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martes, 12 de abril de 2022

Nos hemos complicado la vida


Dicen que uno de los rasgos de la sabiduría es la simplicidad, que se opone a la complicación, pero no a la complejidad. Que la vida es compleja no hace falta demostrarlo. Otra cosa es que la hagamos innecesariamente complicada. Paseando estos días por los bosques húmedos de mi pueblo, respirando un aire incontaminado y disfrutando del silencio, caigo en la cuenta de que necesitamos pocas cosas para vivir bien. Se podrían resumir en tres: salud, trabajo y relaciones. Y, naturalmente, un propósito que dé sentido a las tres. En el caso de los cristianos, este propósito es la fe en Jesús de Nazaret como revelador de Dios y maestro de un nuevo modo de vivir. 

Gozar de buena salud no significa caer en la obsesión de las sociedades ricas que se agobian con un kilo de más o de menos o dan una importancia excesiva al aspecto corporal. El trabajo es una fuente de dignidad y realización. Condenar a una persona a no poder trabajar es seguramente el camino más directo al adocenamiento y la manipulación. Por último, las relaciones. Las redes sociales nos han acostumbrado a tener cientos o miles de amigos digitales y a medir nuestra popularidad en likes o retuiteos, pero la experiencia nos dice que para vivir es suficiente tener una vida familiar y/o comunitaria satisfactoria y unos pocos amigos de verdad.


Para llegar a esta simplicidad se requiere a veces un camino largo y travagliato (trabajoso), como dicen mis amigos italianos. Cuando somos jóvenes o estamos en la mitad de la vida creemos que la plenitud consiste en acumular más saber, más dinero, más poder, más relaciones, más viajes, etc. Se considera que una persona ha tenido éxito en la vida cuanto más ha sabido acumular. A menudo esta acumulación exige esfuerzos desmedidos. Se consigue descuidando precisamente lo más esencial: la salud, las relaciones y la espiritualidad. Me viene a la mente la parábola de Jesús sobre el rico insensato y esa advertencia terminante: Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has acumulado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios (Lc 12,20-21). 

Si no caemos en la cuenta a tiempo de este desequilibrio, podemos pagar un alto precio. Por eso, no es extraño que, a la altura de los 40-60 años, haya tantos divorcios, depresiones e incluso regresiones infantiles. Gestionar una vida complicada exige un cúmulo de energía del que no disponemos. Por eso, podemos fácilmente estar nerviosos, estresados e irascibles. Tenemos más frentes abiertos de los que podemos administrar con normalidad. Lo veo en algunos jóvenes ejecutivos que andan de un sitio para otro con la lengua fuera, explotados por sus organizaciones y empresas a cambio de un sueldo abultado, pero con la impresión de que hipotecan otras dimensiones esenciales de su vida.


Si algo aprendemos durante la Semana Santa, a poco que prestemos atención al itinerario de Jesús, es que las cosas importantes en la vida son muy pocas. Casi podríamos decir que una sola. Todo iría mejor en nuestra vida personal y social si supiéramos centrarnos en lo esencial y no perdiéramos tanto tiempo y energías en lo accidental. En el camino de la vida es fácil toparse con personas enteradillas, pero muy difícil dar con personas sabias

Quizá se podría aplicar al arte de vivir lo que se dice de los profesores a lo largo de su itinerario académico. Los profesores jóvenes suelen enseñar más de lo que saben porque necesitan exhibir músculo intelectual y hacerse un nombre. Los profesores de mediana edad se limitan a enseñar lo que saben como fruto de una larga trayectoria. Los profesores maduros enseñan menos de lo que saben porque han aprendido a distinguir entre lo esencial y lo accidental, lo importante y lo urgente y no se pierden en digresiones inútiles, aunque conozco muchas excepciones a esta regla general. Abundan también los que se dedican a contar innumerables batallitas y a sacar lustre a sus medallas.

Bueno, esto me lo han enseñado los árboles del bosque, los pajarillos que menudean por el balcón de mi cuarto y algún que otro libro que he leído. No es obligatorio estar de acuerdo. Al fin y al cabo, “cada uno hablamos de la feria (o sea, de la vida) según nos va en ella”. Feliz Martes Santo.


2 comentarios:

  1. Lo que necesitamos para vivir es muy poco… En la familia, y sobre todo en familias numerosas, no siempre se acumula a nivel personal, sino a nivel colectivo. Y al cabo de los años te encuentras con un arsenal de cosas que no necesitas y tienes que aprender a ser libre y desprendida en medio de todo ello y a vivir con sencillez, dando importancia a lo que la tiene… Intentar vivir como nos enseñó Jesús.
    En momentos de orar, consciente de cuanto nos afanamos para vivir, me vienen las palabras de Jesús: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta…” “Mirad los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos…”
    Gracias Gonzalo porque nos ayudas a bajar de las nubes y “tocar de pies al suelo”.

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  2. La familia, los verdaderos amigos, la vida es un río que baja y pasa, en el cual día a día nos van sucediendo hechos, circunstancias que debemos afrontar y de las cuales aprender. Los hijos son o mejor deben ser libres para aprender y equivocarse. Pero la sociedad actualesta encasillada en el consumismo, en la competitividad y eso hace que desprecie lo importante, al ser humano como tal.Felices días y descanso

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