domingo, 28 de septiembre de 2025

Indiferencia y sordera


Escribir en un aeropuerto mientras la gente viene y va con sus maletas no es tarea fácil, pero yo estoy acostumbrado. Hasta diría que a veces me inspiro más en este ambiente que en la tranquilidad de mi cuarto. El mensaje de este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario es de los que “mueve el piso”, como se dice en algunos países hispanoamericanos. Tanto el profeta Amós (primera lectura) como Jesús (evangelio), nos alertan contra el peligro de la indiferencia. 

Los pobres, excluidos y necesitados de toda especie están ahí, a cuatro pasos, pero podemos no verlos. Se vive mejor pensando que no existen o, por lo menos, que su mundo no tiene nada que ver con el nuestro, que hay un “abismo” entre ambos, como dice Jesús en la parábola del rico (anónimo) y del pobre (Lázaro). La indiferencia nos anestesia contra una realidad hiriente, pegajosa, incómoda y nos permite seguir con nuestro estilo de vida, como si no hubiéramos visto nada. En realidad, no vemos porque no queremos ver.


Pero los problemas no acaban con la vista averiada. Tiene que ver también con un oído malogrado. No solo no queremos ver, sino que tampoco queremos oír. La Palabra de Dios, con infinidad de registros, nos habla de Jesús y de su mensaje liberador de toda opresión, de su anuncio del evangelio de la gracia a los pobres, pero nuestros oídos están secuestrados por otros mensajes más aduladores. Ser ciegos (indiferencia) y sordos (sordera) es una condición humana que en nuestro tiempo destaca con fuerza. 

Ahora los medios de comunicación nos sirven a diario pobrezas sin cuento, una avalancha irrefrenable de desgracias humanas. Tan pronto nos ponen imágenes de muertos en el Dombás ucraniano o en la franja de Gaza como nos hablan de los niños explotados en las minas de coltán del este congolés. En nosotros se despierta una solidaridad primaria, de humanidad todavía despierta, pero pocas veces se traduce en compromisos solidarios o en cambios en nuestro tranquilo estilo de vida. Como no podemos tolerar por mucho tiempo esta especie de mala conciencia, acabamos por anestesiar esa parte del cerebro que se enciende con este tipo de noticias.


En realidad, Jesús no nos pide cambiar el mundo. Él sabe que es una empresa que rebasa nuestras débiles fuerzas. Nos pide algo más sencillo: mirar con humanidad a los pobres que tenemos al lado y escuchar su voz. Dios mismo nos habla a través de estas palabras humanas y comprensibles. La respuesta que demos, quizás también pequeña e insuficiente, es la respuesta que damos a Dios. 

Pequeños gestos como estos acaban reseteando un corazón endurecido. Las grandes transformaciones suelen ser más auténticas y creíbles cuando son el fruto de pequeños cambios sostenidos en el tiempo. Los gestos grandilocuentes y efímeros sirven para poco.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Los vaivenes y los días


El título de la entrada de hoy se inspira en Los placeres y los días, una obra de Marcel Proust, que a su vez reformuló Los trabajos y los días de Hesíodo. No es inocuo el cambio de “trabajos” (Hesíodo) por “placeres” (Proust), como tampoco lo es el de “placeres” por “vaivenes” (Gundisalvus). Y es que, entrados ya en el otoño, con una temperatura aceptable, estoy inmerso en un sinfín de actividades que me obligan a ir y venir, hablar con unos y con otros, vivir con intensidad cada momento del día. Quizás la felicidad personal se asemeja más a la capacidad de dar sentido a cada fragmento de la jornada que a la eclosión de experiencias placenteras de corta duración. 

El hecho de poder levantarnos cada día tras un descanso reparador, disponer de una ducha templada (una especie de bautismo secular), saborear un café caliente... no tendría que ser despachado como algo banal o rutinario. Se trata, más bien, de una sucesión de pequeños milagros que van configurando el rosario de nuestra jornada. No es necesario vivir nada extraordinario para ser felices. Podemos asombrarnos de la maravilla de lo ordinario si descubrimos que es expresión de gracia y de belleza. Las personas que tienen esta capacidad convierten cada jornada en una síntesis de la existencia entera. Todos los días, nacen, viven y mueren sin rutina y sin aburrimiento.


Lo pensaba esta mañana mientras, enfundado en una cazadora de otoño, caminaba por la calle Princesa rumbo a la celebración de la Eucaristía matinal con las religiosas concepcionistas. Los nueve grados me ayudaban a despertarme un poco más mientras contemplaba a los barrenderos que recogían ya las hojas caducas de los plátanos de Indias y las colillas de cigarrillos que muchos desaprensivos arrojan en los alcorques a pesar de que tienen una papelera al alcance de la mano. Es verdad que a menudo veo a los barrenderos pegados a su móvil, como matando el tiempo, pero la mayoría se esfuerza por arreglar cada mañana lo que nosotros estropeamos durante el día. Siempre me he extrañado, y hasta indignado, de lo innecesariamente sucios que somos. ¡Con lo fácil que sería mantener una ciudad limpia con un mínimo de sentido cívico y alguna que otra multa ejemplarizante! 

Veo también a oficinistas y obreros que apuran un café en los bares que abren temprano. Y veo todos los días a colegiales que, desafiando el fresco matutino, van a clase en mangas de camisa, como si el cambio de estación no fuera con ellos. A veces juego a imaginar las historias que esconde cada viandante con el que me cruzo, pero estoy seguro de que casi siempre me equivoco. Con todo, hay algunos rostros que no pueden esconder su pesadumbre.


Viene luego el ritmo del trabajo. Me aguardan conversaciones telefónicas, entrevistas personales, redacción de artículos, pequeñas reuniones de programación y revisión, excursiones a internet para ver si ha pasado algo importante en el mundo, pausas conversacionales en torno a otro café. Y, al filo de las dos de la tarde, la comida compartida en comunidad. Esa “eucaristía secular” es todo un concentrado de gracia. Detrás de cada plato hay agricultores, ganaderos y pescadores que han cultivado o recogido los productos, y comerciantes que los han distribuidos. Hay, por supuesto, alguien que los ha preparado en la cocina y que ha colocado los manteles y los platos sobre las cuatro mesas de nuestro refectorio. 

Cuando todo esto se reconoce y se agradece, la comida se convierte en un canto a la vida. Un día más podemos sentarnos a la mesa, llenar nuestros platos y departir con un grupo plural de hermanos. La vida sigue teniendo sentido, aunque en otros muchos lugares haya millones de seres humanos que batallan por sobrevivir. Cada uno de ellos vivirá también sus “vaivenes y sus días” y, en medio de sus dificultades, encontrará motivos para no rendirse. Nunca sabremos lo afortunados que somos. Quizás solo el día en que perdamos la fe y la esperanza y todo lo que hasta ahora nos parecía admirable se torne fatigoso y hasta despreciable. Esperemos que ese día no llegue nunca y que, mientras tanto, podamos disfrutar de la maravillosa sinfonía de “los vaivenes y los días”.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Una virtud discutida


Cuando hacemos una lista con las virtudes que más apreciamos solemos incluir la caridad, la humildad, la prudencia, la fortaleza… A esta lista Jesús añade en el evangelio de este XXV Domingo del Tiempo Ordinario una que no suele figurar en el ranking virtuoso: la astucia o la sagacidad. Mientras cuenta la parábola del administrador injusto, añade que “el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia”. En realidad, el texto griego no utiliza el sustantivo “astucia”, sino el adverbio “phronímos”, que significa “sagazmente”, “prudentemente”. 

Es obvio que Jesús no defiende la conducta corrupta del administrador, sino su capacidad de aprovechar la oportunidad, de discernir lo más conducente a su objetivo de sobrevivir con dignidad tras ser despedido por su amo. Acostumbrado a administrar, no estaba preparado para otros menesteres más onerosos. Lo confiesa sin pudor: “Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza”. Por eso, busca una salida honrosa. Jesús reconoce que “los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.


¿Cómo podríamos aplicar hoy esta difícil parábola a nuestra situación? Para ello, tendríamos que partir de la última frase de Jesús en el evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero”. En otras palabras: el ser humano no puede tener simultáneamente dos dioses porque “o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo”. Si bien la codicia del dinero siempre ha sido una tentación humana, hoy ha adquirido proporciones inimaginables. El sueño de muchos adolescentes es “ser millonario”. Si no lo pueden lograr siendo futbolistas de élite o actrices de renombre, siempre pueden intentarlo en el mundo digital de los influencers o de quienes se venden en páginas “para adultos”. 

Así como otras pasiones van menguando con los años, la codicia es insaciable. Recuerdo que Camilo José Cela, el premio Nobel de Literatura (1989), contaba que, desde adolescente, había aprendido que para ser virtuosos tenemos que dejar los vicios. Sin negar este consejo, él recordaba que un sagaz cura gallego, amigo suyo, le dijo que, con la edad, son los vicios los que nos dejan a nosotros (pensemos, por ejemplo, en la lujuria o la gula), excepto dos que se mantienen activos hasta el final: la envidia y la codicia. Jesús conocía bien estos entresijos del alma humana; por eso, nos pide que seamos sagaces, que no caigamos en la tentación de dejarnos dominar por la codicia del dinero porque entonces nuestro corazón nunca, absolutamente nunca, va a estar satisfecho.


Ser astutos o sagaces significa, pues, ser capaces de distinguir entre el camino de Dios y el camino del dinero y aprovechar aquellas actitudes y acciones que nos permiten recorrer expeditos el primero y evitar el segundo. Si damos culto al dios dinero y para ello “pisoteamos al pobre y eliminamos a los humildes del país” (primera lectura del profeta Amós), Dios nos anuncia su modo de actuar: “No olvidaré jamás ninguna de sus acciones”. Ninguna afrenta a los pobres quedará impune por más que en este mundo parezca lo contrario. 

En cualquier caso, el Dios en el que creemos no se gloría en nuestro fracaso porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (segunda lectura de la primera carta de Pablo a Timoteo). Ser astutos y sagaces significa darnos cuenta de esto antes de que sea demasiado tarde, no dejarnos seducir por la avaricia ciega, comprender lo que conduce a la vida y lo que empuja a la muerte. Igual que los “hijos de las tinieblas” saben hacer negocio con todo para engrosar sus arcas (pensemos en algunos de los multimillonarios mundiales), los “hijos de la luz” debemos espabilarnos para aprovechar todo lo que pueda ayudarnos a vivir como hijos de Dios. Esta astucia evangélica debe ser incorporada cuanto antes a la lista de nuestras virtudes cristianas.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Mucho más que palabras


Le he preguntado a la IA (AI en inglés) qué entiende por oración. Y como la mía es una IA muy secularizada me ha respondido que es “una unidad lingüística que expresa una idea completa”. Para que no hubiera confusión le he preguntado qué entendía por oración cristiana, a lo que muy amablemente me ha respondido que “la oración cristiana es mucho más que palabras dirigidas al cielo: es una conversación íntima con Dios, una expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. En el cristianismo, orar no es simplemente repetir fórmulas, sino abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad”. 

He vuelto a la carga repitiendo la pregunta inicial. Esta vez la IA me ha dado una respuesta muy comedida: “La palabra oración tiene varios significados, dependiendo del contexto en que se use. Aquí te explico los dos principales: el religioso y el gramatical”. Está claro que la IA no quería pasar por tonta y que había “aprendido” del diálogo anterior. Será todo lo “artificial” que queramos, pero también es “inteligente”. El pequeño ejercicio me lo ha provocado la lectura de unas declaraciones del papa León XIV en las que revela que no ha autorizado una propuesta para ser recreado mediante inteligencia artificial.


Pero volvamos a lo que mi amiga IA dice sobre la oración cristiana porque demuestra profundidad teológica y unción espiritual: “Es una conversación íntima con Dios, una expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. En el cristianismo, orar no es simplemente repetir fórmulas, sino abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad”. Exploremos las tres categorías empleadas.
  • En primer lugar, la oración es una conversación íntima con Dios. Conversar significa hablar con alguien, entrar en comunicación con otra persona. Eso presupone que creemos en el Tú de Dios, que no lo reducimos a una fuerza cósmica impersonal, sino que lo sentimos como Alguien con quien se puede establecer una relación. Por otra parte, el adjetivo “íntima” indica interioridad, amor, confianza. No se trata, pues, de algo puramente exterior, reducido a fórmulas estereotipadas listas para ser usadas según un catálogo de necesidades.
  • En segundo lugar, la oración es expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. El uso de estas cuatro palabras parece conectado con los distintos tipos de oración: alabanza, acción de gracias, petición y adoración. Eso significa que podemos “conversar con Dios” en una gama amplia de situaciones, que van desde el asombro o el sobrecogimiento hasta el dolor, la enfermedad, el pecado o la preocupación por los demás. No hay experiencia humana que no sea susceptible de ser “orable”. Para orar podemos estar tristes o contentos, satisfechos o inquietos, solos o acompañados, esperanzados o desesperados… En toda ocasión podemos expresar a Dios lo que estamos viviendo.
  • Por último, la oración consiste en abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad. A menudo, la oración no se hace con palabras, sino con sentimientos. Abrir el corazón a Dios significa liberarnos de todas las caretas que usamos en el trato con los demás y también de los autoengaños, “andar en verdad”, como definía Santa Teresa de Jesús la humildad.


Reconozco que la IA no anda muy desencaminada. Se ve que ha sabido rastrear el ciberespacio, escoger lo más pertinente y presentarlo de manera articulada. Lo que no puede hacer es orar por nosotros. Este es un asunto completamente personal.



miércoles, 17 de septiembre de 2025

Juntos podemos ayudarnos


En este mes de septiembre las parroquias, colegios y comunidades programan el curso 2025-2026. En el retiro con varios amigos de este Rincón celebrado el fin de semana del 9 al 11 de mayo decidimos organizar otro en otoño. Faltan todavía dos meses para el momento previsto, pero me parece que es oportuno anunciarlo ahora para que el que lo desee pueda reservar las fechas con anticipación. 

Cada vez se habla más de una Iglesia sinodal en la que todos podamos participar. El ámbito natural son las parroquias, pero no todas pueden garantizar experiencias de encuentro, formación y oración. Por eso, es saludable que haya otras iniciativas que cubran de manera complementaria esos espacios y remitan siempre a la vida comunitaria parroquial. Ese es el objetivo de los retiros que desde el año 2020 venimos organizando con algunos lectores de este blog. De ninguna manera pretendemos crear caminos paralelos o poner en marcha un movimiento alternativo. Se trata solo de favorecer experiencias que ayuden a vivir con más profundidad y sentido comunitario la propia fe o la búsqueda sincera.

Para el retiro de noviembre queremos propiciar el encuentro entre los mayores y los jóvenes de manera que se supere la brecha generacional que a veces impide beneficiarse de la experiencia de los primeros y de las inquietudes de los segundos. El tema escogido tiene que ver con la práctica de la oración. Hay muchas personas que desearían orar, pero no saben bien cómo hacerlo. Intuyen que su vida cristiana daría un salto de calidad, pero carecen de método y de hábitos. 

No se trata de leer muchas cosas sobre la oración, sino de practicar. No aspiramos a ser cartógrafos de la geografía divina, sino exploradores. Os animo a participar en este encuentro a todos aquellos que sintáis la inquietud. Podemos acoger a un máximo de 30 personas. 


En el cuadro siguiente ofrezco toda la información necesaria. Los que se vayan inscribiendo formarán parte del grupo de WhatsApp en el que distribuiremos otras informaciones complementarias.

RETIRO DE ADVIENTO

para lectores y amigos de El Rincón de Gundisalvus

  • Fecha: Del viernes 21 de noviembre (a las 8 de la tarde) al domingo 23 de noviembre (después de la comida).
  • Tema: “Señor, enséñanos a orar” (cómo pasar de la inquietud a la práctica).
  • Lugar: Casa de Espiritualidad de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y Madre de Dios. Avd. Reina Victoria, 35. 28430 Alpedrete-Los Llanos (Madrid).
  • Inscripción: Los que deseéis participar, podéis escribirme a esta dirección: gonfersa@@hotmail.com.


martes, 16 de septiembre de 2025

No es nada fácil


Resulta difícil opinar sobre cuestiones controvertidas sin que nadie se sienta ofendido. Una de ellas es el sabotaje a La Vuelta con el objetivo de protestar contra la masacre (“genocidio” es la palabra usada) de Israel en Gaza. Como sucede en este tipo de protestas, hay un revoltijo de motivaciones y, en algunos casos, una incongruencia de métodos. No se puede denunciar la violencia grande practicando la violencia pequeña. No se puede luchar por una causa que se considera justa tomando injustamente como rehenes a quienes no tienen ninguna responsabilidad directa en ella: corredores, policías, etc. De lo contrario, abriríamos una vía en la que todos seríamos responsables de todo (la guerra de Gaza, el calentamiento global, los altos precios de la vivienda, la pederastia, la trata de personas, el precio de la luz) y, por lo tanto, estaríamos expuestos a la justicia ejercida por los supuestamente afectados. 

Lo que ha sucedido con La Vuelta es un ejemplo más de cómo una protesta discutible, pero legítima, puede ser instrumentalizada al servicio de intereses espurios. Es otro indicador de esa estrategia perfectamente conocida que consiste en “agitar la calle” (el motivo es lo de menos) para desviar la atención de lo que no interesa que se airee. Naturalmente, hay que utilizar causas que resulten creíbles y conciten, según los casos, la indignación popular o la compasión mediática. Es la estrategia del “ángel malo” que actúa sub angelo lucis (como si fuera un ángel de luz) de la que Ignacio de Loyola nos advierte en el libro de los Ejercicios Espirituales y para la que se necesita un olfato especial.


Si uno denuncia esta estrategia en el caso del sabotaje a La Vuelta, enseguida será tildado de corresponsable de las matanzas de Gaza, de colaboracionista con el gobierno de Israel, de equidistante cobarde y de otras lindezas por el estilo. No hay que caer en la trampa racional del callejón sin salida o en la provocación emocional. En todo proceso de discernimiento sano, distinguir y cribar son dos operaciones imprescindibles. ¿Quién en su sano juicio puede justificar las muertes indiscriminadas y la hambruna a la que está siendo sometida la población de Gaza? Parece claro que la reacción de Israel al inhumano ataque de Hamás es absolutamente desproporcionada e injusta y que la comunidad internacional debe reaccionar con energía, más allá de los intereses económicos y geoestratégicos. Los derechos humanos están por encima de las alianzas políticas. 

Pero, dicho esto, es necesario añadir que quienes conocen de cerca el conflicto que enfrenta desde hace décadas a israelíes y palestinos hablan de matices que se nos escapan a quienes observamos las cosas a distancia. La protesta valiente es inseparable de la prudencia sabia. Y aquí es donde se abre un espacio amplísimo para la instrumentalización. Quienes más están ayudando de cerca a la sufrida población de Gaza (médicos, enfermeros, trabajadores sociales, personal de ONGs, misioneros) no suelen coincidir con quienes se echan a las calles, enarbolan la típica kufiya palestina, derriban vallas, agreden a policías… y luego se van al bar de la esquina a tomarse un par de cervezas con los colegas de manifa para comentar las jugadas y colgar fotos y manifiestos en las redes sociales.


Como era de esperar (o más bien de temer), los periódicos de ayer contemplaron estos hechos con sus gafas ideológicas. Eran muy previsibles los titulares de las portadas y el tenor de sus editoriales. Quizás es algo inevitable. A todos nos pasa. Pero, conscientes de esta distorsión perceptiva, hemos de hacer un continuo ejercicio de autocrítica, de modo que -como nos advierte Jesús- caigamos en la cuenta de la viga que hay en nuestro ojo antes de señalar la mota que hay en el ojo de los de los demás. 

Reconozco que no es nada fácil y que las emociones suelen prevalecer sobre las razones. Todos necesitamos tomar distancia, liberarnos de precompresiones, abrir los ojos a los hechos, escuchar opiniones distintas y luego, de manera humilde pero coherente, tomar nuestra posición y, llegado el caso, corregirla. Siempre estamos aprendiendo.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Las tres cruces


El título no es una ampliación del célebre bolero Dos cruces compuesto por Carmelo Larrea en 1952 e interpretado por numerosos artistas. Es una meditación sobre la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos hoy domingo en España, aunque en muchos países de Hispanoamérica celebran el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Creo que, a lo largo de nuestra vida, vivimos nuestra relación con la cruz de Jesús de maneras diferentes. Tardamos mucho tiempo en comprender su verdadero significado redentor. Por eso se nos hacen incomprensibles muchas palabras de Jesús que nos invitan a cargar con la la cruz de cada día. Hay una cruz evitada, una cruz soportada y una cruz abrazada.


La cruz evitada

Cuando somos jóvenes experimentamos la vida en todo su esplendor. Aspiramos a disfrutarla y a compartirla. Huimos de todo lo que implique dolor o sufrimiento. Admiramos al Jesús que evangeliza y cura, pero tenemos problemas para aceptar y entender su trágico final. La muerte en la cruz nos parece innecesariamente cruel. Introduce una distorsión que no sabemos manejar. Por eso, aunque llevemos cruces al cuello y colgadas de las orejas, evitamos cualquier experiencia que nos suponga morir a nosotros mismos o cualquier sufrimiento que nos parezca inútil.

La cruz soportada

En la edad adulta hemos tenido ya suficientes experiencias de la vida como para darnos cuenta de que el sufrimiento es inevitable, de que la vida no es un camino de rosas, de que las espinas forman parte de la realidad. Hemos almacenado fracasos y sinsabores, frustraciones y esfuerzos. Sabemos que vivir es luchar. Vemos la cruz como un elemento inevitable, pero nos limitamos a soportarla del mejor modo posible. Convivimos con ella como quien convive con un defecto físico insuperable. Amortiguamos su peso con experiencias placenteras que equilibren la balanza de la vida. Empezamos a entender a Jesús, pero nos resistimos a imitarlo.

La cruz abrazada

A medida que nos acercamos a la ancianidad y vamos experimentando las “pérdidas” normales de la vida (salud, trabajos y responsabilidades, amigos y seguridad) nos acercamos a la cruz de Jesús como a nuestra tabla de salvación, nos identificamos con ella porque entendemos que el verdadero amor siempre implica la muerte a uno mismo. La cruz deja de ser un objeto de adorno o un símbolo de suplicio para convertirse en expresión suprema de entrega, en fuente de consuelo y esperanza. No huimos de ella, ni siquiera nos limitamos a soportarla pasivamente. Nos abrazamos a ella porque en ella encontramos al Jesús que muere por todos.


No es necesario que estas etapas coincidan con las edades de la vida. Se pueden dar en cualquier tiempo. Incluso admiten repeticiones. Lo que importa es que, conducidos por el Espíritu, aprendamos a descubrir que en la cruz de Jesús se transparenta lo que leemos en el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Hace falta mucha transformación interior para comprender el alcance de esta buena noticia.