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Nῦν ἀπολύεις τὸν δοῦλόν σου, δέσποτα, κατὰ τὸ ῥῆμά σου ἐν εἰρήνῃ, ὅτι εἶδον οἱ ὀφθαλμοί μου τὸ σωτήριόν σου, ὃ ἡτοίμασας κατὰ πρόσωπον πάντων
τῶν λαῶν, φῶς εἰς ἀποκάλυψιν ἐθνῶνκαὶ δόξαν λαοῦ σου ᾿Ισραήλ. |
Nunc dimittis servum tuum, Domine, secundum verbum tuum in pace: Quia
viderunt oculi mei salutare
tuum Quod
parasti ante faciem omnium populorum: Lumen
ad revelationem gentium, et gloriam plebis tuae Israel. |
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque
mis ojos han visto a
tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz
para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. |
martes, 2 de febrero de 2021
Nunc dimittis
La Liturgia de
las Horas incorpora tres cánticos evangélicos a lo largo del día: el Benedictus (Lc
1,68-79) en las laudes, el Magnificat
(Lc 1,39-45) en las vísperas y el Nunc dimittis (Lc
2,29-32) en las completas. De los dos primeros he escrito en alguna ocasión en
este Rincón cuando he hablado de “girados
hacia el sol” o de “me
apunto al Dios de María”. Hoy
quiero escribir sobre el más pequeño (apenas cuatro versículos) y desconocido
de los tres. El evangelista Lucas lo pone en labios del anciano Simeón. Lo hago
en un día en que la Iglesia celebra la fiesta
de la Presentación del Señor. El Evangelio de hoy (cf. Lc 2,22-40) narra precisamente el encuentro de los ancianos Simeón y Ana con el niño Jesús y sus padres en el templo de Jerusalén con motivo de la presentación del pequeño, siguiendo la tradición judía.
Desde hace 25 años se celebra también hoy
la Jornada Mundial
de la Vida Consagrada. La Iglesia de España ha elegido para este
año el lema “Parábola
de fraternidad en un mundo herido”. Se acumulan, pues, los motivos
en un día en que Roma ha amanecido con un sol espléndido y un cielo azulísimo,
casi como presagiando ya la primavera, aunque estemos todavía en el corazón del
inverno. Yo doy gracias a Dios por haberme llamado a este particular estilo de vida en la Iglesia. Soy consciente de que me ha tocado vivirlo en un momento
desafiante, pero no me quejo. Me pregunto si ha habido algún momento fácil a lo
largo de la historia. Toda época tiene sus ángeles y sus demonios.
En cada encrucijada, el Espíritu de Jesús ha ido
suscitando formas nuevas de vida consagrada. Cuando el imperio romano se
desmoronó, surgió la Regla de san Benito, como un ejemplo de vida armónica que
ayudó a la construcción de Europa. En tiempos del despertar burgués y del auge
de las ciudades, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán dieron forma a estilos
de vida pobres e itinerantes que acercaron el Evangelio a las gentes del siglo
XIII. Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y otros fundadores del siglo XVI
supieron ser creativos en el siglo de los grandes descubrimientos y cambios
sociales. Imaginaron una vida religiosa más orante, apostólica y misionera. Y lo mismo hicieron
otros fundadores y fundadoras en los siglos XVIII y XIX (entre ellos san Antonio
María Claret) cuando salieron al paso de las inmensas necesidades en el campo
de la educación, la sanidad o el apostolado. También en el siglo XX se registraron propuestas
innovadoras, desde los institutos seculares hasta formas de monaquismo urbano y
de misión compartida entre célibes y casados. Estoy convencido de que el siglo
XXI no se quedará atrás. Nadie le gana en creatividad al Espíritu Santo. En el
siglo de Internet, de la globalización y de una Iglesia sinodal y samaritana, algunas
formas históricas de vida consagrada desaparecerán e irán surgiendo otras
nuevas.
En este contexto
de cambio continuo, cobra mucho sentido el cántico de Simeón porque pone
palabras a la experiencia de “misión cumplida”, de retirada digna. A todos nos
gusta ser pioneros y creadores porque nos parece que eso es un signo de vida. Pocos
están preparados para saber retirarse a tiempo, olvidando que la vida tiene siempre
dos movimientos: uno de muerte y otro de resurrección. Las palabras de Simeón
me parecen de una profundidad sobrecogedora. Él, que toda su vida había estado
esperando al Mesías, que representa la espera concentrada del pueblo de Israel,
es capaz de decir: “Nunc dimittis” (es decir: “Ahora, Señor, según tu
promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz”). ¡Qué hermoso sería que los consagrados
fuéramos capaces de decir estas mismas palabras cuando debemos cerrar una casa,
transferir una obra o incluso aceptar la desaparición de nuestro instituto!
Naturalmente,
esa despedida no obedece solo a razones coyunturales, sino a una profunda
experiencia teologal. Simeón la expresa así: “Porque mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos”. Cuando se nos
concede la gracia de “ver al Señor”, podemos irnos en paz. Él sabrá cómo seguir
haciéndose presente en nuestro mundo. Ninguno somos imprescindibles. Quizá esta
conciencia de temporalidad es uno de los mayores signos de madurez espiritual. Saber retirarse
en paz significa creer que la historia no depende de nosotros, sino del
Espíritu de Dios. Él nos hace entender que Jesús es “luz para alumbrar a las
naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Recitar cada noche antes de dormir el
Nunc dimittis nos ayuda a aceptar con serenidad las despedidas y retiradas
que forman parte de la vida de toda persona y prepararnos con paz para esa
retirada definitiva que es la muerte.
Os dejo con el texto del cántico de Simeón
en griego, latín y en la versión litúrgica española.
1 comentario:
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amén, hermano, este cántico de Simeón es muy hermoso
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