En su artículo dominical
en El País, Rosa Montero
recordaba ayer un proverbio beduino que explica cómo funciona la perniciosa dinámica
de ataque a lo diferente y a los diferentes. El proverbio no tiene desperdicio:
“Yo contra mi hermano. Yo y mi hermano
contra nuestro primo. Yo, mi hermano y nuestro primo contra los vecinos. Todos
nosotros contra el forastero”. A muchas personas siempre les produce temor
o ansiedad “lo que viene de fuera”. Los líderes totalitarios conocen bien esta dinámica.
Se sirven de ella para azuzar sentimientos xenófobos, nacionalistas y racistas.
En varias partes del mundo –también en Europa– estamos viviendo episodios de
este tipo. Espero que no se transformen en corrientes y mucho menos en dictaduras.
En el fondo, detrás de
esta manera de pensar se esconde una visión dualista, típica de Occidente:
yo-los otros, sujeto-objeto, inmanencia-trascendencia, los buenos-los malos, los míos-los extranjeros,
izquierda-derecha, ortodoxia-heterodoxia, creyente-no creyente, fe-ciencia,
tradición-progreso, religión-cultura… Hoy este dualismo adquiere nuevas formas:
la casta-la gente, conectado-desconectado, centralistas-periféricos… Siempre
hay una brecha que impide aprovechar en nuevas síntesis lo mejor de cada postura.
Podríamos buscarla y llegar a consensos que hicieran posible una visión de la
realidad más rica y una convivencia más serena y justa, pero da la impresión de que esto
no interesa. Los conflictos abiertos siempre generan ganancias a corto y medio plazo. Por eso se alimentan una y otra vez.
El pasado sábado
murió a los 90 años un hombre que pasó toda su vida buscando la síntesis y el
mestizaje porque él mismo era mestizo: hijo de padre indio (hindú) y de madre
catalana (católica). Luchó por unir lo mejor de Occidente (la racionalidad y la
ciencia) con lo mejor de Oriente (la espiritualidad y la mística). Este hombre singular era
una síntesis de muchas cosas: ingeniero, filósofo, literato, músico… Se llamaba
Salvador Pániker.
Era hermano de otro pensador más conocido: Raimon Pániker,
fallecido a una edad parecida que su hermano en 2010. Ambos personajes,
exquisitos en las formas, suscitaron siempre mucha polémica. Su espíritu
mestizo no encajaba en las sociedades fuertemente dualistas: o eres indio o
eres español, o eres católico o eres hindú… Salvador Pániker acuñó el resbaladizo concepto
de retroprogresión. Con él quería
significar la necesidad de combinar la secularidad racionalista (más propia de
Occidente) y el misticismo (más propio de Oriente). Creía que el hombre maduro
tiene que ser a la vez adulto y niño. Defendía con pasión la era del hibridismo, una especie de religión
a la carta. Estaba convencido de que solo
en una sociedad laica, liberada de la tutela religiosa, se puede acceder a la
genuina trascendencia.
Probablemente uno
de los aspectos más polémicos de su pensamiento era la convicción de que se
puede, y se debe, vivir sin valores absolutos. En cuanto aparecen las palabras
con mayúsculas (Patria, Clase, Nación, Dios, etc.), comienzan los crímenes para
defenderlas y la exclusión de quienes no las comparten. La libertad y el bien no se imponen, se contagian. Nos pasamos la
mitad de la vida construyendo un ego
fuerte para luego, en la segunda mitad, tener que desmontarlo si queremos lograr la madurez. Pániker fue un
admirador confeso del primer Ken Wilber. Es difícil
hacer una síntesis de un pensamiento tan poco cartesiano y sistemático como el de Pániker.
Las contradicciones no son para él una debilidad argumental sino algo lógico en
un ser que vive el momento, que cambia, que ensancha su nivel de conciencia, que busca siempre la síntesis de contrarios.
Yo no
pienso siempre como Pániker ni hago una interpretación tan negativa como él hace de
nuestra tradición judeocristiana, ni idealizo las doctrinas orientales, cosa que, en el fondo, tampoco él hace. Basta
vivir unos cuantos años con personas de la India para relativizar todo lo que
algunos dicen con tanto entusiasmo sobre el Oriente solo por haber leído
algunos libros, haberse entrevistado con algún monje hindú o budista y haber viajado
un par de veces al subcontinente índico. Y –lo más importante– para mí Jesús de
Nazaret no es uno más en la constelación de personajes ilustres que nos ayudan
a explorar el mundo trascendente, una mera cifra del Absoluto, como sostenía Jaspers. Pero
esto nos llevaría muy lejos. Estamos ante uno de los temas más debatidos hoy en el campo del diálogo interreligioso, de la filosofía de las religiones y de la teología fundamental.
¿Por qué, entonces,
hablo hoy de Salvador Pániker? ¿Por qué lo que lo traigo a colación en este blog si sospecho que a muchos lectores
no les va a interesar el tema o se van incluso a mostrar contrariados y hasta
escandalizados? Por una razón muy simple: para hacer pensar, para hacer la
prueba de salir de nuestras cómodas posturas y de nuestros supuestos. Para plantearnos
las cosas desde nuevos puntos de vista. Para caer en la cuenta de que la
verdad, la bondad y la belleza no están siempre y solo en el mismo bando. Para intentar
superar el dualismo feroz en el que hemos sido educados y en el que nos movemos
socialmente. Los riesgos son grandes, pero no hay mayor peligro que una experiencia
religiosa fosilizada. Una fe que nunca se somete a la prueba, que no acepta el
desafío del cuestionamiento y del diálogo, permanece siempre inmadura y acaba
por no significar nada.
Si algún lector
tiene curiosidad, tiempo y paciencia, puede ver y escuchar una larga entrevista
que Sánchez Dragó le hizo a Salvador Pániker hace unos cuantos años. Supone un
repaso completo de los principales temas abordados por este poliédrico
pensador.
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