Después de mi
ausencia de este Rincón durante tres
días por motivos laborales, vuelvo a la carga de nuevo en el Tercer
Domingo de Cuaresma. Estamos a la mitad del camino que nos conduce a la
Pascua. A lo largo de los tres domingos que nos quedan, la liturgia nos irá presentando el misterio de Jesús en torno a tres símbolos: el agua (tercer domingo), la luz (cuarto domingo) y la vida (quinto domingo). Tendremos ocasión de meditarlos uno a uno. El evangelio de hoy está centrado en el agua. Nos ofrece el encuentro de Jesús con la mujer samaritana.
Como cada domingo, Fernando
Armellini nos proporciona algunas claves para entender el trasfondo de
este conocido pasaje del capítulo 4 del evangelio de Juan y su significado para nosotros. Yo
lo leo a la luz de una experiencia reciente. El pasado mes de noviembre tuve la suerte
de beber agua del famoso pozo de Sicar y de meditar in situ este atractivo pasaje.
El pozo tiene 3.000 años de antigüedad y 32
metros de profundidad. Todavía hoy sigue dando agua limpia y fresca, como en
tiempos de Jesús. Hoy ya no está al aire libre sino cubierto por una hermosa
iglesia ortodoxa, un poco abigarrada. Resulta difícil imaginar el brocal rodeado de
caminantes que se detenían para descansar y aliviar su sed. La historia que
Juan cuenta se desarrolla junto a este pozo. El sol cae de plano. Es casi mediodía.
Un galileo, llamado Jesús de Nazaret, cansado del camino, se acerca al pozo. Allí se encuentra con una anónima mujer samaritana. Para un observador puntilloso, esto es un escándalo. Para el lector
del evangelio, lo que va a suceder es un proceso de transformación. La mujer sin
nombre pasa de ser una infiel y pecadora samaritana
a convertirse en misionera del Evangelio.
Por eso, esta historia es tan atractiva: porque nos ayuda a comprender qué nos
tiene que pasar a nosotros –hombres y mujeres escépticos– para redescubrir la
alegría del Evangelio y dar testimonio de ella.
Todo el proceso
entre estos dos “enamorados” (que simbolizan a Dios y al nuevo pueblo de la Iglesia)
comienza con una inocente petición
por parte de Jesús: “Dame de beber”
(Jn 4,7). La extrañeza de la mujer es solo un modo de resaltar el contraste
entre el agua material que ella (usuaria habitual del pozo) puede ofrecer y la otra agua que Jesús le va a dar. Se trata
del agua viva que apaga la sed para
siempre y se convierte dentro de cada uno de nosotros “en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Tras esta
catequesis inicial, sigue un proceso de purificación, de reconocimiento de la
propia realidad y, por último, el testimonio de lo sucedido ante los habitantes
del pueblo. El largo relato está cargado de símbolos y matices, pero lo sustancial
está aquí: el itinerario de una mujer de mala fama que, sin conocer a Jesús,
acaba reconociéndolo como Mesías y convirtiéndose en testigo suyo en medio de
sus paisanos. El viandante galileo acaba siendo reconocido como salvador del mundo después de haberlo descubierto como un profeta y como el mesías anunciado.
Creo que estas historias
siguen sucediendo hoy. Jesús se acerca al pozo donde cada uno nos abrevamos y
nos pide algo: “Dame un poco de tu
tiempo, de tus intereses, de tus preocupaciones, de tu amor”. Nosotros, celosos de lo nuestro, nos
resistimos, sin saber que, a cambio de ese pequeño gesto de apertura, él está
dispuesto a saciar esa sed infinita que nos acompaña desde que nacemos. El
hecho de que nuestro cuerpo esté formado en un 70% por agua simboliza esa sed
que todos los humanos llevamos “de fábrica”. Por eso, trabajamos, buscamos dinero, éxito, cariño, reconocimiento… Y nunca acabamos de sentirnos
satisfechos porque pedimos a las cosas y a las personas que apaguen una sed que
excede con mucho sus posibilidades. Vamos de frustración en frustración. A menudo, de manera inconsciente, manipulamos a los otros (cónyuges, amigos, hermanos, compañeros)
para que satisfagan nuestros deseos. Tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de
que solo Jesús puede darnos ese agua viva que anhelamos. Pero nunca es tarde. La vida está llena de recodos y sorpresas. Cuando menos lo pensamos, él se hace el encontradizo con nosotros y nos abre un nuevo horizonte inimaginable.
Os dejo con una
meditación musical inspirada en este relato de Juan. Si la aprendéis y os atrevéis a cantarla,
en el segundo vídeo encontraréis el karaoke correspondiente.
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