sábado, 6 de enero de 2018

Se llenaron de inmensa alegría

La solemnidad de la Epifanía del Señor me pilla otra vez en camino. Cerca del mediodía, viajaré de Lisboa a Roma; o sea, que iré de Occidente a Oriente, siguiendo un trayecto inverso al de los magos. Tal vez nos encontremos por el camino, aunque dudo de que ellos hayan sustituido los camellos por el avión, así que tendremos que saludarnos a distancia. Las lecturas de esta fiesta, que en muchos países se traslada a mañana domingo, están sobrecargadas de símbolos. El año pasado expliqué algunos. Siempre me ha atraído la estrella más que los regalos de oro, incienso y mirra. Hoy me detengo en un detalle que me ha llamado la atención: los magos, al ver de nuevo la estrella tras el paréntesis de su visita a Herodes, “se llenaron de inmensa alegría”. Para entender de alguna manera esa alegría profunda que uno experimenta cuando encuentra lo que busca, basta contemplar los rostros de los niños en la mañana de un día como hoy o en las cabalgatas de ayer por la tarde-noche. ¿Cómo es posible que en un ángulo del salón de casa, o al pie de la cama, aparezcan los regalos que uno había pedido a los Reyes en su carta? ¿Cómo se las habrán arreglado para llegar a las casas de todos los niños? No sé si en algún otro momento de la vida llegamos a sentir una alegría tan admirativa como la que experimentamos la mañana de Reyes cuando somos niños. No encuentro otro símbolo mejor para expresar la alegría de la fe.

Si uno es capaz de alegrarse ante un balón, un coche, una muñeca, un dispositivo móvil, una bufanda, un libro o un frasco de colonia… ¡cómo debería ser nuestra alegría cuando barruntamos la presencia de Dios en nuestra vida! Sería una participación en ese gozo del Padre Dios que se alegra más “por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento” (Lc 15,7). Las personas que alguna vez se han sentido perdonadas por Dios saben de qué se trata. Es como si la historia personal comenzara de nuevo, como si todas las piezas encajasen en ese inmenso puzzle que es la vida personal, como si no hubiera necesidad de aparentar nada porque todo se vuelve transparente. La experiencia de la fe es siempre una experiencia de gracia. Y donde hay gracia (cháris) hay siempre alegría (chára). ¡Hasta la etimología griega nos ayuda a descubrir la relación profunda entre la experiencia de sentirnos queridos por Dios y el gozo que brota de ella! No se puede creer en un Dios que solo produce resentimiento, amargura y frustración. Ese no es el Dios de Jesús. 

Epifanía es la fiesta de la manifestación de Jesús al mundo entero. Los magos representan ese mundo plural que se pone en camino y busca. La tradición ha querido que uno venga de Europa, otro de Asia y otro de África. Hoy tendríamos que añadir un par de magos más (uno americano y otro oceánico) para expresar a cabalidad la geografía de nuestro mundo. Paseando por las calles de Lisboa, contemplando una población multicultural, doy vueltas a estos pensamientos. Jesús es patrimonio de la humanidad. No ha nacido para unos pocos privilegiados sino para todos. Él es el portador de la verdadera alegría. ¿Qué nos impide disfrutar del encuentro con él? ¿Por qué nos hemos vuelto tan suspicaces en algunos casos y tan indiferentes en otros? ¿Qué extraña autosuficiencia nos impide acercarnos a él con la sencillez de los pastores (los marginados de su tiempo) y de los magos (los científicos de la época)? ¿No es un poco absurdo abrevar nuestra sed en charcos de experiencias efímeras cuando se nos regala un manantial limpio, fresco y abundante? No necesitamos creyentes talibanes, empeñados en convertir a los demás a base de anatemas o anuncios extemporáneos, sino hombres y mujeres alegres, cuyo rostro iluminado sea el mapa que nos muestra el camino hacia Belén




1 comentario:

  1. Gonzalo, buen camino y hoy día 07, aquí celebrando la Epifanía, te recordamos en tu cumpleaños. Felicidades!!

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