Se están multiplicando en
los últimos meses los análisis sobre la situación de la Iglesia y su previsible futuro, aunque estos se vienen haciendo a lo largo de los años de manera regular. Hay muchos que ven en el papa Francisco el gran signo de la renovación,
de una vuelta a la sencillez del evangelio de Jesús. Otros, por el contrario,
consideran que el desmoronamiento de la Iglesia, al menos en Europa, es imparable. Más aún, responsabilizan al papa Francisco de muchos de los males que hoy padecemos. En Italia son
numerosas las voces que cada vez con menos pudor se expresan en este sentido. Una de las más documentadas e influyentes es la del periodista Sandro Magister a
través de su blog Settimo
Cielo, publicado en italiano, inglés y español. En España hay
numerosos blogs que expresan a menudo
su perplejidad por la dirección que está tomando la Iglesia. Son muy visitados los de La cigüeña de la Torre y del Padre Fortea y, en ámbito catalán, el de Germinans germinabit. Abundan
también los blogs y las páginas web de signo contrario, como, por ejemplo, los blogs de Xabier Pikaza o Ignacio González Faus. Mientras Religión digital
y la mayoría de sus blogueros son entusiastas de la llamada “línea
Francisco”, otras páginas, como Infovaticana o Religión en libertad,
se muestran a veces más críticas. ¿Qué está pasando? ¿Por qué el papa Francisco
es el
personaje más valorado entre los españoles y, al mismo tiempo, crecen las críticas en algunos sectores eclesiales? ¿Por qué cae mejor a muchos de fuera que a bastantes de dentro? ¿Es esto normal? ¿Qué nos indica este fenómeno?
En el círculo de mis
amigos y conocidos, el papa Francisco tiene muy buena prensa. Lo ven como una
persona sencilla que ha hecho una clara apuesta por las “periferias
existenciales”, que ha retomado con fuerza la orientación del Vaticano II y que se está enfrentando con valentía a los males de la Iglesia. Pero, por lo general, esta simpatía no se traduce en un mayor
acercamiento a la comunidad, en un replanteamiento de la fe o en un compromiso social sostenido. Esta situación me recuerda aquella
frase atribuida a Adolfo Suárez, a comienzos de los años 80 del siglo pasado: “La gente me admira, pero luego vota a Felipe González”. La admiración no
siempre implica compromiso. Muchos de los que admiran al papa Francisco ni pisan la Iglesia ni mueven un dedo por mejorar nuestro mundo. Y, sin embargo, ven en él un signo que los despierta y atrae. ¿No indica esta atracción que algo se está moviendo dentro?
Me he topado por casualidad con una breve charla del sacerdote Santiago Martín (el vídeo dura unos once minutos) en la que, partiendo de esta contradicción, habla de tres opciones dramáticas que se le presentan a la Iglesia actual. La primera es seguir siendo, como hasta ahora, lo que él denomina una Iglesia “social”; es decir una Iglesia que privilegia la atención a los necesitados y que lima aquellos aspectos de su dogmática o de su moral que pueden resultar antipáticos para la mentalidad moderna (el pecado, el infierno, asuntos de moral sexual, etc.). Si se persiste en esta dirección, que él considera errada, los resultados seguirán siendo catastróficos: cada año seguirá disminuyendo el número de niños bautizados, de jóvenes católicos que contraen matrimonio canónico, de candidatos al sacerdocio y la vida consagrada, etc. La Iglesia terminará siendo algo residual, aunque el Papa sea famoso. La segunda la denomina opción benedictina. Se trataría de hacer lo que hizo san Benito de Nursia en el siglo V: pequeños oasis de fe y compromiso (monasterios) en medio de un desierto generalizado de indiferencia y agnosticismo. Esas pequeñas comunidades vivas tal vez acaben regenerando a largo plazo todo el conjunto, como sucedió con Europa en los siglos posteriores. Cabe una tercera opción, que él denomina franciscana, no porque coincida con la del papa Francisco, sino porque propone la adoptada por san Francisco de Asís en el siglo XIII. No se trata de huir del mundo y de crear pequeños ghettos, sino de insertarse en el mundo con la sencillez y la radicalidad del Evangelio para transformarlo desde dentro.
Me he topado por casualidad con una breve charla del sacerdote Santiago Martín (el vídeo dura unos once minutos) en la que, partiendo de esta contradicción, habla de tres opciones dramáticas que se le presentan a la Iglesia actual. La primera es seguir siendo, como hasta ahora, lo que él denomina una Iglesia “social”; es decir una Iglesia que privilegia la atención a los necesitados y que lima aquellos aspectos de su dogmática o de su moral que pueden resultar antipáticos para la mentalidad moderna (el pecado, el infierno, asuntos de moral sexual, etc.). Si se persiste en esta dirección, que él considera errada, los resultados seguirán siendo catastróficos: cada año seguirá disminuyendo el número de niños bautizados, de jóvenes católicos que contraen matrimonio canónico, de candidatos al sacerdocio y la vida consagrada, etc. La Iglesia terminará siendo algo residual, aunque el Papa sea famoso. La segunda la denomina opción benedictina. Se trataría de hacer lo que hizo san Benito de Nursia en el siglo V: pequeños oasis de fe y compromiso (monasterios) en medio de un desierto generalizado de indiferencia y agnosticismo. Esas pequeñas comunidades vivas tal vez acaben regenerando a largo plazo todo el conjunto, como sucedió con Europa en los siglos posteriores. Cabe una tercera opción, que él denomina franciscana, no porque coincida con la del papa Francisco, sino porque propone la adoptada por san Francisco de Asís en el siglo XIII. No se trata de huir del mundo y de crear pequeños ghettos, sino de insertarse en el mundo con la sencillez y la radicalidad del Evangelio para transformarlo desde dentro.
No existe una “fórmula
mágica” para afrontar el futuro, a no ser ese “estar en el mundo sin ser del mundo” que Jesús mismo nos propuso a sus discípulos. A mi modo de ver, la primera actitud -y quizás
la más difícil- es aceptar con serenidad
la situación compleja que nos ha tocado vivir y creer que la historia no se
le escapa a Dios de las manos, por oscuro que veamos el panorama. El Espíritu de Jesús actúa en la historia más allá de nuestros aciertos y errores. De aquí nace una confianza radical y una esperanza inquebrantable. En segundo
lugar, precisamos entrenarnos en el
discernimiento espiritual (y no solo en las encuestas de opinión) para no dejarnos llevar por voluntarismos, espiritualismos, catastrofismos, ideologías de cualquier signo o intereses espurios. Necesitamos distinguir entre los diablos (es decir, las realidades que
nos separan del camino cristiano y de la meta, que dividen la comunidad y que
nos roban la paz y la alegría) y los ángeles
(es decir, los signos que Dios pone en nuestra vida personal y social para que
nos mantengamos fieles a su Palabra). Creo, por último, que hay que evitar a toda costa los
planteamientos dilemáticos que oponen ortodoxia eclesial y compromiso
social, respeto a la tradición y apertura a lo nuevo, fidelidad al magisterio y
audacia investigadora…, tan del gusto de los extremistas. Siempre que la Iglesia se ha dejado llevar por el
demonio del “o-o”, en vez de por el ángel del “y-y”, hemos vivido una profunda
noche oscura. El Espíritu crea siempre la unidad en la diversidad, la comunión
en la diferencia.
Qué comentario tan complejo. Quiero decir que nos plantea tantos interrogantes y que vemos que a nuestro alrededor tantos aprovechan para cuestionar todo lo que viene de la Iglesia. Una opción es refugiarse en tus propios consejos que nos recuerdan que los caminos de Dios no son nuestros caminos y que hay que confiar en que es El quien hace.
ResponderEliminarEn todo caso, creo que la Iglesia es mucho mejor que lo era en alguna épocas no tan remotas.