desde un auténtico deseo de reconciliación, purificado a través del examen de
la propia conciencia, abre un camino de futuro. A la vista de los graves enfrentamientos
que estamos viviendo estos días en Cataluña y en otras partes del mundo, me he
preguntado qué pasaría si las partes afectadas (por ejemplo, el presidente del
gobierno central y el del gobierno catalán; un joven violento y un policía; un
ciudadano independentista y otro constitucionalista; un vecino nacido en
Cataluña y otro venido de fuera) practicaran este método rîb a pequeña y a gran
escala. Es muy posible que se generara otro clima, que el diálogo de sordos se
convirtiera en un deseo auténtico de buscar lo mejor para las personas, más allá
de prejuicios, sueños y quimeras. El método rîb se basa en algo sagrado: tanto el acusador como
el acusado son, por encima de otra consideración,
seres humanos. El hecho de que defiendan unos ideales políticos u otros, hablen
una lengua u otra, son elementos secundarios que nunca se pueden colocar al
mismo nivel que la sacralidad de la condición humana, del hecho de ser hombres o
mujeres dignos (hijos e hijas de Dios para quienes leemos la realidad con los
ojos de la fe).
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