Siempre me he
sentido atraído por el catolicismo francés, por sus búsquedas, sus extravíos, su aprecio de la tradición y
sus propuestas novedosas. Por casualidad, ayer por la tarde me topé con la revista online Jésus, dirigida por un equipo
joven formado por católicos y protestantes franceses. Su estilo me parece una forma fresca (y ecuménica) de
hablar de la fe en las sociedades secularizadas. En el número de enero de este año
publican una interesante conversación entre el escritor y periodista Thibault de Montaigu
(nacido en 1978) y el cantautor Grégory Turpin (nacido en 1980), de quien escribí
hace unos días. Ambos tienen una edad parecida y son convertidos, aunque sus trayectorias difieren bastante.
Thibault publicó el pasado mes de agosto
su quinta novela titulada La Grâce (La gracia), en la que
cuenta su propio itinerario espiritual de conversión, un camino que le llevó a
descubrir el de su tío paterno, quien, tras una vida de fiestas y excesos, fue también tocado por la gracia a los 37 años y después se hizo franciscano. El libro de Thibault fue galardonado con el Premio Flora
en noviembre de 2020. Lo curioso es que, cinco años antes, en 2015, Thibault había
publicado otro libro que no tenía nada que ver con este. Se titulaba Voyage autour de mon sexe (Viaje
alrededor de mi sexo). En él cuenta la historia de la masturbación desde
el Paleolítico hasta el portal YouPorn, pasando por Proust, Dalí y los
penitenciarios cristianos de la Edad Media. Seleccionada para el premio Sade, la
obra tuvo un gran éxito comercial y recibió críticas muy favorables.
¿Os imagináis a
Thibault de Montaigu y Grégory Turpin manteniendo una conversación en un café?
El resultado de su encuentro es un oasis
de sentido en el desierto de superficialidad que hoy vivimos. Como es probable
que no todos los lectores de este Rincón comprendan bien el francés, me
permito entresacar y traducir algunas de sus intervenciones, aunque todas me
parecen interesantes.
Cuando Thibault le pregunta a Grégory cómo fue su
descubrimiento de la fe, este hace una síntesis de su vida: “Había empezado
mi carrera de cantante y me iba bien. Tenía éxito, salía mucho y tomaba cocaína
todas las noches, no para salir de fiesta, sino para mantenerme en el escenario
y porque me permitía ser quien soñaba ser: seguro y desinhibido. En realidad,
vivía en tal desesperación que intenté suicidarme varias veces. Una noche me
ofrecieron ácido y me dije que si decía que sí esta vez estaría cruzando un
punto de no retorno. Me negué, conduje a casa en mi coche borracho y me puse a
llorar y a rezar. Recordando un poema de Santa Teresa de Lisieux, me di cuenta
de que lo que me haría feliz no era lo que emprendiera para un futuro más o
menos glorioso, sino que tenía que elegir a Dios, y elegirlo ahora. Fue un
cambio total en una noche. En tu libro, Thibault, vuelves al hecho de que a
menudo tendemos a querer borrar esta experiencia de oscuridad, que la mayoría
de los santos han experimentado. ¿En qué sentido es constitutiva de la gracia?”.
Thibault acepta la pregunta con la que Grégory termina su testimonio y responde
así: “Aquí está en juego algo esencial: tienes que haber agotado todo lo que
te hace dispersarte, todas esas tentaciones, esas fantasías, esos deseos de
compararte o de vivir sólo en la hipótesis de un futuro lejano... Todo eso
tiene que derrumbarse para que te encuentres solo y sin ayuda exterior.
Entonces, en esta oscuridad, puede surgir esa voz dentro de nosotros que es más
íntima que nosotros mismos. Creo, además, que hay algo de este orden en todos
los grandes santos, como San Agustín, Carlos de Foucauld, San Francisco: en el
fondo de la desesperación, nos encontramos desnudos ante el misterio de Dios y
es en ese momento cuando somos capaces de dar el salto de la fe. Incluso la depresión
puede ser una forma de gracia, ¡quizá ahí es donde empieza!”.
La conversación
prosigue por caminos muy sugestivos. Algo que me ha llamado la atención es cómo
Thibault sale al paso de la moda de una espiritualidad puramente subjetiva: “Hoy en día, es cierto que la gente
construye una espiritualidad más o menos individual porque ya no soporta
ninguna autoridad superior que la defina, ya sea la Iglesia, la familia, los
sindicatos o los partidos políticos... Siempre les explico que la religión es
un lenguaje para hablar con Dios que ha sido desarrollado a lo largo de los
siglos por pensadores, artistas, fieles, teólogos, santos, ¡y que este lenguaje
ha enriquecido mucho el diálogo! Intentar hablar con Dios inventando un
lenguaje propio es tan orgulloso como absurdo”. Cuando abordan el tema de
si es fácil que se den conversiones en una sociedad tan secularizada como la
francesa, Thibault responde con sinceridad: “Estamos pasando de un modelo de
catolicismo cultural a un modelo de catolicismo de conversión. Me sorprende el
número de personas que, tras leer mi libro, me dicen: “¡Qué suerte tienes! ¡Me
gustaría tanto creer!”. Les digo que no se puede esperar nada de uno mismo para
que se produzca la gracia, esa es toda la paradoja de Dios. No se puede estar
en este voluntarismo contemporáneo, comienza por el contrario con la humildad.
Dios toma mil y un caminos para llegar a nosotros”.
Confieso que,
mientras leía esta conversación entre el escritor y el cantautor, pensaba en
algunos de mis amigos que están entre los 40 y 50 años, a los que aprecio de
corazón. A algunos los veo perdidos, dando tumbos, demasiado esclavos de una
forma nihilista de entender la vida, como si todo se redujera a garantizar el puesto
de trabajo en tiempo de crisis económica, gozar de algunas experiencias
efímeras y vivir la existencia sin pena ni gloria. En nuestras conversaciones
ocasionales nos cuesta agarrar el toro por los cuernos. Todos nos sentimos muy
orgullosos de nuestras opciones y estilos de vida. Difícilmente nos dejamos cuestionar
por otras personas. A menudo, las palabras resbalan, parecen no conectar con lo
que cada uno vive. Solo el testimonio de quien ha hecho el viaje de la superficialidad
a la profundidad, del sinsentido a la gracia, puede tocar las fibras de estos
corazones algo aletargados.
En este blog quisiera hacerme eco de vez en cuando
de historias reales de personas que en la secularizada sociedad europea han
sido tocadas por la gracia y han descubierto la maravilla de la fe. Dios tiene
su manera peculiar de llegar a cada uno de nosotros. Y no siempre coincide con
los caminos que la Iglesia imagina y proyecta.
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