jueves, 12 de abril de 2018

¡Es tan bella cuando llega!

Estamos casi en la mitad de abril. En el hemisferio norte, este mes primaveral suele ser muy variable. Parece un mes juvenil: unos días luce el sol y otros rompe a llover. Este año, sin embargo, está haciendo un frío inusual. Desde mi ventana contemplo al mismo tiempo los montes nevados y un ciruelo florecido. Ayer hizo un frío siberiano. El cielo estaba plomizo. Escupía una lluvia fina que por momentos se volvía aguanieve. Hoy, sin dejar de hacer frío, luce el sol. Como dice la gente del lugar, los cuerpos están destemplados. No saben con qué carta quedarse. Lo que estamos viviendo en esta segunda semana de abril me parece una metáfora de la vida. Hay días radiantes, en los que parece que todo lo vemos con claridad, sabemos quiénes somos, qué queremos y adónde vamos. Nos sobra energía para proseguir el camino con ánimo. Otros, por el contrario, tenemos la impresión de que todo se vuelve gris o negro. Se evaporan los motivos que nos hacen vivir. Sentimos el frío de la soledad, la incomprensión o la tristeza. Unos y otros nos pertenecen. No hay vidas plenamente luminosas u oscuras. Nuestra vida se parece bastante al mes de abril. Sin embargo, todas las oscilaciones y vaivenes se enmarcan en un cuadro más amplio. Puede nevar o hacer calor, pero nada impide que el tiempo pascual discurra con placidez. En la superficie de nuestra vida se alternan la fe y la duda, el amor y el egoísmo, la alegría y la tristeza. Son los tiempos menores. Pero todos ellos adquieren su último sentido a partir del tiempo mayor, que es la Pascua. La resurrección de Jesús es ese bajo continuo que mantiene el tono de la alegría y la esperanza. No importa si por la partitura bailan notas un poco inarmónicas. El tono fundamental no cambia. Eso es lo que importa. 

Desde que era adolescente me gusta una poesía que Antonio Machado dedicó a su amigo José María Palacio. Está ambientada en las frías tierras de Soria, en las que el invierno dura más que lo que señala el calendario. La primavera casi siempre se atrasa. Uno tiende a pensar que no llegará nunca. Pero llega. Su hermosura tardía compensa la larga espera. Las personas que viven en este ambiente suelen ser personas resistentes, preparadas para afrontar las adversidades. No pecan de exceso de optimismo, pero tampoco se hunden en la desesperanza. Valoran mucho la alegría de la primavera porque se han curtido en los rigores del invierno. Saben que nada se consigue sin esfuerzo, pero también saben que todo nos es dado. ¡Hasta la misma libertad es el fruto granado de la gracia! Machado, como buen poeta, supo captar e interpretar esta tensa espera y la belleza insinuada. Vale la pena recordar sus palabras.

Palacio, buen amigo, 
¿está la primavera 
vistiendo ya las ramas de los chopos 
del río y los caminos? En la estepa 
del alto Duero, Primavera tarda, 
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... 

¿Tienen los viejos olmos 
algunas hojas nuevas? 

Aún las acacias estarán desnudas 
y nevados los montes de las sierras. 

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, 
allá, en el cielo de Aragón, tan bella! 

¿Hay zarzas florecidas 
entre las grises peñas, 
y blancas margaritas 
entre la fina hierba? 

Por esos campanarios 
ya habrán ido llegando las cigüeñas. 

Habrá trigales verdes, 
y mulas pardas en las sementeras, 
y labriegos que siembran los tardíos 
con las lluvias de abril. Ya las abejas 
libarán del tomillo y el romero. 

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? 

Furtivos cazadores, los reclamos 
de la perdiz bajo las capas luengas, 
no faltarán. Palacio, buen amigo, 

¿tienen ya ruiseñores las riberas? 

Con los primeros lirios 
y las primeras rosas de las huertas, 
en una tarde azul, sube al Espino, 
al alto Espino donde está su tierra... 

Machado formula siete preguntas, aunque dos están emparejadas. No son preguntas retóricas. Todas tienen su porqué. Veámoslas una por una: 1) ¿Está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos?; 2) ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas?; 3) ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas?; 4) ¿Hay blancas margaritas entre la fina hierba?; 5) ¿Hay ciruelos en flor?; 6) ¿Quedan violetas?; 7) ¿Tienen ya ruiseñores las riberas? Las siete (número simbólico de plenitud) parecen formar parte de un examen de botánica, pero, en realidad, son un examen de conciencia. Machado inquiere a los chopos, los olmos, las zarzas, las margaritas, los ciruelos, las violetas y los ruiseñores. Los siete seres (seis del mundo vegetal y uno del mundo animal) son invitados a dar testimonio del paso (pascua) de la muerte a la vida. Los siete son testigos y mensajeros de esa resurrección cósmica que llamamos primavera. Cada uno a su ritmo y con un registro diverso proclama el mismo mensaje: “Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!”. Es como si todos, formando un coro polifónico, cantaran: “Surrexit Dominus vere, alleluia”. Es probable que el duro y largo invierno haga creer que la muerte tiene la última palabra, pero, al final, con un retraso que se nos antoja interminable, la vida se abre camino. No lo sabríamos si algunos centinelas no dieran la voz de alarma. Igual que las margaritas, las violetas o los ruiseñores nos anuncian que el invierno ya ha pasado, hay hombres y mujeres que, con la sencillez y belleza de sus vidas, nos anuncian que Cristo ha resucitado. Por eso, no perdemos la esperanza. Hoy me hago una pregunta: ¿Quiénes son para mí esos simbólicos chopos, olmos, zarzas, margaritas, ciruelos, violetas y ruiseñores que me anuncian que Él está ya llegando? Necesito practicar una mística de ojos abiertos.


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