miércoles, 12 de abril de 2023

Escuchar tiene un precio


Anoche vi de un tirón el documental “Amén: Francisco responde”, dirigido por el periodista español Jordi Évole. Está disponible en la plataforma Disney. Dura algo menos de hora y media. Las reacciones no se han hecho esperar. En general, abundan las críticas negativas, aunque también hay análisis más ponderados y valoraciones muy positivas. Algunos hablan de una encerrona mediática. Otros consideran que en iniciativas como estas el Papa tiene mucho que perder y poco que ganar. Los enemigos de la Iglesia no van a dar ningún paso de acercamiento y muchos fieles pueden sentirse molestos. 

Comprendo bien estas reacciones. Yo mismo experimenté algo de esto mientras veía el desfile de unos jóvenes que se parecían bastante poco a los que yo suelo tratar. Eran diez chicos y chicas de entre 20 y 25 años procedentes de España, Senegal, Argentina, Estados Unidos, Perú y Colombia. Entre ellos, había una chica no binaria, otra chica lesbiana que había sido religiosa y ahora se confesaba atea, un chico italiano ateo, un chico español que sufrió abusos sexuales en un colegio católico, una feminista partidaria del aborto, una joven madre soltera que produce material pornográfico, una chica que intentó suicidarse, o un muchacho musulmán que sufrió del drama de la migración. Sí, también había una chica española, María, perteneciente al Camino Neocatecumenal para que se viera un cierto equilibrio de voces y puntos de vista. Podríamos decir que todos ellos se encontraban en lo que el papa Francisco llama periferias existenciales.


Algunos expertos se han cebado contra el formato del documental tildándolo de poco profesional y hasta de muy previsible. Yo me quedo con lo que me parece más rescatable: la actitud de un Papa anciano y enfermo que no tiene miedo de salir del Vaticano y exponerse a cara descubierta a las preguntas de diez jóvenes que ponen nombre a algunas de las heridas que hoy padecemos en la Iglesia y en la humanidad. Pocos obispos y sacerdotes se atreven a una exposición de este tipo. Hace falta ser muy humilde (algunos dirían ingenuo) y confiar mucho en la fuerza de la fe para escuchar preguntas y aceptar críticas sin reaccionar de forma defensiva, doctrinaria o paternalista. 

Los chicos del “tecnoceno” se ponen a dialogar con un Papa que ni siquiera usa teléfono móvil, que está presente en el ciberespacio a través de sus secretarios, que no sabe qué es la aplicación Tinder y que no entiende que “nómina” no significa nombramiento en castellano, sino sueldo, salario. Esperar de un encuentro de este tipo una clarificación doctrinal de las grandes cuestiones que fueron apareciendo (desde el aborto hasta el significado de la sexualidad humana) supone desconocer cómo funcionan las cosas en televisión. Aquí cuentan más los gestos (por ejemplo, la entrega del famoso pañuelo verde) y las emociones (varios jóvenes se conmovieron y hasta lloraron) que las ideas y los razonamientos. El Papa dijo algunas cosas que tal vez hicieron pensar a los jóvenes (aunque dudo mucho que cambiaran su punto de vista), pero, sobre todo, escuchó son serenidad y empatía. Aguantó el tipo sin dar la impresión de sentirse acosado, si bien a veces se le veía un poco descolocado. Escuchar, escuchar, escuchar. Y pagar un precio por ello. Esta es, para mí, la gran lección del papa Francisco. 


La pastoral de la escucha es muy arriesgada, casi peligrosa. Lo sé por experiencia. Escuchar significa vaciarse para que la otra persona pueda expandirse. Durante el proceso, uno puede tener la tentación de dar explicaciones, condenar actitudes y conductas y matizar juicios que pueden ser inexactos y hasta ofensivos. Pero no es ese el objetivo de la escucha sincera. Se trata de algo más básico y previo: comprender por qué otra persona piensa lo que piensa, siente de una determinada manera y vive como vive. Quizá más adelante, si el proceso da pie para ello, se puede presentar la oportunidad de clarificar posiciones y asumir compromisos. Naturalmente, quien escucha de este modo puede ser acusado de permisivo, débil y hasta de connivente con el mal, pero eso no debiera suponer un obstáculo, sino solo un aviso para navegantes.

Estoy convencido de que sin esta pastoral de la escucha paciente y empática es imposible hacernos cargo de lo que hoy está viviendo la gente, de sus luchas internas y de sus búsquedas impacientes. Las respuestas pueden abrirse paso cuando hemos dado un tiempo amplio a las preguntas. Solo quien acepta ser criticado sin perder los nervios puede, en un momento dado, hacer propuestas atrevidas. Reconozco que un anciano de 86 años ha demostrado ser más osado (imprudente dirían algunos) que la mayoría de los pastores jóvenes o de mediana edad. Esto es más que suficiente en los tiempos que corren. 

2 comentarios:

  1. Gracias por la reflexión. No sé si tendrás pensado seguir analizando esta película-documental para comentar las respuestas del Papa que, estoy seguro, está mucho más abierto a la comprensión y a tratar de entender las "inquietudes" de esos jóvenes que ellos mismos. Si tenemos fe y esperanza, debemos confiar en que lo que haya sembrado el Papa en sus mentes y con la intervención del Espíritu Santo, llegue a fructificar y hacerles capaces de cambiar y entender las posturas y principios que difieren de las que ellos defienden como inmutables y auténticos.

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  2. Sí, “escuchar tiene un precio”… No he visto el documental ni sabía de su existencia, por lo que no puedo opinar, pero el título de hoy sí que me ha dado pie a la reflexión.
    Saber escuchar no es fácil, ni es fácil filtrar lo que nos dicen sin juzgarlo, es sabernos poner en el momento que la persona nos está comunicando de su vida.
    Gonzalo me gusta y me va bien lo que has escrito: “Escuchar significa vaciarse para que la otra persona pueda expandirse.”… Gracias… Escuchar al otro también es una vocación.

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