Lima me recibió con poco más de 17 grados de temperatura y una lluvia fina, monocorde, impropia de esta ciudad que se pasa el año cubierta por un cielo plomizo que amenaza romper, pero que casi nunca lo hace. Antes de que pueda evocar “la
flor de la canela” he tenido que ponerme manos a la obra. En esta
ciudad de más de ocho millones de habitantes hay varias comunidades claretianas;
la curia provincial, un gran colegio, dos parroquias y la casa
de formación. Atrás quedan las semanas pasadas en Bolivia con sus fuertes
contrastes. Aunque ahora quisiera concentrarme solo en mi trabajo, me llegan
noticias desde diversos frentes. Sigo la situación política de España e Italia,
la crisis
del barco Sea Watch 3 y el arresto de su capitana por parte de las autoridades
italianas, los retos
de la Unión Europea y los interminables sufrimientos de los migrantes
centroamericanos. Se ha hecho viral la
imagen del joven padre salvadoreño con su hija, ambos ahogados mientras
intentaban cruzar el Río Negro. No me gusta hacer de estas tragedias humanas carne
de Facebook, pero es comprensible la
reacción de muchas personas de buena voluntad. Parece que colgando una imagen
dramática en las redes sociales exorcizamos nuestra culpabilidad difusa y
expresamos una solidaridad que nunca sabemos cómo hacer efectiva. En estos
asuntos hay sensibilidades muy diversas.
A veces las
noticias tienen que ver con situaciones familiares de personas muy queridas. El
cáncer sigue haciendo estragos entre los jóvenes. No es fácil aceptar la
impotencia médica. Frente a situaciones así, pierden importancia las muchas
noticias frívolas que hablan de
traspasos de futbolistas, bodas y divorcios de famosos, conciertos de verano,
torneos de tenis y corridas de toros. Y, sin embargo, los seres humanos
necesitamos estas válvulas de escape. No podemos convivir con la cruda realidad.
Se nos haría insufrible una existencia repleta de enfermedades, muertes, traiciones,
rupturas, abusos y violencias. Necesitamos algunos boquetes que nos permitan respirar
otro aire, aunque parezca frívolo e insustancial. Solo las personas de honda
espiritualidad pueden afrontar el sufrimiento sin buscar escapatorias. Es más,
descendiendo a la fosa de la muerte, se encuentran con el Cristo que “ha
descendido a los infiernos” de las peores situaciones humanas. Donde uno jamás
hubiera imaginado que Dios está, Jesús nos ha mostrado que el amor no deja ningún
territorito sin cubrir. La cruz de Jesús es un símbolo poderoso que da sentido
al sinsentido que amenaza nuestra vida.
Escribo la
entrada de hoy cuando en Europa ya ha amanecido. Yo todavía no me he acostado.
Mientras allí se abrirá una jornada calurosa y seca, aquí, en Lima, seguimos envueltos
por una humedad que impregna todo. Las sábanas parecen recién salidas de la
lavadora. Es hermoso y un poco inquietante vivir en varios sitios a la vez. Las
tecnologías de la comunicación nos permiten ser sin estar y, por desgracia, también
estar sin ser. Los clásicos conceptos de espacio y tiempo han perdido su
rigidez. Ahora todo es fluido. El “panta rei” (todo fluye) de Heráclito parece más
real que nunca. Tendremos que aprender a surfear con destreza para no ser
víctimas de las olas y no perdernos en la vorágine del agua. Por cierto, ayer
me perdieron mi maleta en el aeropuerto de Lima. ¡Menos mal que la reclamé antes
de que la enviaran por error a Cancún con un grupo de 40 chicos y chicas
cruceños que iban a ese paraíso mexicano para celebrar su graduación! En fin,
dejemos que la recordada María Dolores Pradera nos emocione un poco en estos
primeros días de julio.
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