jueves, 27 de marzo de 2025

Las cloacas del poder


Me la he leído en un par de días robando tiempo al descanso nocturno. Salió hace cuatro años, pero la tenía almacenada en el Reader. Espoleado por el reportaje del dominical de El País del pasado domingo sobre la última producción de Javier Cercas -El loco de Dios en el fin del mundo- la rescaté de los estantes de mi biblioteca electrónica. Confieso que me ha enganchado. Me refiero a la novela Independencia. Su título puede prestarse a engaño. No trata sobre la independencia de Cataluña -tema que Cercas ha abordado en numerosas ocasiones- ni tampoco sobre el famoso procès, sino sobre las cloacas del poder y del dinero. O del dinero y del poder, que tanto da. 

Toma como asunto principal la extorsión que un misterioso personaje le hace a la alcaldesa de Barcelona (no se refiere a Ada Colau, sino a una mujer que supuestamente ejerce el cargo en 2025, el año en curso) exigiéndole primero su dinero y luego su dimisión para evitar difundir un vídeo de alto voltaje sexual que recoge algunas experiencias juveniles de la política. El policía Melchor Marín -hijo de una prostituta asesinada, expresidiario, lector impenitente de novelas y famoso por haber sido uno de los héroes cuando los atentados islamistas de 2027 en Barcelona- colabora en la resolución del caso y comprueba que está misteriosamente conectado con un asunto personal de suma trascendencia. No revelo más detalles.


Javier Cercas construye de tal manera el relato que se hace difícil abandonarlo. Domina el lenguaje, el tempo y, sobre todo, la arquitectura de la novela. Aunque he disfrutado mucho con su desarrollo, lo que más me ha afectado es la reflexión implícita y explícita sobre la conexión entre dinero y poder, tan de moda hoy con el tándem Trump-Musk. En realidad, la verdadera independencia en Cataluña la tienen quienes desde hace mucho tiempo detentan (uso deliberadamente este verbo) el poder en la sombra. 

En un momento determinado de la novela, uno de los personajes dice algo parecido a esto: “Los intelectuales tienen ideas, los pobres tienen ideales, pero solo los ricos tenemos el poder”. Y así es en la mayor parte de los casos. Lo que sucede es que incluso los que se sienten intocables, arropados por la seguridad que les da su pedigrí económico y su manejo del poder, pueden acabar mal. La historia tiene muchos meandros, no es un río que fluye siempre en línea recta hacia un mar de independencia absoluta y de exenciones eternas.


Leyendo la novela, he comprobado que a veces me hervía la sangre. Es como si brotara dentro de mí una repulsa visceral, no evangelizada, hacia quienes no tienen inconveniente en pisar a los demás con tal de mantener sus privilegios. Su descaro llega a tal nivel que consideran que es poco menos que voluntad divina que haya explotadores y explotados, privilegiados y descastados. Quizá lo que la novela pone más de relieve es esa conciencia de impunidad que tienen quienes por herencia familiar siempre han estado arriba. Naturalmente, su exquisita educación les impide hacer ostentación de ese dominio. Procuran envolverlo en el papel celofán de la cortesía, las buenas maneras y hasta una cierta camaradería con los de abajo, que no es más que una sutil arma de dominación. 

Llegando a las últimas páginas de la novela, resultaba imposible no recordar las palabras del Magnificat de María: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos”. También esta es una lección cuaresmal que podemos aprender, aunque resulte incómoda para unos y liberadora para otros.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Necesitamos músculo moral


Al presidente del gobierno español no le gusta el término rearme. Y, sin embargo, eso es lo que está haciendo Europa con el objetivo -o con la excusa- de preservar su seguridad. Teniendo en cuenta la permanente amenaza rusa y el cambio en la política estadounidense, Europa cree que tiene que aumentar significativamente su gasto en defensa y prepararse para un posible conflicto. Hay países que ya han mandado manuales de supervivencia a sus ciudadanos. Se habla incluso de cómo se haría el reclutamiento de soldados. Está creciendo en Europa la piscosis de una guerra inevitable. Hemos hecho nuestro el viejo adagio Si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepárate para la guerra). 

Es difícil saber a qué responde esta estrategia del miedo o, por lo menos, de la precaución. ¿Existe realmente una amenaza rusa? ¿Hay indicios de que Putin quiera seguir invadiendo más países del Este europeo? ¿Hay un acuerdo secreto entre Rusia y Estados Unidos para dividir y debilitar a Europa y, de esta manera, tenerla bajo control? ¿Se teme una invasión islámica? No es fácil distinguir las informaciones de los rumores. 

¿O se trata, una vez más, de atemorizar a la población para justificar el incremento del gasto armamentístico? ¿Qué intereses hay detrás de esta súbita preocupación por la defensa europea? ¿Es verdad que los 80 años de paz en Europa han debilitado al continente y que la única manera de no sucumbir al imperio de la comodidad es activar de nuevo la moral bélica? Como en todos los asuntos oscuros y controvertidos, crecen más las preguntas que las respuestas.


En la carta que el papa Francisco escribió al director del periódico italiano Corriere della sera desde el policlínico Gemelli el pasado 14 de marzo, decía con rotundidad: “Debemos desarmar las palabras, para desarmar las mentes y desarmar la Tierra. Hay una gran necesidad de reflexión, de calma, de sentido de la complejidad. Mientras que la guerra solo devasta comunidades y el medio ambiente, sin ofrecer soluciones a los conflictos, la diplomacia y las organizaciones internacionales necesitan sangre nueva y credibilidad. Las religiones, además, pueden recurrir a la espiritualidad de los pueblos para reavivar el deseo de fraternidad y justicia, la esperanza de paz”. 

Imagino que cuando algunos líderes políticos y hombres de negocios leyeron estas palabras se reirían a mandíbula batiente o, por lo menos, esbozarían una sonrisa conmiserativa: “¡Qué ingenuos son estos hombres de Iglesia! Se creen que los problemas se resuelven a base de rezos y buenas intenciones. Ahora hablan de paz, pero si se sienten amenazados, enseguida pedirán la protección de las armas”. Prefiero tomar en serio las palabras del Papa: Hay una gran necesidad de reflexión, de calma, de sentido de la complejidad. Pues, tratemos de reflexionar sin dejarnos llevar por la presión mediática.


No veo ningún tipo de ingenuidad en las palabras del papa Francisco. La Iglesia acumula una enorme sabiduría tras haber atravesado siglos de mentiras, medias verdades, enfrentamientos y guerras crueles. Es verdad que la historia se ha escrito en buena medida con sangre, incluida la historia de la evangelización. Por eso mismo, hoy sabemos mejor que hace cinco siglos el enorme precio que se paga cuando los seres humanos recurrimos a la guerra como forma de dirimir nuestros conflictos, temores, intereses o ambiciones. 

Creo que los ciudadanos no podemos permanecer pasivos ante el rearme que se nos avecina, como si fuera algo inevitable o incluso deseable. No podemos tragar con el gato de la guerra travestido de liebre de seguridad. Debemos oponernos con firmeza, desenmascarando los argumentos sofistas y creyendo en la fuerza transformadora de la no violencia cuando todo un pueblo (en este caso Europa) se pone en pie de paz. De no hacerlo a tiempo, nos veremos abocados a lo que no queremos. 

Es posible que, tras décadas de prosperidad, Europa se haya convertido en un continente muelle y necesite una sacudida de fuerza. Debe exhibir músculo -es verdad-, pero no militar sino moral. Tiene suficientes recursos para hacerlo. Sería triste que Europa siguiera ostentando el triste récord de ser el continente más belicoso a lo largo de la historia.

martes, 25 de marzo de 2025

Muchos unos


Ayer, a las 20,40, este Rincón alcanzó una cifra de visitas que resulta chocante: 1.111.111 (o sea, un millón ciento once mil ciento once). Siete unos seguidos formando un simpático trenecito numérico. Lo de menos es la cifra. Cuando la veo, pienso en las muchas personas que visitáis este blog desde España, Estados Unidos, Hong Kong, México, Colombia, Francia, Argentina, Venezuela, Guatemala, Alemania, Italia, Suiza, Perú, Países Bajos, Chile, Honduras, Puerto Rico, China (este es el orden según el número de visitas) y otros países con porcentajes inferiores. 

Detrás de cada visita hay una persona, un rostro, una historia. Pienso en el sacerdote o la religiosa que leen el blog desde el ordenador de su escritorio haciendo un altro en su trabajo. O en el laico que aprovecha un descanso para leerlo desde su teléfono móvil mientras viaja en el metro o en el autobús. Pienso en las personas que conozco y que suelen dejar mensajes. Y también en las personas que no conozco, en las que se asoman como de puntillas, sin dejar rastro. Trato de adivinar las historias que hay detrás de cada una.


Muchos estaréis viviendo una etapa de serenidad, de satisfacción laboral y de alegría familiar. Otros quizás estáis lidiando con una enfermedad o estáis sufriendo apuros económicos. Entre los lectores no faltará alguno que esté sumido en la soledad o incluso en la depresión. No dejo de sorprenderme del poder misterioso de la comunicación. A menudo, sin conocernos personalmente, se establece entre nosotros un vínculo que nos ayuda a caminar por la vida con la seguridad de que alguien se hace cargo de lo que vivimos, lo acoge, lo verbaliza y lo proyecta hacia el futuro. 

Sería más entretenido compartir vídeos breves y chispeantes, pero sigo creyendo en el poder de la palabra escrita, en el fruto a largo plazo que produce escribir y leer algo con un poco de esfuerzo y paciencia. Detrás de las 1.111.111 visitas hay un número grande de personas (¿cuántas?) que gozan y sufren, creen y dudan, buscan y se cansan… Esto es lo que justifica la existencia de este discreto Rincón en la selva de internet.


Pienso en todos vosotros en un día en el que celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor. Faltan nueve meses para la Navidad. La fiesta de la Anunciación pasa casi desapercibida en el camino de la Cuaresma y, sin embargo, celebra un misterio sobrecogedor. Si es verdad que el universo (o los universos) comenzó hace unos 13.800 millones de años -cifra que hoy maneja la ciencia y que puede modificar mañana- y que solo empezó a existir el tiempo cuando empezó a existir “algo”, ¿qué o quién es el que puso en marcha todo? ¿Fue una generación espontánea, producto del azar, como piensan muchos, o fue la obra de un supremo Hacedor que nosotros confesamos como el Dios uno y trino? 

En el caso de que creamos en la existencia de este Dios como origen y meta de todo lo que existe, ¿por qué en un momento de la historia, simbólicamente hace 2.025 años, decidió hacerse visible como ser humano en el seno de una adolescente judía? Comprendo que estas preguntas, fuera de un contexto de fe, resultan extrañas y casi ridículas. Conviene, sin embargo, dejarse tocar por ellas, no despacharlas precipitadamente, caer en la cuenta de su envergadura. 

Cuando dejamos que las preguntas nos trabajen por dentro, tarde o temprano emerge una respuesta. No es necesario que sea una respuesta acabada, racional, sino una respuesta que nos ayude a vivir. El Misterio no cabe en nuestro pequeño ordenador personal, por muy listos que nos creamos. No hay nada más racional que reconocer nuestros límites y abrirnos amorosamente al Misterio que nos envuelve.

lunes, 24 de marzo de 2025

Solo trece palabras


El papa Francisco ya está en su apartamento de Santa Marta desde ayer a primera hora de la tarde. Su antigua cama ha sido sustituida por una cama articulada para facilitar su cuidado. Le aguardan dos meses de paciente convalecencia. 

A muchas personas les ha llamado la atención que ayer, cuando se asomó al balcón de una de las habitaciones de la quinta planta del policlínico Gemelli (no de la suya, que está situada en la décima), las únicas palabras que dijo, con voz débil y entrecortada, fueron: “Grazie a tutti. E vedo questa signora con i fiori gialli! È brava!” (Gracias a todos. Y veo a esta señora con las flores amarillas. Es buena). La tal señora es una mujer calabresa de 78 años llamada Carmela que, poco después, declaró: “Se suponía que iba a dar la bendición y en su lugar vio mi manojo de rosas. Le deseo una pronta recuperación y que vuelva a estar entre nosotros”. 

Después de casi 40 días recluido en una habitación de hospital, uno hubiera imaginado que sus primeras palabras iban a ser solemnes o por lo menos piadosas. Ese tipo de discurso más formal lo dejó para el texto que acompañaba la recitación del Ángelus. Él prefirió pronunciar solo trece palabras (quizá doce) y fijarse en un detalle de amor, como cuando Jesús, rodeado por una multitud que lo aplastaba, dijo: “Alguien me ha tocado” (Lc 8,46). O como cuando, en la cena de Betania, poco antes de su muerte, Jesús dejó que su amiga María le ungiera los pies con “una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso” (Jn 12,3). El gesto de Carmela, la señora de las flores, va en esa línea de un amor gratuito. El saludo del papa Francisco deja a un lado el protocolo y agradece ese gesto espontáneo. Tenemos mucho que aprender.


No olvido que hoy, 24 de marzo, se cumplen 45 años del asesinato de san Oscar Arnulfo Romero en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia de San Salvador que he tenido la oportunidad de visitar en un par de ocasiones. Monseñor Romero pertenece a esa categoría de santos contemporáneos que hacen creíble el Evangelio. Pasó de ser un obispo piadoso y responsable a ser un pastor comprometido y valiente. Esta “segunda conversión” tiene mucho que decirnos a quienes tal vez vivimos una fe demasiado contemporizadora, a quienes fácilmente casamos el Evangelio con la injusticia, la fe con la comodidad. 

En las últimas décadas, las iglesias latinoamericanas nos están ayudando a despertarnos de un letargo que puede sumir a Europa en la noche de la indiferencia. Creo que, en vez de poner el acento en lo que no nos gusta de ellas (sencillamente porque no coincide con nuestras tradiciones y costumbres), deberíamos acoger el “perfume de Evangelio” que exhala el testimonio de tantos cristianos (la mayoría desconocidos) que viven su fe en Dios y en Jesús con sencillez, sin el agobio de quienes nos estamos debatiendo siempre entre la fe y la duda porque vivimos alejados del mundo de los pobres, que es el “lugar teológico” en el que uno aprende a creer. Tanto el papa Francisco como san Oscar Romero nos lo han dicho por activa y por pasiva.

domingo, 23 de marzo de 2025

De zarzas e higueras


Las lecturas de este III Domingo de Cuaresma juegan con elementos del mundo vegetal: una zarza y una higuera. Ambos elementos se comportan de una manera extraña. Moisés se sorprende de ver que “la zarza ardía sin consumirse” (primera lectura) y el agricultor de la parábola de Jesús que tenía una higuera plantada en su viña “fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró” (evangelio). 

El Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios que es y será, se manifiesta en una zarza ardiente. Ante este fuego abrasador Moisés tiene que descalzarse, que es lo mismo que deshacerse de sus planes y seguridades. Solo entonces está preparado para recibir una misión. A diferencia de lo que hizo Moisés cuando estaba en Egipto y vio cómo maltrataban a uno de su pueblo, ahora es Dios mismo quien hace su análisis de la realidad: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos”. Ese mismo Dios que “ve” el sufrimiento del pueblo es el que emprende una misión en la que quiere involucrar a Moisés: “Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”.


En el evangelio, Jesús comienza hablando de dos sucesos de crónica negra: el asesinato de unos galileos por parte de Pilatos (y la mezcla sacrílega de su sangre con la de los animales del sacrificio), y la muerte de dieciocho habitantes de Jerusalén aplastados por el derrumbamiento de la torre de Siloé. En contra de la opinión popular, estas desgracias no fueron consecuencia del pecado de sus víctimas. En realidad, todos somos pecadores. El mensaje es claro: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. 

La parábola que sigue nos da la clave de actuación. El viñador que cuida la viña (y dentro de ella la higuera seca), le da al dueño, desesperado por no encontrar los esperados frutos, un criterio nacido de la experiencia: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto”. Habla de una paciencia operativa. Hay que saber esperar mientras se abona el terreno. Paciencia y compromiso van de la mano.


No es difícil iluminar lo que hoy vivimos desde la Palabra de Dios. También hoy necesitamos que sea Dios quien tome la iniciativa, que nos abra los ojos para ver el sufrimiento de la gente como él lo ve. Nuestros análisis de realidad (sociológicos, políticos, económicos e incluso religiosos) son miopes. Solo el Dios que es y será nos ayuda a comprender la realidad desde la compasión, no desde la mera indignación o desde nuestros intereses. Todo lo que nosotros hagamos solo tendrá sentido si participa de la “misión de Dios”; es decir, si nos sentimos enviados. Donde no hay envío, no hay fruto de liberación. 

Naturalmente, esta misión requiere mucha paciencia porque -como el dueño de la higuera- “tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro”. Nosotros quisiéramos ver enseguida el futo de nuestros esfuerzos. Cuando no llegan en los plazos que consideramos razonables, nos desesperamos y tenemos la tentación de cortar por lo sano. Jesús nos invita a mantener la paciencia del agricultor sabio y a no cruzarnos de brazos: a seguir abonando el terreno y haciendo lo que tenemos que hacer. En el momento oportuno llegarán los frutos.



viernes, 21 de marzo de 2025

12 disciplinas espirituales


Richard Foster, teólogo cuáquero de Estados Unidos, en su obra Celebración de la disciplina. Hacia una vida espiritual más profunda, identifica doce disciplinas espirituales que, según él, son imprescindibles para que el cristiano pueda alcanzar la verdadera libertad. Dado que la Cuaresma es un tiempo de entrenamiento, nos puede ser útil presentar estas doce disciplinas de manera rápida, tratando de conectarlas con algunas realidades que estamos viviendo hoy. Me permito presentarlas con mucha libertad. 


1. Meditación

Vivimos tal sobrecarga de informaciones breves y rápidas, que corremos el riesgo de creer que sabemos muchas cosas, cuando en realidad estamos perdidos. La meditación es esa práctica que nos ayuda a serenarnos para poder concentrar nuestra atención en algunas realidades. Solo esta concentración serena nos permite ir más allá de la superficialidad y profundizar en el significado de las experiencias que conforman nuestra vida.

2. Oración

La oración nos abre a la relación personal con Dios. Es, ciertamente, una actitud que debe impregnar toda nuestra vida, pero es también una práctica que exige reservar algunos espacios y tiempos. Sin una ejercitación regular, podemos confundir la oración con el hecho de tomar conciencia de nosotros mismos o de “vivir el ahora”, como subrayan algunas corrientes espirituales.

3. Ayuno

Esta práctica tradicional, abandonada en buena medida por el catolicismo y reciclada por las escuelas que buscan el bienestar personal, nos ayuda a purificar el cuerpo y el espíritu, pero, sobre todo, a desapegarnos de las adicciones que nos esclavizan. En el pasado se ponía mucho el acento en la comida, la bebida y el uso de sustancias. Hoy añadimos la desintoxicación digital, el lenguaje violento o chismoso y el consumismo.

4. Estudio

Para muchos, el estudio es una práctica reservada solo a los “estudiantes” (es decir, a los que se hallan en alguna de las etapas de la formación inicial). Sin embargo, si queremos seguir creciendo en nuestra comprensión del mundo y de la fe, caminar al ritmo de los tiempos, dar razón de nuestra esperanza, necesitamos cultivar el hábito de leer, profundizar, sintetizar y exponer. Hay algunos libros sencillos -como, por ejemplo, Esta es nuestra fe. Teología para quienes no leen teología, de Luis González-Carvajal- que pueden ayudarnos a introducirnos en el mundo de la teología.

5. Sencillez

Vivimos en un mundo muy sofisticado en el que -como cantaba hace más de veinte años la cantante española María Isabel- podemos confesar que “antes muerta que sencilla”. Parece que la sencillez no casa con el postureo tan presente en las redes sociales y con la invitación constante a cultivar la imagen. La sencillez es fruto de la verdad. Tiene también que ver con la claridad, con la no multiplicación de actos y palabras sin necesidad, con la capacidad de ir a lo esencial.

6. Retiro

No todo el mundo puede permitirse el lujo de alejarse unos cuantos días de su domicilio y vivir una experiencia de silencio en un monasterio o en una casa de espiritualidad. Y, sin embargo, si queremos mantener nuestro equilibrio personal, necesitamos de vez en tomar distancia de las tareas ordinarias y dedicar tiempo a estar en soledad. Hay experiencias que solo se producen cuando dejamos que el silencio nos ayude a descubrirlas.

7. Sumisión

Vivimos en una cultura que valora y promociona la libertad individual, la autonomía y la autoafirmación. Somos alérgicos a cualquier forma (burda o sutil) de dominación y esclavitud. Este es un fruto espléndido de la experiencia de gracia. Y, sin embargo, donde hay apertura a la voluntad de Dios, se requiere también un tipo de sumisión que no es la propia del esclavo, sino la de quien se entrega por amor, la de quien renuncia a su propio yo para que los demás puedan crecer.

8. Servicio

Es verdad que desde hace décadas está de moda la palabra solidaridad. Hemos crecido en sensibilidad ante los males ajenos y estamos dispuestos, al menos emocionalmente, a echar una mano. La fe implica algo más. El servicio es la práctica que nos asemeja al Cristo que no vino a ser servido, sino a servir. Implica la capacidad de renunciar a nuestros privilegios, ceñirnos la toalla de los criados y lavar los pies a quienes necesitan de nuestra ayuda. Lo que determina la calidad del servicio no es lo que a nosotros nos gusta hacer, sino la respuesta a lo que los demás nos demandan o necesitan.

9. Confesión

Para muchos creyentes, confesar los propios pecados y recibir la absolución se ha vuelto una práctica difícil e irrelevante. Y, sin embargo, ha crecido el recurso a la ayuda psicológica. Una cosa no quita la otra. Confesar los propios pecados significa reconocer que no estamos a la altura de la misericordia que sostiene nuestra vida y abrirnos a su fuerza sanadora. El sacramento nos ayuda a ganar en lucidez, humildad y confianza, a dejarnos perdonar por Dios.

10. Adoración

El papa Francisco insiste mucho en que, en la sociedad politeísta e idolátrica en la que vivimos, necesitamos redescubrir el sentido profundo del adorar. Cuando adoramos a Dios, reconocemos su misterio insondable y aceptamos nuestra condición de criaturas. La adoración nos cura del orgullo, pero también de la desesperación. Estamos sostenidos por un Amor que nunca nos abandona. Muchos jóvenes han redescubierto una práctica que vivió tiempos de ocultamiento cuando la espiritualidad puso demasiado el acento en la acción y olvidó que sin Él no podemos hacer nada.

11. Acompañamiento

Caminar solos tiene muchos peligros. El principal es el subjetivismo, el confundir la realidad con lo que nosotros vemos, pensamos y sentimos. La vida espiritual está erizada de “demonios” que intentan desviarnos del camino. Por eso, necesitamos que alguien nos ayude a desenmascararlos y encaminar nuestros pasos en la dirección correcta. Dejarnos acompañar es un signo claro de madurez espiritual. Vivir cerrados en nuestra arrogancia nos impide crecer en la fe.

12. Celebración

La fe necesita ser acogida, profundizada, compartida, anunciada… y celebrada. La liturgia es la fuente y el culmen de una fe madura. Toda celebración nos libera de una fe individualista y nos ayuda a vivir la comunión de la Iglesia. El divorcio entre fe individual y celebración eclesial es quizás uno de los dramas de nuestro tiempo. Necesitamos vivir con alegría el domingo, el “día del Señor”, los diversos tiempos litúrgicos a lo largo del año y, en definitiva, la fuerza de una fe que se hace alabanza.

Este dodecálogo no es una lista de “cosas que tenemos que hacer”, sino una falsilla que nos ayuda caer en la cuenta de nuestros acentos y nuestros olvidos; un recordatorio de lo que nos ayuda a seguir creciendo en la fe.


jueves, 20 de marzo de 2025

Excusas y ensoñaciones


En el momento de escribir estas notas ha entrado ya la primavera en el hemisferio norte. En Madrid no lo ha hecho con un derroche de sol y una cohorte de flores, sino con una nueva borrasca que prolonga las lluvias que nos han acompañado desde hace casi un mes. Esperemos que este marzo lluvioso prepare un abril florido. Las reservas de agua para el verano parecen aseguradas. Tiempo tendremos para disfrutar del sol y del calor. De momento, podemos recrearnos con las nubes y las temperaturas suaves, casi frías.

Si no hace el tiempo que queremos, tendremos que querer el tiempo que hace. No hay otra. Ya dice el refrán que “a mal tiempo, buena cara”, pero no es cuestión de trabajar solo nuestro estado de ánimo, sino de aprender a jugar con las oportunidades que cada situación de la vida, incluso las más adversas, nos ofrece.

La Cuaresma sigue su curso. En el evangelio de hoy leemos la conocida parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro sobre la que he escrito en otras ocasiones. Hoy quisiera acercarme a ella desde un enfoque distinto. Me lo ha brindado un compañero mío. Este enfoque singular parte de una de las frases que pronuncia el rico cuando Abrahán le dice que sus hermanos ya tienen a Moisés y los profetas para saber cómo conducirse en la vida y no dar con sus huesos en “un lugar de tormento”. La frase del rico es conocida: “Si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. El rico no acepta las mediaciones ordinarias, busca algo espectacular, tumbativo. 

Ese “si” condicional encabeza muchas de nuestras excusas en la vida: “Si hubiera nacido en otro lugar y en otra familia…”, “si hubiera tenido las oportunidades que han tenido algunos de mis amigos…”, “si hubiera sido más guapo, o más listo, o más rico, o más simpático…”. Hay excusas que tienen que ver con nuestra falta de compromiso cristiano: “Si las misas del domingo no fueran tan aburridas…”; “si tuviera más tiempo libre…”; “si los curas fueran más inspiradores…”; “si el cristianismo no fuera tan exigente…”, etc.


Mientras nos desangramos con infinitas excusas y ensoñaciones, perdemos las oportunidades que nos brinda lo que somos y vivimos. No estamos llamados a ser como ninguna otra persona porque Dios nos ha querido diferentes, únicos. Compararnos con otros no va a ayudarnos a ser nosotros mismos. Es verdad que en nuestra vida no todo es perfecto, que estamos rodeados de limitaciones personales, familiares, sociales y eclesiales, pero la vida es una batalla en la que tenemos que aprender a sacar partido de lo que somos, no de lo que nos gustaría ser. 

Cuando contemplamos la vida desde las oportunidades que nos brinda más que desde las limitaciones que nos impone, se abre un ancho campo para el crecimiento personal. Aprender a vivir el hoy es uno de los objetivos principales de la vida espiritual. Como el rico de la parábola “tenemos a Moisés y a los profetas”; es decir, tenemos la luz de la Palabra de Dios que nos acompaña en el camino de la vida, tenemos personas que nos quieren, tenemos… Estamos llamados a pasar de las excusas a las decisiones, de las quimeras a los proyectos realizables, de las quejas a los compromisos. Algo de esto es también la Cuaresma.