Hace más de 40 años que el teólogo Jon Sobrino empezó a utilizar estas metáforas (desierto, periferia y frontera) para hablar de los “lugares” en los que tenía que estar la Iglesia. El papa Francisco las usa muy a menudo; sobre todo, las dos últimas. Raro es el documento magisterial que no hable hoy de que los cristianos – y, de manera especial, los religiosos – tenemos que desplazarnos a las periferias (geográficas, intelectuales, existenciales) y a las fronteras de todo tipo. El jueves tuve la oportunidad de escuchar a un hombre que viene de las periferias y vive en las fronteras.
Me conmovió la vibrante conferencia que el cardenal Cristóbal López, arzobispo de Rabat (Marruecos), nos ofreció en el marco de la 50 Semana de Vida Consagrada. Habló desde la experiencia, con la pasión de un consagrado (es salesiano) y la profesionalidad de un comunicador (es también periodista). Si tenéis curiosidad y tiempo, podéis verla en este enlace. Necesitamos pastores con este perfil. Hombres que hablan de lo que han visto y oído, que no se sienten encorsetados en esquemas eclesiásticos porque hace ya mucho tiempo que han descubierto que el Espíritu de Dios actúa en todos los seres humanos, no solo en los miembros de la Iglesia.
Hoy me toca a mí. Esta tarde tengo que hablar sobre la espiritualidad de la vida consagrada en la sociedad de la información. Es un tema tan amplio y tan actual que en 43 minutos solo puedo esbozarlo. Vencida la tentación de querer decirlo todo, se trata de seleccionar algunos rasgos que estimulen la reflexión de quienes participan en la Semana. Todos tenemos nuestra experiencia personal en relación con esta nueva sociedad digital en la que vivimos. Sabemos que está poblada de monstruos y gentes abominables (es probable que hayamos experimentado en más de una ocasión sus zarpazos), pero, sobre todo, está llena de increíbles posibilidades. Este blog es una pequeña muestra de lo que Internet nos permite.
Es verdad que estamos gobernados por algoritmos que predicen y condicionan nuestras búsquedas, pero también es verdad que se abre un campo inmenso para la creatividad. Desde un sencillo teléfono móvil podemos poner imagen y sonido a lo que está pasando. Todos nos convertimos en reporteros de la realidad esquivando los filtros e intereses de las grandes corporaciones mediáticas. Las redes sociales se han convertido en instrumentos de manipulación masiva, pero también en plazas públicas donde se puede contar la verdad a bocajarro.
Yo no soy un nativo digital. Llegué a este continente después de haber pasado una buena parte de mi vida en el mundo Gutenberg (la lectura me apasiona) y en el mundo Marconi (en tiempos fui forofo de la radio y la televisión). Ahora navego por el océano de Internet, pero sé que nunca podré hacerlo como los nativos que han nacido en sus aguas. Lo que, de entrada, puede ser un inconveniente, contiene también alguna virtud. Todavía soy de los que pueden comparar mundos y conservar una mínima capacidad crítica. Dentro de pocos años será difícil imaginar cómo era la vida humana antes de la etapa digital.
Con mejor o peor fortuna, también es posible ser testigos del Evangelio en este mundo. No se trata tanto de anunciarlo a voz en cuello, cuanto de aprender a descifrar las muchas semillas de Evangelio que hay en lo que hacemos los seres humanos. Como decía con ironía el cardenal López Romero en su conferencia del jueves, “existen lugares en los que hay mucha Iglesia y poco Reino”. Y, por el contrario, otros en los que hay “poca Iglesia y mucho Reino”. La Iglesia siempre será un signo y un instrumento, nunca una realidad completa. En cuanto signo, debe ser auténtica y transparente; en cuanto instrumento, debe ser eficaz.
En fin, todo esto me viene a la mente horas antes de compartir con un auditorio internacional de más de dos mil personas lo que podemos hacer para vivir una espiritualidad fresca en esta era digital. La jornada se presenta llena de acontecimentos: partidos de infarto que marcan el final de la liga de fútbol en España, retransmisión mundial del Rosario por el final de la pandemia desde el monasterio de Montserrat, vigilia de Pentescostés, festival de Eurovisión en Rotterdam... ¡Que Dios nos pille confesados!
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