Hace casi tres décadas, la teóloga norteamericana Megan Mckenna escribió un libro titulado Sin contar mujeres y niños. Historias olvidadas de la Biblia. El título original en inglés era: Not Counting Women and Children: Neglected Stories from the Bible. En España fue publicado por PPC en 1997. Partiendo de la conocida frase de Mt 14,21: “Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”, analiza algunas historias bíblicas en las que las mujeres y los niños, los grandes marginados de la sociedad patriarcal israelita, son protagonistas. He recordado este libro cuando ayer leí que, por decisión personal del papa Francisco, mujeres y laicos tendrán también voz y voto en el próximo Sínodo. La noticia se ha difundido incluso en medios de comunicación que apenas hablan de la realidad de la iglesia.
Técnicamente, seguirá siendo el Sínodo de los Obispos (no un sínodo eclesial en sentido amplio), pero este tímido paso señala una dirección que, sin duda, se desarrollará en el futuro. Como sucede siempre que se producen decisiones parecidas a estas, a unos les parece demasiado poco (apenas un gesto) y a otros les escandaliza (como si estuviera en juego la tradición de la Iglesia). Personalmente, creo más en la eficacia de los pasos coherentes dentro de un proceso de maduración que en revoluciones que parecen resolver todo de golpe y que luego se revelan muy contradictorias e inconsistentes.
Todos somos conscientes de que la Iglesia está enriquecida por diversos ministerios (algunos de los cuales son ordenados) y carismas. Todos sabemos que los conceptos teológicos de comunión y sinodalidad no se identifican con los conceptos políticos de participación y democracia. Todos sabemos -aunque esto no es igualmente asumido por todos- que los laicos en general y las mujeres en particular tienen el derecho y el deber de asumir sus responsabilidades como miembros de la Iglesia, sin que esto signifique eliminar la dimensión jerárquica de la Iglesia y la especificidad de los ministerios ordenados.
El problema radica en articular, teológica y canónicamente, esta participación. Aquí está el desafío de los próximos años. Como sucede casi siempre, la vida va muy por delante de la reflexión y de la legislación. Por eso, hay que promover a todos los niveles (parroquiales, diocesanos, curiales, etc.) la participación articulada de todos los cristianos en la vida de la Iglesia. Precisamente el próximo libro que vamos a publicar en Publicaciones Claretianas aborda esta temática desde un punto de vista teológico. Se titula “Comunión en la diversidad”. Lo ha escrito un compañero mío que enseña en Roma. Tendré oportunidad de escribir algo sobre él en las próximas semanas. Puede ayudarnos a iluminar el camino que estamos recorriendo.
No sé lo que va a dar de si el Sínodo sobre la sinodalidad (valga la deliberada redundancia), pero si algo puede aportar la Iglesia a sanar este mundo tan fragmentado y excluyente es una visión clara y atrevida de la esencial igualdad de todos los bautizados (de todos los seres humanos) y de su participación en la construcción del reino de Dios. Es hora de sacar más partido de la afirmación de Pablo en su carta a los romanos: “En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Rom 10,12-13).
Todavía es más explícito en su carta a los gálatas: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Se necesita mucho tiempo para extraer todas las consecuencias escondidas en estas afirmaciones que no hacen sino traducir el “desestabilizador” Evangelio de Jesús. Esperemos que esta vez no dejemos pasar la gran oportunidad que el Espíritu ofrece a la Iglesia y, a través de ella, al mundo entero. Que el miedo no paralice el flujo de la vida.
No me atrevo a opinar… El titular de la noticia es un poco provocativo que dará lugar a opiniones de todo tipo. El tiempo y la actitud que tomemos ante las responsabilidades personales, fruto de nuestro compromiso en la Iglesia, dirán si la propuesta sigue adelante o se queda por el camino. Esperemos que el Espíritu Santo sople fuerte.
ResponderEliminarGracias por ayudar a aclarar el tema.