La pandemia ha puesto sobre la mesa las consecuencias terribles (humanas e incluso económicas) que tienen los recortes abusivos en el campo de la prevención de accidentes, atención sanitaria y servicios sociales. Cuando se busca el máximo beneficio con el mínimo costo, se corre el riesgo de traspasar la línea delgada que separa la humanidad de la inhumanidad. Luego, cuando ya es demasiado tarde, nos rasgamos las vestiduras. Pasó al principio de la pandemia con las residencias de ancianos, por ejemplo. Acaba de pasar ahora en Italia con el accidente del teleférico. Por querer ahorrar dinero recortando los costes de mantenimiento, catorce personas murieron. Además de este alto precio en vidas humanas, los responsables van a dar con sus huesos en la cárcel. Lo que de entrada parecía una ganancia, acabó revelándose como una gran pérdida.
Ayer por la tarde, mientras hurgaba en viejos archivos informáticos, me encontré con un texto que hace años me llamó la atención y que conecta con el tema de la entrada de hoy. Es probable que algunos conozcáis la historia. De todos modos, voy a contarla.
A un director de una empresa inglesa le dieron una entrada para un concierto en el cual se iba a interpretar la
Sinfonía Inacabada de Franz Schubert. Como, debido a sus múltiples ocupaciones, no podía asistir, le dio la entrada a un colega, el responsable del área de personal. Al día siguiente, el director le preguntó:
“¿Qué tal? ¿Te gustó el concierto de ayer?”. Su colega le respondió muy resolutivo:
“Mi informe estará en la mesa de tu despacho esta misma tarde”. La verdad es que esta respuesta le dejó al director algo perplejo, pero no hizo ningún comentario. Y, en efecto, por la tarde vio encima de su mesa el siguiente…
“Informe sobre la asistencia al concierto
del 18 de noviembre de 2000”
Pieza: Sinfonía Inacabada de Schubert.
Durante considerables períodos de tiempo,
los cuatro oboes no tienen nada que hacer. Se debería reducir su número, y su
trabajo debiera ser distribuido entre toda la orquesta, eliminando así los
picos de actividad.
- Los doce violines estuvieron tocando las
mismas notas. La plantilla de esta sección debiera reducirse drásticamente. Si
se quiere mayor volumen de sonido, se puede lograr mediante un amplificador
electrónico.
- En tocar las semicorcheas se empleó mucho
esfuerzo. Esto parece un excesivo refinamiento y se recomienda que todas las
notas se redondeen a la corchea más cercana. Si se hiciera así, sería posible
emplear personal de baja formación.
- No sirve para nada la repetición con las trompas
de pasajes que ya han sido tratados por la sección de cuerdas. Si estos pasajes
redundantes fueran eliminados, el concierto podría reducirse de dos horas a
veinte minutos.
- Finalmente, quisiera señalar que, si
Schubert hubiese tenido en cuenta estos asuntos, ciertamente hubiera acabado su
Sinfonía.
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Creo que no hacen falta muchos comentarios. La historia se explica sola. Cuando aplicamos a todas las dimensiones de la vida (incluidas las relaciones humanas) la lógica mercantilista que aplicamos a la producción de bienes y servicios, puede suceder algo parecido a lo que hizo el responsable de personal de la compañía inglesa. La pandemia nos ha abierto los ojos. Lo que en tiempo de bonanza parece un gasto exagerado (o incluso un derroche) es lo que nos salva la vida en tiempos de calamidad.
Y esto sin entrar en la dimensión estética. Si la naturaleza siguiera los criterios raquíticos del capitalismo, sobraría el 99% de las especies animales y vegetales. Para poder alimentarnos bastaría con un escuálido 1%. ¡Menos mal que Dios, en su infinita sabiduría, ha sido un padre derrochador!
¡Excelente! ¡Muchas gracias!
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