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lunes, 14 de octubre de 2019

Newman, un santo muy inglés

No sé qué estaría pensando ayer el príncipe Carlos de Gales mientras seguía la ceremonia de canonización de cinco beatos en la plaza de San Pedro. Protegido por unas gafas de sol, vestido de manera impecable, tal vez pensó que no había merecido la pena romper con Roma como hizo su antepasado Enrique VIII. El sol de otoño que llenaba la plaza de luz y calor era un símbolo de lo que se gana con la unidad. Casi siempre es preferible a la niebla y la lluvia de Gran Bretaña. Si Mussolini dijo –en referencia a san Francisco de Asís– que “era el más santo de los italianos y el más italiano de los santos”, tal vez el príncipe Carlos pensó que John Henry Newman, canonizado ayer por el papa Francisco, “era el más santo de los ingleses y el más inglés de los santos”. No me atrevo a suscribir la primera parte de la frase (hay santos de la puerta de al lado que pasan desapercibidos), pero concuerdo totalmente con la segunda. John Henry Newman fue un inglés por los cuatro costados. El mismo príncipe Carlos lo reconoce en un artículo que publicó hace unos días en el periódico L’Osservatore Romano. Pero no solo eso. Fue un inglés universal, lo que resulta admirable en tiempos del Brexit. Entre otras cosas, el príncipe Carlos escribe: Su fe fue realmente católica y en ella abrazó todos los aspectos de la vida. En ese mismo espíritu nosotros, seamos católicos o no, podemos en la tradición de la Iglesia cristiana a través de las épocas, abrazar la única perspectiva, la particular sabiduría y visión, traída a la experiencia universal por esta alma individual”.

Vale la pena conocer la biografía de este inglés excepcional, anglicano de nacimiento y católico por convicción. Estos días se están publicando muchas reseñas y artículos sobre él. Fue un auténtico inglés del siglo XIX. Baste recordar que nació en Londres en 1801 y falleció en Edgbaston en 1890. Con casi 90 años recorrió el siglo XIX de principio a fin. Tras su paso a la Iglesia católica en 1845, fue nombrado cardenal por León XIII –otro hombre longevo– en 1879. Escogió como lema “Cor ad cor loquitur” (El corazón habla al corazón). Y a fe que lo llevó a la práctica. Creía en la fuerza de la amistad y del diálogo como caminos hacia la verdad. Su acercamiento a los padres de la Iglesia –nota característica del movimiento de Oxford, del que fue figura significativa– le hizo descubrir la catolicidad como una nota esencial. Le abrió la mente y el corazón. En realidad, no hay nada más progresista y renovador que un conocimiento profundo de la tradición. Sin raíces, el desarrollo es pura ilusión. Precisamente porque Newman estudió a fondo las raíces de la Iglesia, fue capaz de dialogar con la cultura de su tiempo y superar su anglicanismo; es decir, la comprensión demasiado estrecha, demasiado nacionalista, demasiado inglesa, de una fe que es por esencia católica, universal.

Es probable que el príncipe Carlos y el séquito que lo acompañaba (entre los que se encontraban algunos obispos anglicanos) regresaran a Inglaterra con la convicción de que, siguiendo el ejemplo luminoso de un inglés como Newman, ha llegado el tiempo de ensanchar las fronteras y de vivir la comunión plena con la Iglesia católica. Ahora que la política inglesa tiende a cerrarse (el Brexit es su expresión máxima), la Iglesia puede dar un paso profético. De esta manera, superaría la simbiosis con el reino político que tantos problemas le ha supuesto a la larga. Es probable que el papa Francisco, por su parte, viendo a sus hermanos obispos anglicanos y, al otro lado, un buen número de obispos indios de rito siro-malabar (una de las santas canonizadas era una religiosa de Kerala), pensase que la Iglesia católica-universal no tiene que ser solo romana, que puede vivir la unidad de la fe y la comunión de la caridad en una saludable diversidad de expresiones que no mortifique los rasgos de cada iglesia particular ni ponga en duda la unidad fundamental. Creo que si Newman viviera en el siglo XXI nos empujaría en esa dirección. Él llevó el siglo XIX más allá de sí mismo, pero no se le puede pedir que lo estirara hasta nuestro complejo tiempo.

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