Hoy es la fiesta de la conversión de san Pablo, un asunto que sigue dando mucho que hablar y escribir. Pablo es demasiado Pablo como para despachar su vida con los cuatro tópicos que se repiten hasta la saciedad: que si es un impostor, que si se ha inventado un cristianismo griego, que… Como todos los años, con esta fiesta termina el octavario de oración por la unidad de los cristianos. La verdad es que no he escrito nada sobre este asunto en los últimos días. La asamblea general de Filiación Cordimariana, que ha entrado ya en su fase final tras la elección de un nuevo gobierno para los próximos seis años, me ha atrapado casi por entero.
Por otra parte, tengo muy poca experiencia de diálogo ecuménico. Nunca he vivido en países de mayoría ortodoxa (como mis compañeros de Rusia) o protestante (como otros claretianos que viven en Inglaterra, Estados Unidos o Australia). Mis contactos con personas de estas iglesias han sido muy esporádicos y superficiales. Me falta el sustrato emocional suficiente para escribir algo que no suene demasiado libresco. Aunque el diálogo teológico es imprescindible, no creo que la unidad visible nos llegue desde la mesa de quienes debaten los puntos controvertidos. Hay un ecumenismo de base que, poco a poco, irá creando un nuevo clima eclesial de respeto, entendimiento y colaboración, como ya sucede en tantas partes. Siempre se dice que, si el segundo milenio fue el de las rupturas, el tercero puede ser el de la deseada unidad. Seguimos orando con paciencia, buscando puntos de encuentro y trabajando juntos al servicio de la humanidad.
En un contexto tan polarizado, tenemos que esforzarnos por multiplicar los espacios de encuentro y de diálogo. Muchas de estas personas que escriben verdaderas barbaridades desde la soledad de su ordenador, cambian por completo cuando se las aborda de tú a tú. Algunas de ellas son de una timidez casi enfermiza, pero se crecen en las distancias informáticas, disfrutan divulgando chismes y haciendo conjeturas. Para evitar prejuicios y examinar los asuntos con serenidad desde diversos puntos de vista, es necesario sentarse a la misma mesa, mirarse a los ojos, compartir experiencias, presentar argumentos, oír otras voces, aceptar la diferencia y dejarse transformar por dentro. Pocas personas están dispuestas a este “test de la verdad”. Es más fácil pontificar desde un púlpito digital que bajar a la arena del encuentro interpersonal.
Cada vez admiro más a las personas que han recibido este carisma de la cercanía y que no tienen miedo a la vulnerabilidad, ni siquiera en nombre de la ortodoxia. De personas así cabe esperar una unidad verdadera, empática, sufrida y transformadora. Los desafíos de la misión son tantos que no podemos perder tiempo y energías en inútiles e infantiles luchas intestinas. La oración de Jesús al Padre sigue siendo para nosotros un horizonte claro: “Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).
Hay tanta diversidad de opiniones y noticias en la Iglesia que se nos hace difícil, para muchos, permanecer… Cada vez más, todo lleva a muchos interrogantes para aclarar en qué Iglesia creemos…
ResponderEliminarHay muchas noticias que duelen, y que, demasiadas veces, parece que se disfruta aumentándolas, y me llevan a pensar en Mt 5,23-24… “Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda...”
Me pregunto: ¿de verdad amamos a la Iglesia que nos acoge y hacemos todo lo posible para que se mantenga fiel? ¿Intentamos comprender a todos los que la formamos? ¿somos conscientes de nuestra responsabilidad con la imagen que transmitimos?
Gracias Gonzalo por todas las fuentes de información que nos aportas.