Hoy se cumplen 500 años. En 1521 el ejército francés invade Navarra. Pretende reponer en el trono al rey navarro. Un caballero vasco al servicio del rey de Castilla participa en la defensa de Pamplona. Se llama Íñigo de Loyola. El 20 de mayo, que aquel año era el lunes de Pentecostés, una bala le destroza la pierna derecha, hiriéndole también la izquierda. Pronto lo trasladan a la casa-torre familiar. Es intervenido quirúrgicamente varias veces. A pesar del riesgo extremo, los médicos consiguen salvarle la vida. La convalecencia será larga. No tiene más remedio que matar el tiempo con la lectura.
En la biblioteca de la casa encuentra una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos. Pasa días enteros leyendo. Dentro, casi sin darse cuenta, va madurando una convicción: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron”. Una noche se le aparece la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. Desde entonces ya solo piensa en transformar su vida: quiere abandonar la casa solariega e ir a Jerusalén como peregrino. No sabe que Dios no ha hecho más que comenzar a trabajar en él.
Se celebran, pues, los 500 años del comienzo de una historia de amor. Lo que le sucedió a Ignacio de Loyola en Pamplona tal día como hoy desencadenó un proceso que, de una manera u otra, nos ha alcanzado a todos. ¿Cómo podía imaginar aquel joven soldado de 29 años que su “fracaso” militar (las heridas le obligaron a retirarse del campo de batalla) sería el inicio de una conversión radical y, a la postre, de un vasto proyecto evangelizador? El fundador de la Compañía de Jesús experimentó en carne propia que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20).
La experiencia de Ignacio ilumina lo que a menudo vivimos muchos de nosotros. Tenemos sueños, hacemos planes, tomamos decisiones, pero la realidad se aparta muchas veces del guion. La vida está llena de acontecimientos no programados. Uno puede esforzarse por estudiar una carrera, lograr un buen puesto de trabajo y situarse en la vida. Puede también imaginar relaciones personales satisfactorias y hasta aventuras de diverso tipo. Pero luego, sin previo aviso, puede aparecer una enfermedad. O puede sobrevenir una decepción amorosa. O sencillamente uno pierde el trabajo y tiene que atravesar períodos de precariedad económica. ¿Quién califica estas cosas de “bendiciones”? Si algo aprendemos en la vida de los grandes hombres y mujeres de Dios es que con mucha frecuencia, lo que nosotros calificamos de fracaso o desengaño suele ser el comienzo de una gran transformación interior.
No estoy sugiriendo que para descubrir la presencia de Dios en nuestra sea necesario que una bala nos destroce una pierna o que el médico nos diagnostique un cáncer. Dios se nos insinúa de muy diversas maneras. A veces, puede aparecer como “misterio indescifrable” (es el caso de Franco Battiato) o como atracción irresistible o como presencia amorosa. Lo que importa es estar abierto a sus sorpresas, aceptar que el camino de la vida es sinuoso y que Dios puede sacar bien de mal, transformar una desgracia en gracia, una frustración en esperanza.
Leo en los periódicos de hoy que un diputado de ERC en el Congreso de Madrid ha ridiculizado a los católicos acusándonos de “creer en serpientes que hablan, en palomas que embarazan y en que las mujeres provienen de la costilla de un hombre”. Enseguida ha habido reacciones por parte de algunos obispos, políticos y periodistas. En este caso, como en tantos otros, creo que lo mejor es no responder con la misma moneda tirando de ironía, sino aprovechar la oportunidad para presentar con claridad el mensaje cristiano desmontando algunos de los tópicos que lo secuestran.
¿Nadie le ha explicado a Gabriel Rufián qué es un género literario, cómo se debe interpretar la Biblia y qué significa respetar las creencias de los demás? Hagámoslo con sencillez, paciencia y un suave sentido del humor. En otras palabras, aprovechemos todo lo que sucede (incluso lo que a primera vista parece una crítica, una decepción o un fracaso) para aclarar malentendidos y abrirnos a un nuevo nivel de conciencia. A veces, una pierna destrozada ha sido el camino para un gran proyecto evangelizador. A Dios nadie le gana en sorpresas.
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