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miércoles, 13 de abril de 2022

Tiempo de relaciones


Acabo de tener una entrevista telefónica con Fran Otero, redactor del semanario católico Alfa y Omega. Hemos charlado sobre una ponencia que tendré la próxima semana en Madrid en el marco de la 51 Semana Nacional de Vida Consagrada. El tema es “Jesús, hombre de relaciones”. Tendremos oportunidad de volver. Me detengo ahora en la Semana Santa entendida como tiempo de relaciones. Oigo en los telediarios que este año la gente tiene ganas de moverse tras dos años de parálisis. Hablan de los altos porcentajes de reservas hoteleras para, a renglón seguido, recordar lo cara que está la gasolina o que la inflación araña el 10%.  

Pareciera que cuanto más difícil se pone la situación, más ganas tenemos de salir, como si el viaje físico fuera un símbolo de ese otro viaje emocional y espiritual que necesitamos. Mi pueblo se está llenando de campers y de gentes que se sienten atraídas por el turismo rural. En mis paseos por el bosque cada vez encuentro a más personas que no conozco. Aunque a algunos les resulte extraño, siempre procuro saludar a todos. En un pueblo resulta incomprensible que uno se cruce por la calle con alguien y no le diga nada. Somos relación.


Contemplada desde las relaciones, la Semana Santa adquiere otro significado. La liturgia nos va a recordar algunas de las relaciones que Jesús mantiene en los últimos días de su vida. Por una parte, están sus discípulos (incluyendo Judas y Pedro), su madre, algunas mujeres amigas, Simón de Cirene, el buen ladrón, etc. Por otra, los sacerdotes Anás y Caifás, el rey judío Herodes, el procurador romano Pilato, los soldados, la chusma enfurecida, el ladrón malo, etc. Con cada uno de estos grupos y personas Jesús establece relaciones particulares. No abundan los discursos largos. Los evangelios nos reportan intervenciones breves e incisivas cargadas de significado. 

En las pascuas juveniles se solía hacer un ejercicio qué consistía en pedirle a los jóvenes que escogieran el personaje con el que más se identificaban. A veces saltaban las sorpresas. Ahora, a la altura de la edad de cada uno de nosotros, con el bagaje acumulado, ¿qué rol jugamos en la pasión y muerte de Jesús?  Si la pregunta nos suena un poco artificiosa, podemos formularla de manera más directa: ¿Qué relación establezco hoy con el Jesús que es condenado, crucificado y sepultado? ¿Asisto como un espectador que toma distancia? ¿Me conmuevo como uno de esos cofrades que, cuando un reportero de televisión les pregunta qué sienten al portar un paso sobre sus hombros, responden: “Esto no se puede explicar con palabras”? ¿Me reconozco en el aplomo inicial y en la huida final de Pedro? ¿Me lavo las manos como Pilatos? ¿Permanezco en silencio al lado de la cruz como María, el discípulo amado y algunas mujeres?


La Semana Santa, además de acercarnos al misterio de Jesús en la liturgia y las tradiciones populares, es también una oportunidad para encontrarnos con personas que hace tiempo que no vemos. ¿Cómo queremos vivir estas relaciones? ¿Nos contentaremos con algunos saludos corteses y fugaces? ¿O practicaremos esa estrategia de las “distancias cortas” en la que se juegan tantas cosas, entre otras el testimonio de una fe sencilla y fresca? La proximidad nos hace vulnerables, pero también nos permite abrir la puerta de nuestra intimidad y acoger la del otro. 

Hay una Semana Santa tejida a base de relaciones no tóxicas que oxigenan el alma. No es necesario abordar temas trascendentales. Basta con ser auténticos y “dejarnos tocar” por la vida de los demás, escuchar a fondo, empatizar con sus sufrimientos o preocupaciones, compartir sus búsquedas, caminar al lado de quienes se cruzan en nuestra vida sin que sepamos qué batallas internas están librando. 

La pastoral de la escucha y de la conversación sincera y sosegada hace más santa una semana que corre el riesgo de naufragar en el mar de las mil expectativas. Para curar el alma no basta con pasear por la playa, escalar una montaña, tomar una cerveza con amigos en una terraza o contemplar cómo crepita el fuego en la chimenea de una casa rural. Se necesita el bálsamo de las relaciones interpersonales porque “donde hay amor -como recordaremos mañana, Jueves Santo- allí está Dios”. Las relaciones auténticas son ventanas que nos abren al Misterio.

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