No sé qué estaría pensando ayer el príncipe Carlos de Gales mientras seguía la ceremonia de canonización de cinco beatos en la plaza de San Pedro. Protegido por unas gafas de sol,
vestido de manera impecable, tal vez pensó que no había merecido la pena romper
con Roma como hizo su antepasado Enrique VIII. El sol de otoño que llenaba la
plaza de luz y calor era un símbolo de lo que se gana con la unidad. Casi siempre es preferible a la niebla y la lluvia de Gran Bretaña. Si
Mussolini dijo –en referencia a san Francisco de Asís– que “era el más santo de
los italianos y el más italiano de los santos”, tal vez el príncipe Carlos
pensó que John Henry Newman,
canonizado ayer por el papa Francisco, “era el más santo de los ingleses y el
más inglés de los santos”. No me atrevo a suscribir la primera parte de la
frase (hay santos de la puerta de al lado que pasan desapercibidos), pero concuerdo totalmente con la segunda. John Henry Newman fue un inglés por
los cuatro costados. El mismo príncipe Carlos lo reconoce en un artículo
que publicó hace unos días en el periódico L’Osservatore
Romano. Pero no solo eso. Fue un inglés universal, lo que resulta admirable en tiempos del Brexit. Entre otras cosas, el príncipe Carlos escribe: “Su
fe fue realmente católica y en ella abrazó todos los aspectos de la vida. En
ese mismo espíritu nosotros, seamos católicos o no, podemos en la tradición de
la Iglesia cristiana a través de las épocas, abrazar la única perspectiva, la
particular sabiduría y visión, traída a la experiencia universal por esta alma
individual”.
Vale la pena conocer
la biografía de este inglés excepcional, anglicano de nacimiento y católico por
convicción. Estos días se están publicando muchas reseñas y artículos sobre él.
Fue un auténtico inglés del siglo XIX. Baste recordar que nació en Londres
en 1801 y falleció en Edgbaston en 1890. Con casi 90 años recorrió
el siglo XIX de principio a fin. Tras su paso a la Iglesia católica en 1845, fue
nombrado cardenal por León XIII –otro hombre longevo– en 1879. Escogió como lema “Cor ad cor loquitur” (El corazón habla
al corazón). Y a fe que lo llevó a la práctica. Creía en la fuerza de la
amistad y del diálogo como caminos hacia la verdad. Su acercamiento a los
padres de la Iglesia –nota característica del movimiento
de Oxford, del que fue figura significativa– le hizo descubrir la
catolicidad como una nota esencial. Le abrió la mente y el corazón. En
realidad, no hay nada más progresista y renovador que un conocimiento profundo
de la tradición. Sin raíces, el desarrollo es pura ilusión. Precisamente porque
Newman estudió a fondo las raíces de la Iglesia, fue capaz de dialogar con la
cultura de su tiempo y superar su anglicanismo; es decir, la comprensión demasiado
estrecha, demasiado nacionalista, demasiado inglesa, de una fe que es por esencia católica,
universal.
Es probable que
el príncipe Carlos y el séquito que lo acompañaba (entre los que se encontraban
algunos obispos anglicanos) regresaran a Inglaterra con la convicción de que,
siguiendo el ejemplo luminoso de un inglés como Newman, ha llegado el tiempo de
ensanchar las fronteras y de vivir la comunión plena con la Iglesia católica. Ahora
que la política inglesa tiende a cerrarse (el Brexit es su expresión máxima),
la Iglesia puede dar un paso profético. De esta manera, superaría la simbiosis
con el reino político que tantos problemas le ha supuesto a la larga. Es probable que el papa
Francisco, por su parte, viendo a sus hermanos obispos anglicanos y, al otro
lado, un buen número de obispos indios de rito siro-malabar (una de las santas
canonizadas era una religiosa de Kerala), pensase que la Iglesia católica-universal
no tiene que ser solo romana, que puede vivir la unidad de la fe y la comunión
de la caridad en una saludable diversidad de expresiones que no mortifique los
rasgos de cada iglesia particular ni ponga en duda la unidad fundamental. Creo que si Newman viviera en el siglo XXI nos
empujaría en esa dirección. Él llevó el siglo XIX más allá de sí mismo, pero no
se le puede pedir que lo estirara hasta nuestro complejo tiempo.
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