1. Meditación
Vivimos tal sobrecarga de informaciones breves y rápidas, que corremos el riesgo de creer que sabemos muchas cosas, cuando en realidad estamos perdidos. La meditación es esa práctica que nos ayuda a serenarnos para poder concentrar nuestra atención en algunas realidades. Solo esta concentración serena nos permite ir más allá de la superficialidad y profundizar en el significado de las experiencias que conforman nuestra vida.
2. Oración
La oración nos abre a la relación personal con Dios. Es, ciertamente, una actitud que debe impregnar toda nuestra vida, pero es también una práctica que exige reservar algunos espacios y tiempos. Sin una ejercitación regular, podemos confundir la oración con el hecho de tomar conciencia de nosotros mismos o de “vivir el ahora”, como subrayan algunas corrientes espirituales.
3. Ayuno
Esta práctica tradicional, abandonada en buena medida por el catolicismo y reciclada por las escuelas que buscan el bienestar personal, nos ayuda a purificar el cuerpo y el espíritu, pero, sobre todo, a desapegarnos de las adicciones que nos esclavizan. En el pasado se ponía mucho el acento en la comida, la bebida y el uso de sustancias. Hoy añadimos la desintoxicación digital, el lenguaje violento o chismoso y el consumismo.
4. Estudio
Para muchos, el estudio es una práctica reservada solo a los “estudiantes” (es decir, a los que se hallan en alguna de las etapas de la formación inicial). Sin embargo, si queremos seguir creciendo en nuestra comprensión del mundo y de la fe, caminar al ritmo de los tiempos, dar razón de nuestra esperanza,
necesitamos cultivar el hábito de leer, profundizar, sintetizar y exponer. Hay algunos libros sencillos -como, por ejemplo,
Esta es nuestra fe. Teología para quienes no leen teología, de Luis González-Carvajal- que pueden ayudarnos a introducirnos en el mundo de la teología.
5. Sencillez
Vivimos en un mundo muy sofisticado en el que -como cantaba hace más de veinte años la cantante española María Isabel- podemos confesar que
“antes muerta que sencilla”. Parece que la sencillez no casa con el postureo tan presente en las redes sociales y con la invitación constante a cultivar la imagen.
La sencillez es fruto de la verdad. Tiene también que ver con la claridad, con la no multiplicación de actos y palabras sin necesidad, con la capacidad de ir a lo esencial.
6. Retiro
No todo el mundo puede permitirse el lujo de alejarse unos cuantos días de su domicilio y vivir una experiencia de silencio en un monasterio o en una casa de espiritualidad. Y, sin embargo, si queremos mantener nuestro equilibrio personal, necesitamos de vez en tomar distancia de las tareas ordinarias y dedicar tiempo a estar en soledad. Hay experiencias que solo se producen cuando dejamos que el silencio nos ayude a descubrirlas.
7. Sumisión
Vivimos en una cultura que valora y promociona la libertad individual, la autonomía y la autoafirmación. Somos alérgicos a cualquier forma (burda o sutil) de dominación y esclavitud. Este es un fruto espléndido de la experiencia de gracia. Y, sin embargo, donde hay apertura a la voluntad de Dios, se requiere también un tipo de sumisión que no es la propia del esclavo, sino la de quien se entrega por amor, la de quien renuncia a su propio yo para que los demás puedan crecer.
8. Servicio
Es verdad que desde hace décadas está de moda la palabra solidaridad. Hemos crecido en sensibilidad ante los males ajenos y estamos dispuestos, al menos emocionalmente, a echar una mano. La fe implica algo más. El servicio es la práctica que nos asemeja al Cristo que no vino a ser servido, sino a servir. Implica la capacidad de renunciar a nuestros privilegios, ceñirnos la toalla de los criados y lavar los pies a quienes necesitan de nuestra ayuda. Lo que determina la calidad del servicio no es lo que a nosotros nos gusta hacer, sino la respuesta a lo que los demás nos demandan o necesitan.
9. Confesión
Para muchos creyentes, confesar los propios pecados y recibir la absolución se ha vuelto una práctica difícil e irrelevante. Y, sin embargo, ha crecido el recurso a la ayuda psicológica. Una cosa no quita la otra. Confesar los propios pecados significa reconocer que no estamos a la altura de la misericordia que sostiene nuestra vida y abrirnos a su fuerza sanadora. El sacramento nos ayuda a ganar en lucidez, humildad y confianza, a dejarnos perdonar por Dios.
10. Adoración
El papa Francisco insiste mucho en que, en la sociedad politeísta e idolátrica en la que vivimos, necesitamos redescubrir el sentido profundo del adorar. Cuando adoramos a Dios, reconocemos su misterio insondable y aceptamos nuestra condición de criaturas. La adoración nos cura del orgullo, pero también de la desesperación. Estamos sostenidos por un Amor que nunca nos abandona. Muchos jóvenes han redescubierto una práctica que vivió tiempos de ocultamiento cuando la espiritualidad puso demasiado el acento en la acción y olvidó que sin Él no podemos hacer nada.
11. Acompañamiento
Caminar solos tiene muchos peligros. El principal es el subjetivismo, el confundir la realidad con lo que nosotros vemos, pensamos y sentimos. La vida espiritual está erizada de “demonios” que intentan desviarnos del camino. Por eso, necesitamos que alguien nos ayude a desenmascararlos y encaminar nuestros pasos en la dirección correcta. Dejarnos acompañar es un signo claro de madurez espiritual. Vivir cerrados en nuestra arrogancia nos impide crecer en la fe.
12. Celebración
La fe necesita ser acogida, profundizada, compartida, anunciada… y celebrada. La liturgia es la fuente y el culmen de una fe madura. Toda celebración nos libera de una fe individualista y nos ayuda a vivir la comunión de la Iglesia. El divorcio entre fe individual y celebración eclesial es quizás uno de los dramas de nuestro tiempo. Necesitamos vivir con alegría el domingo, el “día del Señor”, los diversos tiempos litúrgicos a lo largo del año y, en definitiva, la fuerza de una fe que se hace alabanza.
Este dodecálogo no es una lista de “cosas que tenemos que hacer”, sino una falsilla que nos ayuda caer en la cuenta de nuestros acentos y nuestros olvidos; un recordatorio de lo que nos ayuda a seguir creciendo en la fe.