Cuando visité la comunidad ecuménica de Taizé en abril de 1980 no entendí bien por qué el hermano Roger insistía tanto en la confianza. Con el paso del tiempo empecé a barruntar su oportunidad. La modernidad europea nos ha enseñado a ser críticos; o sea desconfiados. Nada es lo que parece, siempre conviene buscar razones ocultas que no aparecen en primer plano. Es como si hubiéramos borrado el sistema operativo tradicional (que se basaba en que la realidad era como aparecía) y lo hubiéramos sustituido por un sistema nuevo que somete a todos los programas a una profunda revisión previa.
Los llamados “maestros de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) y sus seguidores ahondaron este espíritu. No te fíes de las ideologías. Son solo una estratagema para defender los privilegios de las clases ricas y sojuzgar a las pobres. No te fíes de Dios. Es solo un recurso de los débiles para no desesperarse. No te fíes de tu conciencia. Hay secretos mecanismos subconscientes que regulan todo. Lo que te parece una decisión libre no es más que el fruto de un determinismo interno. El mensaje siempre es el mismo: ¡No te fíes, sospecha!
Por si fuera poco, la construcción de la Unión Europea tuvo que abrirse paso en un campo minado de desconfianzas. No te fíes de los alemanes. En cuanto puedan, intentarán dominar Europa. A la tercera será la vencida. No te fíes de los ingleses. Son hipócritas por naturaleza. Dicen una cosa y hacen otra. Los principales piratas son ingleses. No te fíes de los franceses, de los italianos, de los españoles… Todos buscan sus propios intereses. Dicen que quieren la unión, pero esconden otros propósitos inconfesables. En definitiva, no te fíes de nadie.
Aristóteles decía que la filosofía comienza por la admiración. La realidad es tan misteriosa que, ante ella, nos quedamos boquiabiertos y queremos saber más. Los modernos no se admiran, sospechan. Aquí hay gato escondido. Dicen que la ciencia avanza a base de curiosidad, pero también de sospecha. El científico siempre sospecha que las cosas no son como nos las habían explicado. Puede ser. Si algo caracteriza al europeo contemporáneo es su capacidad de sospechar.
Pero la vida no funciona solo así. Con este sistema operativo instalado en nuestro disco duro, todos los programas se resienten. No nos fiamos de nuestros vecinos. No nos fiamos de los inmigrantes. No nos fiamos de los políticos. No nos fiamos de nosotros mismos. No nos fiamos de Dios. Podemos presumir que no nos dan gato por liebre, pero el precio que pagamos por esta desconfianza radical es un escepticismo que nos impide crecer como personas, disfrutar de la vida y mantener la esperanza encendida. Sin confianza, no hay vida.
Para quienes creemos en la resurrección de Jesús, la Pascua significa un cambio de sistema operativo. Sustituimos la desconfianza (que nos parece la expresión suprema de madurez intelectual) por la confianza (que es la actitud más radicalmente humana). Si Dios ha resucitado a Jesús, podemos fiarnos de él. Jesús lo ha expresado con otras palabras: “Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened confianza: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Es verdad que no todo es como aparece, pero, en último término, todo depende de Dios. Y Él nunca defrauda. Sostenidos por esta confianza radical, nos miramos a nosotros mismos y miramos a los demás con una actitud nueva. Aprendemos a confiar. Solo cuando confiamos, las cosas cambian. Entiendo mucho mejor al hermano Roger. Por eso, él proponía la peregrinación de la confianza. De niños comos ingenuos. De jóvenes nos volvemos curiosos. De mayores... ¡Ay, de mayores! Podemos naufragar en un escepticismo crónico, en una desconfianza suicida o podemos redescubrir el valor de la confianza radical. En el primer caso, nos creemos muy astutos, presumimos de que nadie nos engaña, alardeamos de suficiencia intelectual. En el segundo, hacemos un ejercicio supremo de racionalidad: nos abrimos al Misterio que nos sotiene y confiamos en él, “como un niño en brazos de su madre” (Sal 130,2).
Los llamados “maestros de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) y sus seguidores ahondaron este espíritu. No te fíes de las ideologías. Son solo una estratagema para defender los privilegios de las clases ricas y sojuzgar a las pobres. No te fíes de Dios. Es solo un recurso de los débiles para no desesperarse. No te fíes de tu conciencia. Hay secretos mecanismos subconscientes que regulan todo. Lo que te parece una decisión libre no es más que el fruto de un determinismo interno. El mensaje siempre es el mismo: ¡No te fíes, sospecha!
Por si fuera poco, la construcción de la Unión Europea tuvo que abrirse paso en un campo minado de desconfianzas. No te fíes de los alemanes. En cuanto puedan, intentarán dominar Europa. A la tercera será la vencida. No te fíes de los ingleses. Son hipócritas por naturaleza. Dicen una cosa y hacen otra. Los principales piratas son ingleses. No te fíes de los franceses, de los italianos, de los españoles… Todos buscan sus propios intereses. Dicen que quieren la unión, pero esconden otros propósitos inconfesables. En definitiva, no te fíes de nadie.
Aristóteles decía que la filosofía comienza por la admiración. La realidad es tan misteriosa que, ante ella, nos quedamos boquiabiertos y queremos saber más. Los modernos no se admiran, sospechan. Aquí hay gato escondido. Dicen que la ciencia avanza a base de curiosidad, pero también de sospecha. El científico siempre sospecha que las cosas no son como nos las habían explicado. Puede ser. Si algo caracteriza al europeo contemporáneo es su capacidad de sospechar.
Pero la vida no funciona solo así. Con este sistema operativo instalado en nuestro disco duro, todos los programas se resienten. No nos fiamos de nuestros vecinos. No nos fiamos de los inmigrantes. No nos fiamos de los políticos. No nos fiamos de nosotros mismos. No nos fiamos de Dios. Podemos presumir que no nos dan gato por liebre, pero el precio que pagamos por esta desconfianza radical es un escepticismo que nos impide crecer como personas, disfrutar de la vida y mantener la esperanza encendida. Sin confianza, no hay vida.
Para quienes creemos en la resurrección de Jesús, la Pascua significa un cambio de sistema operativo. Sustituimos la desconfianza (que nos parece la expresión suprema de madurez intelectual) por la confianza (que es la actitud más radicalmente humana). Si Dios ha resucitado a Jesús, podemos fiarnos de él. Jesús lo ha expresado con otras palabras: “Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened confianza: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Es verdad que no todo es como aparece, pero, en último término, todo depende de Dios. Y Él nunca defrauda. Sostenidos por esta confianza radical, nos miramos a nosotros mismos y miramos a los demás con una actitud nueva. Aprendemos a confiar. Solo cuando confiamos, las cosas cambian. Entiendo mucho mejor al hermano Roger. Por eso, él proponía la peregrinación de la confianza. De niños comos ingenuos. De jóvenes nos volvemos curiosos. De mayores... ¡Ay, de mayores! Podemos naufragar en un escepticismo crónico, en una desconfianza suicida o podemos redescubrir el valor de la confianza radical. En el primer caso, nos creemos muy astutos, presumimos de que nadie nos engaña, alardeamos de suficiencia intelectual. En el segundo, hacemos un ejercicio supremo de racionalidad: nos abrimos al Misterio que nos sotiene y confiamos en él, “como un niño en brazos de su madre” (Sal 130,2).
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