En los últimos días he tenido la oportunidad de visitar la parroquia de San Miguel Arcángel y el Colegio Claretiano. Se trata de dos instituciones dirigidas por los Misioneros Claretianos. Ambas están enclavadas
en el distrito de
san Miguel de Lima, muy cerca del parque de las
Leyendas. Ambas son grandes. Acogen a miles de personas. En un tiempo
en el que reivindicamos la evangelización de las “distancias cortas”, pareciera
que estos “odres grandes” no son los más adecuados para verter en ellos el “vino
nuevo” de un Evangelio fresco, cercano y liberador. De hecho, hay muchas
personas que recelan de las grandes estructuras por considerarlas contrarias a la
sencillez propuesta por Jesús (basta recordar el Evangelio del domingo pasado)
y porque temen que el excesivo peso organizativo (y aun económico) pueda opacar el mensaje.
Los riesgos existen, pero no se deben tanto a la magnitud de las instituciones,
cuanto a la falta de una clara identidad carismática, de personas comprometidas
con el proyecto y de una sana y eficaz organización. No es el caso de las instituciones
a las que me refiero. En ambas he percibido mucha vida y mucho entusiasmo. Su radio de acción va
mucho más allá de la zona en la que están insertas.
La parroquia de
san Miguel es una pequeña ciudadela en medio de la gran ciudad de Lima. No conozco ninguna
parroquia semejante en España o en Italia. La más parecida que recuerdo es la iglesia
de Nuestra Señora de los Ángeles en el corazón de Los Ángeles, California,
un lugar que los claretianos regentamos durante más de cien años. Cuando uno
traspasa las puertas del recinto de san Miguel se encuentra con pequeñas calles
e innumerables dependencias: consultorio médico, panadería, cafetería, librería, salones
para diversos usos, coliseo, velatorios, bloque administrativo y, por supuesto,
la gran iglesia (con pinturas del claretiano Mino Cerezo Barredo)
y la capilla del Santísimo Sacramento como un recordatorio permanente de la presencia del Resucitado en medio de la ciudad.
Todo el día hay un constante fluir de gente
que participa en las celebraciones, reuniones, encuentros, consultas, fiestas,
etc. ¡Qué diferencia con respecto a las parroquias que permanecen casi todo el
día cerradas y solo abren media hora antes de los servicios religiosos! Para
atender este centro parroquial y sus diferentes sectores fuera del recinto hay una comunidad
claretiana formada por seis misioneros, uno de los cuales sobrepasa los 90
años, pero sigue al pie del cañón colaborando en la pastoral de los enfermos,
las confesiones, etc. Y –lo que es muy llamativo– hay multitud de laicos
comprometidos en los diversos grupos parroquiales. Algunos grupos son muy clásicos
(como la Legión de María, la Renovación Carismática o la Visita domiciliaria).
Otros son más nuevos y expresan las opciones prioritarias que los claretianos estamos acentuando
en los últimos años: Pastoral Bíblica, Justicia, Paz e Integridad de la Creación
(JUPIC), Pastoral de la Familia y Pastoral Juvenil Vocacional (PJV). Entre todos hay una sana colaboración. Se respira un aire de familia. ¡Hasta la economía es boyante gracias a la solidaridad de muchas personas!
El lunes lo pasé
entero en el Colegio Claretiano. No paré de la mañana a la noche: ceremonias de
bienvenida (con banda de música incluida), encuentros con directivos, docentes,
colaboradores y alumnos, visita a las numerosas instalaciones y cena final con
el equipo directivo y el equipo pastoral. Mi impresión fue óptima. Acabé muy agradecido
por la acogida que me dispensaron (incluyendo algunos regalitos que me llevaré
a Roma como recuerdo), pero, sobre todo, cerré la visita contento porque vi que
es posible que un colegio cristiano haga una clara y atractiva propuesta evangelizadora.
La pastoral no es una especie de bonus
que se añade sin mucha convicción al plan académico, sino que está perfectamente
integrada en él. Los docentes y alumnos se sienten muy orgullosos de ser “claretianos”.
Por todas partes se respira este ambiente carismático, que es, en el fondo, una invitación a
entender la vida en clave misionera. El encuentro con algunos representantes de
los cursos de secundaria fue muy interesante. Me recordó mucho al que tuve hace
un par de meses en Temuco
(Chile). Encontré chicos y chicas sensibles, críticos y muy conscientes
de su compromiso cristiano. Con gente así cabe imaginar una sociedad mejor y
una Iglesia más dinámica y creativa.
Confieso que después de estas dos visitas,
creo que sí es posible verter vino nuevo en odres grandes. Pero hay que estar
siempre muy atentos para que la estructura no engulla o desdibuje la fuerza del
mensaje.
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