Creo que no hay ningún relato del Nuevo Testamento que me guste más que el de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). Varias veces he escrito en este blog sobre ese maravilloso itinerario de conversión. Hoy vuelvo sobre él porque es el evangelio que se proclama en este Tercer Domingo de Pascua. Me detengo en un detalle que parece secundario. A la altura del versículo 18 se dice que uno de los dos discípulos que caminaban entristecidos de Jerusalén a Emaús “se llamaba Cleofás”. No se indica el nombre del compañero. Se han dado varias explicaciones a esta omisión. Yo me quedo con la que más me interpela, aunque no estoy seguro de que sea la más fundada exegéticamente.
No se dice el nombre del otro discípulo porque ese discípulo es el lector del Evangelio; es decir, tú y yo. Es hermoso sentirnos dentro de la escena, caminando codo con codo con el tal Cleofás y con ese misterioso viandante que acaba revelándose como el Cristo resucitado. Solo cuando nos introducimos en el relato entendemos por qué se trata de un camino de conversión. O, si se quiere, de una celebración eucarística con sus ritos iniciales, su liturgia de la palabra, su liturgia eucarística y su envío misionero.
Creo que hoy muchos creyentes caminan (caminamos) por la vida “entristecidos”, con la sensación de haber sido timados. Sienten que la fe que profesan desde niños no sirve para afrontar los muchos problemas que experimentamos en la vida diaria. Creen en Jesús, pero les parece que él no responde a sus peticiones, no se hace presente en los momentos más críticos. A menudo, no tienen a nadie con quien compartir esta zozobra interior. Lo primero que Jesús les propone es que pongan palabras a esa tristeza, que compartan con otros la conversación que llevan por el camino, que no tengan miedo de expresar sus preguntas y frustraciones. Es el primer paso para empezar a entender lo que está sucediendo. Solo después pueden acercarse a la Escritura para iluminar sus encrucijadas.
Si lo hacen con sencillez, experimentarán que su corazón comienza a arder, que algo se mueve por dentro. La Palabra lleva a la Eucaristía, pero antes es preciso que expresemos un deseo: “Quédate con nosotros porque el día va de caída”. Ese “quédate” es un eco del “permanecer” al que Jesús invita a sus discípulos. En el corazón de la Eucaristía, cuando Jesús toma el pan, lo bendice, lo parte y lo reparte, comenzamos a ver. Es la etapa del reconocimiento. Por último, quien es capaz de hablar, escuchar y comer, acaba regresando a la comunidad de la que había huido.
Cada vez me convenzo más de que en el relato de Emaús tenemos las claves esenciales para la evangelización en el mundo moderno. Por eso, hay tantos itinerarios catequéticos y movimientos de espiritualidad que se inspiran directamente en él. Nunca lo agotamos porque siempre descubrimos tesoros nuevos. Lo que importa es no quedarnos encerrados en nuestra duda o frustración. Solo cambiamos cuando nos ponemos en camino. En el camino suceden muchas cosas que no se dan cuando nos quedamos en casa. La primera, la que pone en marcha todo el proceso, es hablar, poner palabras a lo que nos pasa. Por eso, en la evangelización actual, es tan importante la pastoral de la escucha.
Hay muchas personas que nunca encuentran la oportunidad de compartir con otras lo que viven por dentro. Una de las tareas más hermosas de todo evangelizador es acercarse a ellas (como Jesús hizo en la calzada de Emaús) y preguntarles con discreción qué conversación llevan por el camino. Cuando uno se siente escuchado en profundidad, comienza un proceso de liberación interior que lo lleva mucho más lejos de lo que había imaginado. Las demás etapas irán viniendo con suavidad. El final es claro: la vuelta a la comunidad y la recuperación del entusiasmo misionero.
Interesante el giro que le das hoy al episodio de Emaús sobre el nombre del compañero. Solo con ello me ayudas a descubrir la de veces que al leer los Evangelios, me digo: esto ya lo he leído muchas veces, sin preguntarme: “esto que ya me he leído tantas veces ¿qué de nuevo me dice hoy, en mi situación actual?”
ResponderEliminarSí, intentar entrar personalmente en el relato ayuda a vivirlo muy diferente… se disfruta del camino, acompañada por otros tantos que hacen el mismo camino.
Qué diferente se presenta el camino cuando se reflexiona partiendo del paralelismo con una celebración eucarística: sus ritos iniciales, su liturgia de la palabra y también la eucarística y el envío misionero.
Gracias Gonzalo, por ayudarnos a leer los evangelios sin rutina, analizando cada pasaje desde diferentes puntos de vista.