jueves, 5 de abril de 2018

La historia de los pequeños

Este año 2018 está lleno de aniversarios significativos. Se cumplen 200 años del nacimiento de Karl Marx, 100 años del final de la Gran Guerra y 50 años de aquel famoso 1968 en el que tantas cosas sucedieron: desde las revueltas del mayo francés hasta los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy, pasando por la II Conferencia del episcopado latinoamericano en Medellín y la controvertida encíclica Humanae Vitae de Pablo VI. Y, puestos a recordar cosas, no me olvido del triunfo de la cantante española Massiel en Eurovisión, la independencia de Guinea Ecuatorial (el 12 de octubre), los Juegos Olímpicos de México y la victoria de Richard Nixon en las presidenciales de Estados Unidos. Yo también tengo mis propios recuerdos de aquel año en el que empecé el bachillerato, pero no vienen ahora a cuento. No soy muy partidario de las efemérides. Me gusta más practicar el feed-forward que el feed-back; reconozco, no obstante, que tomar conciencia de algunos hitos del camino que hemos recorrido nos ayuda a comprender mejor por qué hemos llegado al punto en el que nos encontramos. Pero, como siempre, hay una macro-historia (formada por los acontecimientos que consideramos importantes) y una micro-historia que pasa desapercibida en su momento, pero que a veces puede tener una influencia más profunda y duradera que la primera.

La muerte de Jesús fue, en su momento, un hecho insignificante. ¿A cuánta gente de la época le importaba que un galileo fuera ajusticiado en la cruz por supuesta rebelión contra los romanos o por haberse autoproclamado hijo de Dios? Nadie en China, la India, Japón, Congo o México se enteró de ese aocntecimiento. A Roma llegó relativamente pronto, porque -como decía el historiador romano Tácito- tras la muerte de Jesús, “la fatal superstición (el cristianismo) irrumpió de nuevo, no sólo en Judea, de donde proviene el mal, sino también en la metrópoli, donde todas las atrocidades y vergüenzas del mundo confluyen y se celebran”. Pequeñas comunidades de seguidores, aparentemente irrelevantes, fueron actuando como levadura en la masa. Hoy el nombre de Jesús de Nazaret es celebrado en todo el mundo. De Caifás o Poncio Pilato solo nos acordamos cuando llega la Semana Santa, aunque -en honor a la verdad- el nombre del procurador romano se ha infiltrado hasta en el Credo, un privilegio del que no disfrutan ni siquiera Pedro o Pablo. La macro-historia es, a menudo, un fenómeno hinchado que se asienta sobre bases falsas o violentas. Por el contrario, hay micro-historias que, en su pequeñez, llevan el fermento de la verdad y la belleza; por eso, acaban abriéndose camino.

Creo que hoy sucede lo mismo. Mientras algunos hablan de los planes de la Comisión Trilateral o del Grupo Bilderberg para controlar el mundo, millones de personas, que no pasarán a los anales de la historia, están viviendo experiencias hermosas, están construyendo de verdad el futuro. Hace años, mientras asistía a un concierto de rock en el Circo Máximo de Roma, vi a un joven que llevaba una camiseta con una inscripción que enseguida me cautivó: “Se non passi alla storia, passerai alla geografía” (Si no pasas a la historia, pasarás a la geografía). Era un modo irónico de decir que, si no hacemos algo que llame la atención, acabaremos bajo tierra como pasto de los gusanos. Pero, ¿quién pasa de verdad a la historia? ¿Pasan los famosillos que consumen horas de televisión? ¿Pasan los ricos que acaparan más de lo que necesitan? ¿Pasan los políticos que ganan elecciones y firman tratados? ¿Pasan los militares que combaten guerras? La macro-historia está llena de nombres de reyes, generales, políticos, papas, obispos, escritores, científicos, artistas… y, en las últimas décadas, actores, deportistas y cantantes. Pero muchos de ellos han sido dañinos para la humanidad, aunque llenen páginas de manuales y enciclopedias.


La micro-historia está formada por pobres campesinos, mujeres que cuidan del hogar, panaderos que fabrican el pan cada mañana, conductores de autobuses, mineros que se enferman picando carbón, enfermeras que cuidan a los heridos, curas rurales que no abandonan a sus comunidades… Si algo aprendemos en el tiempo de Pascua es que nuestra historia no siempre coincide con la de Dios. A menudo, las cosas que a nosotros nos parecen relevantes cuentan poco a sus ojos y las que nosotros despreciamos son las que le llegan al corazón. María de Nazaret supo captarlo como nadie en su canto del Magnificat: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.” Todo comenzó a darse la vuelta cuando Dios resucitó a un pobre crucificado. Por eso, el tiempo de Pascua nos invita a abrir los ojos a esos pequeños hechos que parecen no contar nada, pero que a menudo nos están revelando algo del Misterio de Dios. Al final, nos llevaremos grandes sorpresas. Ni son todos los que están, no están todos los que son.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.