Pasó la Semana Santa.
Hemos entrado de lleno en el tiempo
pascual. Por desgracia, para las autoridades estatales españolas
no
ha existido este tiempo. Se dice que eso de la religión es un asunto
privado, excepto cuando conviene felicitar el Ramadán para congraciarse con la numerosa
comunidad islámica.
Lo que importa es ignorar al cristianismo con el especioso
argumento de que vivimos en una sociedad aconfesional y secularizada. Parece
que se ha cumplido lo que Alfonso Guerra prometió después de la victoria socialista de
1982:
“Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la
parió”.
Resulta difícil reconocer en el país actual la huella católica multisecular.
Es como si se hubiera programado un ingente ejercicio de amnesia colectiva. No
se ataca directamente a la Iglesia católica (aunque se aprovechen todos sus flancos
débiles para darle caña mediática e institucional), sino que, más arteramente,
se van minando todos los campos en los que puede florecer la experiencia de fe.
Los católicos, con tal de no ser tildados de retrógrados, nos vamos dejando comer
el terreno. Llegará un día en que abramos los ojos y caigamos en la cuenta de
la trampa en la que hemos caído.
Escribo estas líneas en el
Lunes
de Pascua, recién llegado a Madrid después de varios días fuera. Si los
primeros cristianos se hubieran comportado de forma vergonzante ante la
resurrección de Jesucristo, su figura no hubiera llegado hasta nosotros.
Pero
fue de tal calibre su experiencia de que el Crucificado estaba vivo, que no
pudieron callarse. El día de Pentecostés, Pedro se armó de una valentía que no
tuvo cuando Jesús fue detenido antes de su muerte. En un discurso audaz grita:
“A
Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros,
prodigios y signos… vosotros lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de
hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte”
(Hch 2, 14-15). Mateo escribe que
“las mujeres se marcharon a toda prisa del
sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”
(Mt 28,8).
Una vez que la Vida se abre paso, no hay nada ni nadie que pueda
retenerla. La resurrección de Jesús ha desatado un tsunami de entusiasmo
y de coraje. Echo de menos estos dos rasgos en nuestra manera hispánica de
vivir la fe. Tengo la impresión de que estamos a medio gas, como pidiendo
permiso para existir, temerosos de ofender a alguien o de ser demasiado
asertivos. Se dice que la Iglesia fue muy prepotente durante el régimen
franquista. Puede ser. Pero han pasado ya más de 40 años. Estamos en otra
etapa. Ahora, además de un respeto escrupuloso a la pluralidad social, se
requiere una mayor audacia evangelizadora y -digámoslo con claridad- una mayor
capacidad de sacrificio. Querer vivir cómodamente y a la vez ser audaces es imposible.
¿Cómo se le quita a una persona la valentía? ¡Anestesiándola!
Desde los planes educativos hasta las propuestas televisivas, pasando por los hábitos
sociales, todo converge en un mismo objetivo: hacer ver que la existencia
humana es un espejismo que termina con la muerte y, que, por lo tanto, lo más
razonable es disfrutar al máximo ahora porque “total, son dos días”. La
cultura dominante no cree en la fuerza de la resurrección. Se queda anclaba en un
interminable Sábado Santo en el que Jesús yace sepultado en la tumba del
olvido. Lo importante es meterse un buen
cordero asado entre pecho y espalda y broncearse lo antes posible a la espera
del verano. Lo digo de manera cruda e hiperbólica con un solo objetivo: decirme
a mí mismo que la fe en Cristo resucitado exige una actitud más valiente, un
nuevo coraje de creer.
El respeto a la diferencia no es sinónimo de actitud
vergonzante. El pluralismo social no implica negación de la propia identidad.
Los cristianos no podemos callar, como si todo diera igual. Tragamos sapos que
van contra la humanidad y que, tarde o temprano, se nos volverán indigestos.
Con Pedro tenemos que atrevernos a proclamar que “a este Jesús lo resucitó
Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”. Y, como nadie es mayor que
su Maestro, ya sabemos la que nos espera. Pero la Iglesia no es una comunidad
de cobardes, sino de testigos. Como decía mi viejo profesor de Cristología, en una frase deliberadamente provocativa: “Si la resurrección no conduce a la insurrección es falsa”. Cristo no ha resucitado para que todo siga igual de mortecino que siempre. Hay que arremangarse y ponerse manos a la obra.
Resumes bien lo que vivimos en el occidente, europeo y americano, salvados sus grados y matices. Y llevo tiempo haciéndome preguntas... ¿qué es lo que necesita un cristiano para convertirse en testigo audaz hoy? Mirando a la experiencia de los apóstoles, evidencio una CERTEZA INTERIOR INEQUÍVOCA Y PERSONAL DE ESE ENCUENTRO CON JESUS RESUCITADO, QUE POLARIZA RADICALMENTE TODA MI EXISTENCIA PERSONAL, TAMBIÉN COLECTIVA Y QUE ILUMINA DE VICTORIA LA HISTORIA HUMANA. Entonces, si tuviera yo esta misma certeza ¿quién o qué cosa, pudiera ser más importante o pudiera refutar mi experiencia? No habría nada ni nadie. La otra pregunta es: ¿Cómo pudiera conseguir que yo y otros puedan llegar a tener esta CERTEZA PODEROSA, este ENCUENTRO PERSONAL CON LA LUZ DE CRISTO? Y me asalta otra pregunta: ¿No será que ese paradigma voluntarista y racionalista -de tantos siglos- está ya agotado como vehículo cultural, no ya para trasmitir la fe, sino para responder al hambre de sentido de la mayoría? Otra pregunta: ¿No llega el momento en que tendríamos que mirar de priorizar (sin abandonar absolutamente lo otro) un paradigma que apele a la profunda SED de búsqueda de sentido espiritual, y comenzar a ofrecer caminos y formas más sencillas e inmediatas para que cada persona pueda acceder de forma personalizada al Misterio de Jesús? Creo que tenemos aún demasiados modos pastorales y litúrgicos, que priorizan “las formas” y no “el fondo” de la cuestión. Son modos que se apoyan más en una estrategia proselitista, como si el objetivo de la Iglesia fuera adherir personas a sistemas y formas, sin que estas lleven necesariamente a una EXPERIENCIA PERSONAL. Sin esta experiencia personal, no se trasmite ni la fe, ni se renueva la Iglesia. Pues solo la AUDACIA sería posible cuando la persona pueda tener un ENCUENTRO PERSONAL CON JESÚS. Contra esta certeza personal, no habría nada que lo pudiera separar de El. FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo contigo, del tema de las fiestas a nivel político y de pueblo…
ResponderEliminarCuando dices que: “Los católicos, con tal de no ser tildados de retrógrados, nos vamos dejando comer el terreno…” diría que, mayormente, no hay este miedo… Lo que prima, estos días, son las vacaciones si la economía lo permite… Y también me lleva a la pregunta: Y ¿dónde estaban los que no pueden salir? En una población de unos 3.500 habitantes, solo máximo 50 personas, y de cierta edad ya, han asistido, en las celebraciones de la parroquia. Se supone que algunas habrán participado en otros lugares, pero quedan muchas más!!!
Los seglares, hemos de cambiar de táctica para la evangelización. Como dices: “se requiere una mayor audacia evangelizadora y -digámoslo con claridad- una mayor capacidad de sacrificio” y creo que también es necesario que tomemos conciencia de que la evangelización no son solamente momentos concretos… Nuestra vida tiene que ser misionera y evangelizadora las veinticuatro horas del día… No con grandes cosas, basta con nuestro testimonio sencillo y sincero. Pero hay que tener en cuenta que, en general, no se tiene la suerte que tenemos los amigos del “Rincón” de que alguien, como tu Gonzalo, vaya acompañando en el camino de la vida.
Escribes: “Lo digo de manera cruda e hiperbólica con un solo objetivo: decirme a mí mismo que la fe en Cristo resucitado exige una actitud más valiente, un nuevo coraje de creer.”
Gracias Gonzalo por tu coraje… Gracias porque nos vas contagiando tu ilusión.
Supongo que nos veremos todos en el aquí/ahora donde Cristo Resucitado nos necesite , distinguiéndonos por nuestro "talante cristiano", sin complejos, dejando de distraernos en cuestiones frívolas y yendo al grano, hilando fino...la clandestinidad dicen que ya pasó..
ResponderEliminarTe sigo ( con avidez) desde hace años como ayuda para focalizar, analizar,... una realidad que tenemos que transformar con alegría. Gracias a mi buena amiga Dominica de la Anunciata que me sugirió tu blog. Es una gracia, Gonzalo.