Pareciera que cuanto más difícil se pone la situación, más ganas tenemos de salir, como si el viaje físico fuera un símbolo de ese otro viaje emocional y espiritual que necesitamos. Mi pueblo se está llenando de campers y de gentes que se sienten atraídas por el turismo rural. En mis paseos por el bosque cada vez encuentro a más personas que no conozco. Aunque a algunos les resulte extraño, siempre procuro saludar a todos. En un pueblo resulta incomprensible que uno se cruce por la calle con alguien y no le diga nada. Somos relación.
En las pascuas juveniles se solía hacer un
ejercicio qué consistía en pedirle a los jóvenes que escogieran el personaje
con el que más se identificaban. A veces saltaban las sorpresas. Ahora, a la
altura de la edad de cada uno de nosotros, con el bagaje acumulado, ¿qué rol
jugamos en la pasión y muerte de Jesús? Si la pregunta nos suena un poco artificiosa,
podemos formularla de manera más directa: ¿Qué relación establezco hoy con el
Jesús que es condenado, crucificado y sepultado? ¿Asisto como un espectador que
toma distancia? ¿Me conmuevo como uno de esos cofrades que, cuando un reportero
de televisión les pregunta qué sienten al portar un paso sobre sus hombros,
responden: “Esto no se puede explicar con palabras”? ¿Me reconozco en el aplomo inicial y en
la huida final de Pedro? ¿Me lavo las manos como Pilatos? ¿Permanezco en
silencio al lado de la cruz como María, el discípulo amado y algunas mujeres?
Hay una Semana Santa tejida a base de relaciones no tóxicas que oxigenan el alma. No es necesario abordar temas trascendentales. Basta con ser auténticos y “dejarnos tocar” por la vida de los demás, escuchar a fondo, empatizar con sus sufrimientos o preocupaciones, compartir sus búsquedas, caminar al lado de quienes se cruzan en nuestra vida sin que sepamos qué batallas internas están librando.
La pastoral de la escucha y de la
conversación sincera y sosegada hace más santa una semana que corre el riesgo
de naufragar en el mar de las mil expectativas. Para curar el alma no basta con
pasear por la playa, escalar una montaña, tomar una cerveza con amigos en una terraza o contemplar cómo crepita el fuego en
la chimenea de una casa rural. Se necesita el bálsamo de las relaciones
interpersonales porque “donde hay amor -como recordaremos mañana, Jueves Santo-
allí está Dios”. Las relaciones auténticas son ventanas que nos abren al Misterio.
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