Por edad, formación y experiencia, es evidente que no soy un rapero. Más aún, confieso que durante años el rap me ha parecido un subgénero musical al que no le he prestado ninguna atención. Me costaba sintonizar con esa ensalada de rimas ripiosas, habla rítmica y jerga barriobajera, sobre un acompañamiento musical más o menos elaborado. Pero he empezado a cambiar. ¡Ojo! No es que me haya convertido en un experto y menos en un fanático, pero me parece un fenómeno social digno de atención. ¿Qué dicen los jóvenes a través de esta forma comunicativa? ¿Por qué lo dicen? ¿Cómo lo dicen? ¿A quién se lo dicen? El rap hace un diagnóstico social a menudo más certero, más atado a la vida concreta, que el que ofrecen muchos informes sociológicos y análisis pastorales.
Tomo, al azar, la letra de la canción “Nieve” de Aron Piper, estrenada hace un par de meses. Escucho esto: “Te voy a contar dos cosas, mamá / Una, que ya se ha hecho tarde / Otra, que no sé volver / Lo intenté y no logro acostumbrarme / Otra noche que he vuelto a beber / Otra noche que se me ha hecho tarde / Cuántas veces más voy a soñar / Que no consigo adaptarme”. Y un poco más adelante: “Tengo a mi madre llamándome / No tengo a dios, pero tengo fe / Fe en que puedo contra la pared / Fe en que quiero, pero no lo ve / Ven que puedo y eso ellos lo temen / Vuelvo al ruedo, sé que no me quieren”.
Aron Piper no es un rapero al uso. No viene del mundo de la marginación, se ha hecho famoso como actor (sobre todo, por la serie Élite) y gana más dinero del que jamás hubiera imaginado. Sin embargo, comparte con mucha gente de su generación el desajuste con la sociedad. Lo dice sin tapujos en una confesión a su mamá: “Cuántas veces más voy a soñar / Que no consigo adaptarme”. Los jóvenes del 2021, tocados por la pandemia, acusan con mucha fuerza este retraso. Tampoco ellos consiguen adaptarse. Ya se empieza a hablar de que muchos van a vivir peor que la generación de sus padres, a menos que la precariedad económica sea una vía hacia un tipo vida más auténtico y menos impostado. El tiempo lo dirá.
No todos los raperos inundan sus composiciones con palabrotas, blasfemias, alusiones sexuales explícitas, guiños a la droga, referencias a la muerte y tópicos parecidos. Pero casi todos se muestran muy críticos con la sociedad en la que viven. Algunos podrían escribir un libro de 300 páginas recopilando agravios y denuncias, pero prefieren vomitarlo todo en una canción de apenas tres minutos. Optan por algo breve que hiera, provoque y sugiera mucho más que una obra académica. Los raperos son juglares de un mundo urbano contaminado. No se resignan a respirar sus humos y quedarse con los brazos cruzados. Protestan a su modo. Y algunos engordan su cuenta corriente a base de cantar contra esta sociedad de mierda.
Como era de temer, la industria musical ha visto en ellos un filón. Una vez que un nuevo género revolucionario entra en el mainstream comercial empieza poco a poco a desactivarse. No hay nada menos transformador que el éxito. Si el cristianismo tuvo éxito fue, paradójicamente, porque nació de un fracasado... rehabilitado. Los parias de la tierra solo pueden identificarse con uno que acabe mal. Las historias de final feliz están reservadas para las películas de Hollywood y, sobre todo, para las de Bollywood. En la vida real, los que han cambiado el mundo casi siempre han acabado mal, como el grano de trigo enterrado. Solo con el paso del tiempo hemos empezado a valorar su sacrificio. El grano tiene que pudrirse antes de producir fruto.
Aunque a algunos pueda parecerles raro, hay también un rap cristiano… ¡y no suena tan mal! Se trata, por lo general, de cantantes que ven en Jesús la salida al laberinto en el que vivimos. También sus letras tienen mucho interés. Yo diría que una canción de rap es como una colección de grafiti recogidos en las paredes de la gran ciudad. Cada verso es una bofetada en la cara. Cuanto más ripiosas son las rimas, más llegan al gran público. Un rap demasiado elaborado pierde su carácter contracultural. Acaba convirtiéndose en poesía urbana. Ese es el camino más rápido hacia la neutralización.
Imagino que la mayoría de los lectores de este Rincón no estáis muy interesados en este género, aunque a lo mejor me equivoco. Comprendería la distancia, pero yo, como misionero, he sentido la necesidad de explorar un poco esta periferia. Confieso que he encontrado seres humanos en estado de disección interior. No sé si hay otro género que, con apariencia de frivolidad y diversión, se atreva a desnudar nuestras contradicciones y – como se decía antes – el “malestar” de nuestra sociedad. Imagino a Jesús acercándose a un rapero e invitándolo a seguirlo. Es probable que encontrara más disponibilidad que en algunos niños buenos demasiado atados a sus privilegios y seguridades. Os dejo con algunos vídeos sin más pretensiones.
No tengo tiempo para muchas palabras porque me aguarda una vacuna monodosis de Janssen. Italia ha cogido una velocidad de crucero. El sábado pasado consiguió superar las 600.000 vacunaciones en un solo día. ¡Seguro que ya hay algún rapero que está dando caña a esta trepidación colectiva!
Quizás te sorprenda que a mi sí que me ha interesado este mundo del rapp… No tengo formación musical, por lo que no puedo valorar el ruido que transmiten a través de la música, pero sí que escuchar las letras de las canciones me ha ayudado a comprender a mis hijos en su adolescencia, comprender el momento que les tocó vivir…
ResponderEliminarValoro, en positivo, que sean capaces de “vomitar” todo aquello que llevan dentro, sacando su agresividad de una manera controlada… expresando con ruido y fuerza sus sentimientos.
Gracias por tu relación con el grano de trigo enterrado… Aporta inquietud y fuerza a la vez.