A muchas personas
la primavera y el otoño les producen depresión. Otras muchas se sienten mal
cuando ven que la gente disfruta a su alrededor. Es un tópico hablar de ese
pariente que siempre se las arregla para aguar las fiestas familiares. Le basta
ver que todos se lo están pasando bien para organizar una trifulca, sacar a
colación los viejos trapos sucios o hacerse la víctima de afrentas reales o
imaginarias. Siempre me he preguntado por qué algunas personas se la tienen
jurada a la felicidad y hacen todo lo posible por no darle cauce. Es como si
llevaran en la frente un tatuaje con un solo mandamiento: Prohibido ser feliz. Son personas tóxicas que contaminan todo
cuanto tocan. Se quejan de que los demás evitan su compañía, pero no se dan
cuenta de que la hacen casi imposible. Su tendencia a ver siempre la cara
negativa de la vida, su propensión a difundir chismes de los demás, su mal
humor permanente y sus críticas amargas solo sirven para multiplicar un
sufrimiento inútil y de rebote aumentar su propio infortunio.
No es raro
encontrar entre personas adultas con formación religiosa a muchas que
consideran que el cristianismo es también tóxico porque parece oponerse a todo
lo que hace feliz al ser humano. Así como el budismo disfruta hoy de buena
prensa, porque se presenta como el camino de la felicidad y la compasión, la fe
cristiana (a veces por falsas comprensiones y otras por méritos propios) se
percibe como defensora de este valle de lágrimas. Algunos antiguos
autores espirituales decían que en los evangelios hay textos que muestran que Jesús
lloró, pero no hay ninguno que hable explícitamente de que Jesús se riera. Es
verdad. Pero no hay que olvidar las veces en las que se habla de la alegría de
Jesús, de sus muchos rasgos de humor. Por ejemplo, en el evangelio de Lucas
leemos: “En aquel momento, el Espíritu
Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has ocultado esta cosas a los sabios y prudentes y se las
has dado a conocer a los sencillos” (11,21). Pero, más allá de textos
aislados, toda la vida de Jesús es un anuncio de la noticia alegre del
evangelio, de la llegada de Dios a nuestras vidas. ¿Por qué hemos perdido este
enfoque y lo hemos sustituido por otras visiones tremendistas y hasta tétricas?
Tardaremos años en desembarazarnos de una visión oscurantista de la fe.
A la vista de
este telón de fondo, se comprende mejor por qué el papa Francisco tiene tanto
interés en presentar el Evangelio tal
cual, con el mínimo posible de envoltorio histórico. Muchas personas siguen
atrapadas en las nociones de catecismo que aprendieron de niños, en una
obsesión con el pecado (o, como reacción, en la pérdida completa de su
verdadero sentido), en una fijación en el sexo (o, como reacción, en una
banalización adictiva), en un juicio negativo sobre las personas y las cosas,
como si la resurrección de Jesús no estuviera ya actuando desde dentro en el mundo. Si yo no hubiera tenido una experiencia positiva y alegre del encuentro
con Cristo, dudo mucho de que aceptara una fe tan funesta y castradora. Lo
urgente, pues, no es multiplicar las palabras sino ayudar a las personas a tener
un encuentro personal con Jesús que derrumbe estas murallas absurdas e inunde el
corazón de la alegría de Dios. El
programa de Jesús no está construido a base de prohibiciones. Al contrario, es
un programa de felicidad. Las
bienaventuranzas –tanto en la versión larga de Mateo (cf. 5,1-12) como en la corta de Lucas (6,20-23)– son un canto a la felicidad. Jesús quiere
que descubramos cuáles son los caminos que conducen a ella para que no
sucumbamos a propuestas de felicidad-basura.
Frente al Prohibido ser feliz –que es el
mandamiento supremo que algunos atribuyen a la Iglesia– Jesús repite, una y
otra vez, Felices seréis los que… Sus
palabras van acompañadas de gestos que ayudan a los seres humanos a disfrutar de
esta felicidad de Dios: cura a enfermos y endemoniados, perdona a los pecadores
y acoge a los excluidos. Este es su verdadero discurso sobre Dios, su más reveladora
teología. Es como si dijera: Si yo actúo
así es porque Dios es así. ¿Qué extraños virus han infectado este programa?
¿Por qué los cristianos en muchos momentos de la historia hemos dado la vuelta
a este anuncio liberador hasta transformarlo en una especie de corsé opresivo?
No podemos cambiar la historia, pero sí podemos vivir el presente de otra manera. No se
puede ser seguidor de Jesús y continuar viviendo y anunciando un evangelio miserable.
Seguimos a un Hombre que ha dado su vida para que nosotros la tengamos en
abundancia. ¿Necesitamos más argumentos?
No hay ningún virus. Simplemente es la consecuencia de como, en el transcurso de los tiempos, se ha presentado la religión a los cristianos. Si sembramos miedo y pecado, recogeremos miedo y pecado. Si sembramos alegría, recogeremos alegría. Si sembramos amor, recogeremos amor.
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