Ayer seguí desde mi ordenador la intervención del presidente ucraniano Zelenski en el Congreso de los Diputados de España. La verdad es que la traducción simultánea del ucraniano al español no era muy buena, pero poco después pude leer íntegro el contenido de su discurso. Dijo que lo que está pasando actualmente en Ucrania “es la guerra más atroz en Europa desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial”. Lo que Rusia pretende, según Zelenski, no es solo hacerse con una parte del territorio ucraniano, sino destruir la democracia y, en general, el estilo de vida europeo. Tras la masacre de Bucha, se preguntó: “¿Cómo es posible que en estas condiciones los países del mundo puedan seguir comprando libremente petróleo ruso y permitir que entren en sus puertos los buques rusos?”.
Fue una especie de tirón de orejas a los países occidentales. Para vencer esta guerra, pidió al parlamento que España se adhiera firmemente a las sanciones económicas contra Rusia y que siga enviando armas a las tropas ucranianas. El Congreso, abarrotado como en los días solemnes, aplaudió con fuerza. Yo también aplaudí, pero me quedé pensativo. Admiré la estrategia comunicativa de Zelenski y, sin embargo, confieso que no todo me pareció trigo limpio. Estamos inmersos en una colosal campaña propagandística que, cuando todo acabe, quizá comprendamos en su verdadero alcance. Ahora estamos demasiado sacudidos por las imágenes de violencia como para adentrarnos en el esfuerzo de los matices.
Precisamente el Evangelio de hoy nos recuerda unas palabras de Jesús que todos sabemos de memoria: “Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,31). Después de escucharlas, sale el Pilatos que todos llevamos dentro para preguntar a bocajarro: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18,38). No la entienden del mismo modo los hebreos que los griegos o los romanos. Y no digamos la ciencia y la filosofía actuales. Las palabras “emunah” (hebreo), “aletheia” (griego) o “veritas” (latín) -traducidas todas ellas por “verdad” en español- tienen resonancias distintas. No es ahora el momento de explicarlas, pero esta diversidad de matices nos indica que la verdad, siendo una, es pluridimensional. Hoy más que nunca somos sensibles a este hecho. Cada uno de nosotros la percibimos desde el ángulo de nuestras experiencias.
Y lo mismo sucede con la palabra “libertad”. Ambas están siendo puestas a prueba en estos tiempos de guerra. Mentir se ha convertido en un arma letal. Parece que los rusos son expertos en su manejo, pero no hay que pensar que todos los demás decimos siempre la verdad desnuda. Muchos países occidentales que ahora se rasgan las vestiduras han estado haciendo negocios con Putin hasta hace cuatro días, a pesar de que sabían que era un auténtico dictador que violaba los derechos humanos en su propio país. ¿No era una forma interesada y encubierta de hacer oídos sordos a la verdad?
Ya sé que no es fácil creer esto por el simple hecho de leerlo en el Evangelio. Es necesario experimentarlo en carne propia. Por desgracia, los creyentes no siempre damos la imagen de ser personas libres. A veces vamos por la vida con la mente y el corazón un poco encogidos, como si temiéramos ser lo que somos. Quien se deja seducir y atrapar por la Verdad no tiene miedo a nada, no tiene que pedir permiso para existir y no necesita esconder nada debajo de la alfombra porque todo queda a la luz.
La guerra de Ucrania, con su cohorte de violencia y mentiras, nos está ayudando a comprender que en toda guerra “la primera víctima es la verdad”. La frase, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson (1866-1945) en 1917, expresa bien lo que estamos viviendo estos días. Y lo que vivimos en esa otra guerra que es nuestro crecimiento personal. Conviene estar alerta.
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