Quise haber escrito la entrada de hoy cuando llegué a casa ayer, pasadas las 11 de la noche, pero estaba demasiado cansado como para sentarme ante el ordenador, así que lo hago en estas primeras horas del Segundo Domingo de Pascua.
Ayer sábado fue un día intenso y hermoso. La mañana estuvo ocupada por la clausura de la 52 Semana Nacional de Vida Consagrada en el aula magna de la Universidad San Pablo con la asistencia de 300 consagradas y consagrados. Y la tarde estuvo iluminada por la Fiesta de la Resurrección en la plaza Cibeles de Madrid en la que participaron unas 60.000 personas. Los dos acontecimientos me parecen un magnífico comentario a la liturgia de este domingo “in albis” (como se lo conocía tradicionalmente) o del Domingo de la Misericordia (como se lo conoce en las últimas décadas).
El evangelio nos invita a reconocernos en la figura del apóstol Tomás, tan débil y dubitativo como el resto de sus compañeros. En él se simbolizan las dificultades que tenemos los creyentes de cualquier tiempo y lugar para creer en el Resucitado. Las suyas no se diferencian mucho de las nuestras. ¿Cómo afrontarlas y superarlas? ¿Cómo aprender a “creer sin haber visto” para ser beneficiarios de la bienaventuranza de Jesús?
La respuesta que da el evangelio de Juan es enigmática y meridiana a un tiempo. A Jesús lo encontramos en medio de nosotros cuando nos reunimos en comunidad “al octavo día”. La celebración de la Eucaristía dominical con nuestros hermanos y hermanas creyentes es el espacio en el que Jesús resucitado se hace presente y fortalece nuestra débil fe. Fuera de la comunidad que celebra corremos el riesgo de confundir a Jesús con un fantasma o de crearnos un Jesús a la medida de nuestros deseos, temores o ilusiones. Por eso, como leemos en la primera lectura, debemos perseverar “en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones”.
La comunidad que se fundamenta en estos pilares se convierte en lugar de encuentro con Jesús, tanto para los que creen en él como para los que buscan. Y esto es precisamente lo que experimenté ayer a doble escala. En la Semana de Vida Consagrada se hablaba de la fuerza de la pequeñez y la minoridad, pero también de la luz que desprende el hecho de que vivamos en comunidades sanas, abiertas y solidarias. No importa si están formadas por personas jóvenes o ancianas. En su diversidad etaria, lingüística, étnica y cultural muestra a las claras que lo que nos une no son las afinidades tribales o políticas, sino la común fe en el Cristo que es nuestra razón de ser.
En la plaza de Cibeles experimenté otro tipo de comunidad mucho más numerosa y variopinta. Aunque hubo algunos detalles gregarios que no me gustaron, disfruté con la alegría de un pueblo que celebra con la fuerza de la música y el baile la presencia del Resucitado en medio de nosotros. Por cierto, ni El País ni El Mundo dicen una palabra sobre la fiesta. Ya se sabe que la mejor manera de negar o desaprobar un hecho es no hablar de él. Me costó entender cómo la música de Hakuna tiene tanto tirón entre algunos adolescentes, pero me alegro de que a ellos les sirva como medio para expresar su fe, aunque yo no acabe de reconocerme en ella. Me gustó más ver a un rapero como Grilex gritando su fe con energía, pero sin concesiones a un cierto pietismo que me rechina.
Volví a casa cansado (no es fácil permanecer de pie casi cinco horas), pero contento de haber sido testigo de una fiesta diferente. Mientras recorría a pie la Gran Vía, atestada de gente, me preguntaba qué tipo de signos necesitaban esos jóvenes que caminaban con una lata de cerveza en la mano para reconocer al Jesús que camina junto a ellos. Me pareció que, además de la música y la alegría, el gran signo es una comunidad sencilla, acogedora, empática, dispuesta a hacer un hueco a todo el que pida razón de nuestra esperanza.
Lleva a pensar de qué tenemos que despojarnos para salir de nuestras seguridades… Cuando vamos conociendo, estos días, diferentes maneras de llegar a Jesús y celebrar la Pascua, cuestiona nuestras vidas… Actualmente hay mucha pluralidad y, de momento, creo que cada uno ha de ser fiel a sus creencias que le han ayudado a llegar hasta el momento presente, pero abiertos a lo desconocido porque Dios, a través de Jesús, quizás nos espera en el lugar que menos pensamos…
ResponderEliminarAl leer la noticia de la fiesta de la Resurrección en La Cibeles, personalmente me ha interpelado y me ha llevado a preguntarme ¿que tenemos de aprender de ello? Para según que generación, los jóvenes y no tan jóvenes, son los grandes desconocidos en nuestra sociedad, ¿qué les motiva?
Gracias Gonzalo por todo el abanico que nos presentas hoy y que nos lleva el mensaje, como bien dices, de saber descubrir el hecho de que “la común fe en el Cristo que es nuestra razón de ser.”
Exactamente. No tenemos que escavar mucho para encontrar a personas a nuestro alrededor que necesitan nuestra ayuda (material y física). Fdo. María Luisa Bartolomé
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