Hoy nos preguntamos con más urgencia que nunca cómo anunciar el Evangelio en una sociedad secularizada. Las lecturas de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario –y, de modo particular, el Evangelio de Lucas (10,1-12.17-20)– nos ofrecen una especie de “manual para evangelizadores”, algo así como “las 5 cosas que usted debe saber si piensa evangelizar”. Si tomáramos el texto como si fuera una crónica literal de lo que sucedió, nos resultaría muy chocante y probablemente no entenderíamos casi nada. En realidad, lo que Lucas hace es aplicar el mandato misionero de Jesús a la Iglesia de su tiempo y, en el fondo, a la Iglesia de todos los tiempos. Por eso combina catequéticamente elementos históricos y simbólicos. No es verosímil que Jesús enviara 72 discípulos de pueblo en pueblo, pero sí lo es el sentido profundo de esa cifra. 70 (o 72) eran, según la mentalidad judía, las naciones paganas del mundo. Por tanto, el número 72 es una alusión simbólica a la universalidad del Evangelio. La “buena noticia” de la gracia está dirigida a todos los seres humanos, no solo al pequeño grupo de los judíos. Ese encargo sigue siendo actual. Los cristianos no podemos ceñirnos solo a los conocidos. Somos enviados a todos sin exclusión.
El resto del
pasaje de Lucas está cargado de elementos iluminadores. Los discípulos no van
en solitario sino “de dos en dos” (como Pedro y Juan o como Pablo y Bernabé)
para que su testimonio sea creíble (dos testigos) y, sobre todo, para poner de
manifiesto que se trata de un encargo comunitario, no de una empresa
individual. Este principio supone una crítica radical a un estilo de
evangelización que impera mucho en la Iglesia: la obra de un hombre (o una
mujer) solo, que emprende una obra como si fuera suya y que siempre utiliza el
pronombre personal yo: “Yo he hecho,
yo he organizado, mis alumnos, mis feligreses, etc.”. No hay evangelización eficaz y duradera si no es fruto
de un envío comunitario. El “de dos en dos” es de rabiosa actualidad.
La
oración al “dueño de la mies” para que envíe más obreros es una forma de ayudarnos a tomar
conciencia de esta urgencia. Tiene más que ver con nosotros que con Dios. Él ya
sabe lo que necesita nuestro mundo. A menudo, interpretamos este consejo como
una invitación a rogar por las vocaciones sacerdotales y religiosas. No se
excluye, pero es una reducción injustificada.
Los “obreros” son todos aquellos que contribuyen al crecimiento del
Reino de Dios de las maneras más insospechadas. El Espíritu no permanece
inactivo. Es cierto que en algunos lugares ha disminuido el número de personas consagradas, pero es muy probable que haya crecido el número de hombres y mujeres de buena voluntad que se esfuerzan por hacer un mundo más pacífico y solidario. ¿No son ellos también “obreros del Reino”?
Pero hay algo
todavía más importante. ¿En qué consiste evangelizar? La respuesta de Lucas es
también neta: en llevar la paz (shalom) de Dios a todos. Lo urgente,
pues, no es machacar a la gente con “lo que tiene que hacer” para ir al cielo y
escapar del infierno. O colocar en primer plano las normas de la Iglesia. El
evangelizador debe ser, ante todo, un portador de paz. Como se lee en la
primera lectura (cf. Is 66,10-14), el Señor nos hace una promesa: “Yo haré derivar hacia ella [hacia Jerusalén],
como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”.
Ya nos encargamos nosotros, con nuestros proyectos egoístas, de introducir la
violencia y de romper la unidad. La paz, antes de ser el fruto de un esfuerzo
por la justicia, es un don que recibimos de Dios. El evangelizador debe ser un
instrumento de esa paz que predica. Paz para los corazones solitarios, para las
familias rotas, para las instituciones corruptas, para los países en guerra,
para el planeta herido. Necesitamos repetir muchas veces la oración atribuida a
san Francisco de Asís: “Señor, hazme un instrumento de tu paz”.
El “manual de
instrucciones” también dice algo sobre el modo de evangelizar y sobre el estilo
de vida del evangelizador. Se le pide que vaya “sin bolsa, sin alforja y sin
sandalias”; es decir, que viva con sobriedad y que no confíe en las grandes estructuras
sino en los medios sencillos, que no se entretenga en cosas secundarias sino
que se concentre en lo esencial. A la luz de estas recomendaciones, es imposible
no pensar en lo complicado que se ha vuelto todo. Hablando con un misionero
claretiano de Lima, responsable del canal de televisión Jn19, me
decía lo costoso que resulta mantener un canal televisivo. Es verdad que hoy
vivimos en la era de las comunicaciones, pero muchas veces me pregunto si
merece la pena invertir tanto dinero en medios sofisticados cuando Jesús nos
aconseja algo más sencillo y eficaz: la evangelización de las distancias
cortas, el encuentro interpersonal, el anuncio “casa por casa”.
Los 72 regresaron alegres. Quien evangeliza siguiendo las recomendaciones de Jesús experimenta el don de la alegría porque donde hay gracia (cháris) hay siempre alegría (chára). La razón no es el éxito obtenido. Jesús explica el verdadero motivo de la alegría: “Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. No se puede decir que este domingo no nos ofrece claves y luz para interpretar lo que estamos haciendo y para saber lo que tenemos que hacer.
Los 72 regresaron alegres. Quien evangeliza siguiendo las recomendaciones de Jesús experimenta el don de la alegría porque donde hay gracia (cháris) hay siempre alegría (chára). La razón no es el éxito obtenido. Jesús explica el verdadero motivo de la alegría: “Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. No se puede decir que este domingo no nos ofrece claves y luz para interpretar lo que estamos haciendo y para saber lo que tenemos que hacer.
Gonzalo
ResponderEliminarSaludos cordiales
Gracias por la reflexión y promover este don de Dios siendo agentes de Paz en Comunidad y con la sencillez de la vida cotidiana
Ánimo