martes, 7 de marzo de 2017

¿Racista yo?

Hace poco más de un mes vi una pintada en Ulm, una ciudad del sur de Alemania. Me sorprendió, aunque se trata de una frase repetida en pósters y camisetas. Estaba escrita en inglés. Decía así: “I’m not racist. I hate everybody” (No soy racista. Odio a todo el mundo). Era una forma sarcástica de superar el racismo... por arriba. Odiando a todos, nadie se libra. En nuestras sociedades multiétnicas, la palabra racista suena a otras épocas, pero, por desgracia, está cobrando actualidad. El odio a los que son diferentes está detrás de las posturas xenófobas y del auge de muchos nacionalismos excluyentes. Antes de seguir adelante os invito a escuchar una parte de la entrevista que el periodista mexicano Jorge Ramos, de la cadena Univisión, le hace a Jared Taylor, un nacionalista norteamericano que defiende la supremacía de los blancos. Es fundador y editor de la revista American Renaissance y firme partidario de Donald Trump. Su altanería es manifiesta. Sin ningún rubor sostiene que los blancos europeos y los asiáticos del norte son superiores a los negros y otras razas inferiores.



Cuando escucho estas declaraciones comprendo que ninguna conquista social es definitiva, que hay batallas que tenemos que combatir cada día: la batalla de la paz, la democracia, la igualdad, los derechos civiles… Basta que surjan problemas o conflictos para que se disparen en nosotros, incluso en personas sensatas y racionales, los instintos primarios, la llamada de la tribu, la vuelta a lo nuestro, el regusto de las identidades excluyentes, los mitos de la superioridad.
Pasó en la culta Alemania de la primera mitad del siglo XX y puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar. Mirándome a mí mismo, tengo la impresión de que todos escondemos un racista dentro. Normalmente, está agazapado, a la espera de que una situación lo provoque y estalle. Podemos deshacernos en proclamas retóricas sobre la esencial igualdad de los seres humanos, pero cuando experimentamos problemas de seguridad, trabajo o control, enseguida se disparan las acusaciones: ¡La culpa la tienen los inmigrantes, los negros, los sudacas, los musulmanes, los latinos, los judíos, los gitanos…! En cada contexto, la exclusión adquiere rostros y nombres diferentes, aunque algunos se repiten siempre.

No quisiera perder la esperanza. La Palabra de Dios ha presentado con mucha claridad cómo se pone en marcha la dinámica de la exclusión, cómo se construyen muros protectores y cómo se acusa a la serpiente de seducirnos y engañarnos. Y también –desde la cruz de Jesús– cómo se destruye el muro del odio que nos separa y se camina hacia una humanidad reconciliada. Vivo en una comunidad multiétnica. Cada día tengo la oportunidad de medir mi nivel de racismo y mi capacidad de mirar a cada persona como un ser humano, sin importar el color de la piel o sus rasgos faciales. Es un laboratorio de mutua aceptación. Os dejo con una vieja canción que cantaba en mis años juveniles y que nos recuerda que la piel de Dios es roja, amarilla, negra y blanca. El Padre no hace ninguna discriminación. Es absurdo que la hagamos los hijos. 




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