No tengo más remedio que escribir esta entrada en el aeropuerto de Roma-Fiumicino. Las últimas horas han sido frenéticas para dejar todo listo antes de ponerme de nuevo en camino. Voy a estar fuera de Roma más de dos meses, así que necesito prever algunas cosas. Veo que hoy el aeropuerto tiene más movimiento que de costumbre. Se ve que el “puente de mayo” anima a mucha gente a viajar, a pesar de las malas predicciones meteorológicas. Unos salen de la ciudad buscando el descanso y otros llegan atraídos por la magia de Roma. Mientras venía de casa al aeropuerto he pensado que no sería nada sin las personas que forman parte de mi vida, sin todo lo que he recibido incluso “desde antes de nacer”. Sé que en la cultura americana se ha difundido mucho el ideal del “self-made man” (hombre hecho a sí mismo). A muchas personas que han logrado cierta fama les he oído decir algo parecido a esto: “A mí nadie me ha regalado nada en la vida, todo lo he logrado con mi esfuerzo”. Siempre me ha sonado a fanfarronada, a una visión muy roma de la vida.
Entiendo lo que se quiere decir con estos conceptos, pero yo siento necesidad de acentuar el otro polo porque, en realidad, me parece el más importante. Si yo tuviera que acuñar mi propia frase diría esto: “A mí se me ha regalado casi todo; lo que he vivido es fruto de la gracia”. No me considero una persona indolente o pasiva, pero sé que el río de mi vida se ha nutrido de numerosos afluentes que han vertido sus aguas en él hasta ensanchar su cauce y enriquecer su flujo.
Hace unos treinta años, un amigo mío me regaló un librito de poesías escritas por él mismo. En la primera página escribió esta dedicatoria: “Bebe de mi copa / que en ella hay vertido algo / de tu misma copa”. Era una forma de agradecerme el posible influjo positivo que había tenido sobre él. Pero esto mismo se podría aplicar a multitud de personas. Pienso en mis padres, abuelos y en todos los que soñaron mi nacimiento, en las personas que rodearon los años de mi infancia y me acunaron, besaron, jugaron conmigo, me hicieron regalos… ¿Cómo podría tener una visión positiva de la vida, cómo podría confiar en que el bien es más poderoso que el mal, si desde niño no hubiera recibido una sobredosis de cariño por parte de tantas personas (algunas conocidas y otras desconocidas)?
Pienso en los primeros maestros de mi infancia. Algunos fueron duros y un poco displicentes, según se estilaba entonces, pero me transmitieron un mensaje que me ayudó a seguir caminando: “Tú vales”. Guardo un recuerdo entrañable de mis profesores de bachillerato, mis formadores y mis amigos de adolescencia y juventud. Algunos episodios negativos no empañan la ingente cantidad de estímulos recibidos en esas etapas en las que configuramos nuestro mundo interior. Me gustaría citar nombres, contar historias concretas, pero comprendo que un blog no es el lugar adecuado. Soy muy respetuoso de la intimidad de otras personas.
Si tuviera que hacer la lista de las personas que he conocido a partir de los veinte años, necesitaría muchas páginas y, aún así, bastantes quedarían fuera. ¿Cómo no reconocer que parte de mi curiosidad intelectual se debe a algunos profesores que me ayudaron a ir más allá de lo que yo pensaba? Los autores de los libros que he leído han configurado también mi forma de ver el mundo. Por citar solo un ejemplo, yo no sería quien soy sin la sensibilidad moderna de Paul Tillich, sin la hondura de Karl Rahner o la poesía de Gerard Manley Hopkins y Antonio Machado. Escuchar las obras de Bach me ha ayudado a entender el poder terapéutico de la música. Su armonía introduce el cielo en la cacofonía de la tierra.
La lectura de Gustavo Gutiérrez y Jon Sobrino me abrió los ojos a la voz de Dios en la realidad de tantos empobrecidos de nuestro mundo. Leonardo Boff me hizo ver que un sacramento es cualquier realidad que transparente a Dios en la inmanencia de nuestra vida. La lista sería interminable… En ella no pueden faltar los pequeños; es decir, personas no famosas que me han revelado rasgos del amor de Dios: desde José (un enfermo paralítico al que lavaba todos los miércoles en el hospital de Castro Urdiales durante mi año de noviciado) hasta hermanos claretianos de muchos lugares del mundo, formadores, compañeros de comunidad, jóvenes… Recuerdo una anciana de Colmenar Viejo que siempre asistía a las charlas que solía dar en la parroquia del pueblo. No se perdía ninguna. Su formación teológica era mínima, pero la alegría que brillaba en sus ojos, la manera como me trataba y las palabras de ánimo que siempre me regalaba constituyen para mí una fuente de confianza.
En suma, no soy un “hombre hecho a mí mismo”. Jamás defenderé esta frase. Me han ido haciendo infinidad de personas que Dios ha puesto en el camino de la vida. Es verdad que algunas me han criticado y han hablado mal de mí, pero incluso estas personas me han ayudado a conocer aspectos ocultos de mi personalidad y a desarrollar la capacidad de afrontar las adversidades sin hundirme. Cuando el apóstol Pablo dice que “todo es gracia” resume de manera insuperable esta forma de entender la vida. Estoy seguro de que la mayoría de los amigos del Rincón tenéis una experiencia parecida. Conviene activarla de vez en cuando para que los demonios cotidianos no nos hagan perder de vista el horizonte.
Hace unos treinta años, un amigo mío me regaló un librito de poesías escritas por él mismo. En la primera página escribió esta dedicatoria: “Bebe de mi copa / que en ella hay vertido algo / de tu misma copa”. Era una forma de agradecerme el posible influjo positivo que había tenido sobre él. Pero esto mismo se podría aplicar a multitud de personas. Pienso en mis padres, abuelos y en todos los que soñaron mi nacimiento, en las personas que rodearon los años de mi infancia y me acunaron, besaron, jugaron conmigo, me hicieron regalos… ¿Cómo podría tener una visión positiva de la vida, cómo podría confiar en que el bien es más poderoso que el mal, si desde niño no hubiera recibido una sobredosis de cariño por parte de tantas personas (algunas conocidas y otras desconocidas)?
Pienso en los primeros maestros de mi infancia. Algunos fueron duros y un poco displicentes, según se estilaba entonces, pero me transmitieron un mensaje que me ayudó a seguir caminando: “Tú vales”. Guardo un recuerdo entrañable de mis profesores de bachillerato, mis formadores y mis amigos de adolescencia y juventud. Algunos episodios negativos no empañan la ingente cantidad de estímulos recibidos en esas etapas en las que configuramos nuestro mundo interior. Me gustaría citar nombres, contar historias concretas, pero comprendo que un blog no es el lugar adecuado. Soy muy respetuoso de la intimidad de otras personas.
Si tuviera que hacer la lista de las personas que he conocido a partir de los veinte años, necesitaría muchas páginas y, aún así, bastantes quedarían fuera. ¿Cómo no reconocer que parte de mi curiosidad intelectual se debe a algunos profesores que me ayudaron a ir más allá de lo que yo pensaba? Los autores de los libros que he leído han configurado también mi forma de ver el mundo. Por citar solo un ejemplo, yo no sería quien soy sin la sensibilidad moderna de Paul Tillich, sin la hondura de Karl Rahner o la poesía de Gerard Manley Hopkins y Antonio Machado. Escuchar las obras de Bach me ha ayudado a entender el poder terapéutico de la música. Su armonía introduce el cielo en la cacofonía de la tierra.
La lectura de Gustavo Gutiérrez y Jon Sobrino me abrió los ojos a la voz de Dios en la realidad de tantos empobrecidos de nuestro mundo. Leonardo Boff me hizo ver que un sacramento es cualquier realidad que transparente a Dios en la inmanencia de nuestra vida. La lista sería interminable… En ella no pueden faltar los pequeños; es decir, personas no famosas que me han revelado rasgos del amor de Dios: desde José (un enfermo paralítico al que lavaba todos los miércoles en el hospital de Castro Urdiales durante mi año de noviciado) hasta hermanos claretianos de muchos lugares del mundo, formadores, compañeros de comunidad, jóvenes… Recuerdo una anciana de Colmenar Viejo que siempre asistía a las charlas que solía dar en la parroquia del pueblo. No se perdía ninguna. Su formación teológica era mínima, pero la alegría que brillaba en sus ojos, la manera como me trataba y las palabras de ánimo que siempre me regalaba constituyen para mí una fuente de confianza.
En suma, no soy un “hombre hecho a mí mismo”. Jamás defenderé esta frase. Me han ido haciendo infinidad de personas que Dios ha puesto en el camino de la vida. Es verdad que algunas me han criticado y han hablado mal de mí, pero incluso estas personas me han ayudado a conocer aspectos ocultos de mi personalidad y a desarrollar la capacidad de afrontar las adversidades sin hundirme. Cuando el apóstol Pablo dice que “todo es gracia” resume de manera insuperable esta forma de entender la vida. Estoy seguro de que la mayoría de los amigos del Rincón tenéis una experiencia parecida. Conviene activarla de vez en cuando para que los demonios cotidianos no nos hagan perder de vista el horizonte.
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