Antes de que la
pandemia pusiera de moda las diferentes “cuarentenas”, la liturgia cristiana
contaba ya con una “cuarentena” clásica. ¿Qué otra cosa es la Cuaresma sino una
“cuarentena” de oración, limosna y ayuno que nos prepara para la
celebración de la Pascua? Después de cuatro días introductorios, hemos llegado
al I Domingo de Cuaresma.
Ya sabemos que este primer domingo está dedicado todos los años a las
tentaciones de Jesús en el desierto y, como reflejo, a las nuestras. Marcos despacha
el asunto en un par de versículos (cf. Mc 1,12-13), sin hablar de tres tentaciones
como hacen Mateo y Lucas. Lo que, a primera vista, puede parecer un relato menor y casi
insignificante, se revela como una verdadera clave para entender la misión de
Jesús.
Lo primero que llama la atención es que quien empuja a
Jesús al desierto es el Espíritu. La tentación, pues, no se puede entender como una incitación
al mal (eso nunca sería obra del Espíritu de Dios), sino como una prueba para
acendrar las motivaciones y actitudes mesiánicas de Jesús. En la carta a los
Hebreos leemos que Jesús “ha sido probado en todo, como nosotros, menos en
el pecado” (Heb 4,15). En este sentido, la prueba es inherente la misión.
Por otra parte, según el relato de Marcos, Jesús se
quedó en el desierto “cuarenta días”, es decir, toda una generación. Es
la forma simbólica de indicar que la prueba lo acompañó durante toda su vida,
que la tentación fue un ingrediente constante de su misión. Quien lo pone a
prueba es Satanás. En hebreo se trata de un nombre común (no de un nombre
personal) para referirse a quien se pone en contra de nosotros, al oponente. Es,
pues, una forma simbólica de aludir a las fuerzas del mal que se oponen a la
misión de Jesús durante sus “cuarenta días” de existencia terrena.
Hay dos detalles
más llenos de simbolismo. Jesús aparece “viviendo entre alimañas”. A la
luz del capítulo
7 del libro de Daniel, estas fieras representan a los poderes que oprimen
a los seres humanos. De hecho, Daniel aplica algunos símbolos de animales a las
potencias de su época: el imperio sanguinario de los babilonios está
representado por el león, el de los medos por el oso, el de los persas por el
leopardo y el de Alejandro Magno y sus sucesores por una cuarta bestia
indefinida pero espantosa y terrible. Todos ellos, en vez de servir a los
pueblos e instaurar la paz y la justicia, no hicieron sino oprimir a los
débiles y esclavizar a naciones enteras. También Jesús se verá asediado por las
“alimañas” de quienes en su época detentaban el poder político, económico y religioso.
Al mismo tiempo, “los ángeles le servían”. Este es el segundo detalle
redaccional que contrasta con el primero. A lo largo de su vida, Jesús experimentó
la ayuda de muchos “enviados” (eso es lo que significa la palabra ángel)
de Dios, empezando por su madre María, su padre José, los discípulos que lo
seguían, las mujeres que lo apoyaban con sus bienes, etc. Confortado por todos ellos,
Jesús pudo dedicarse por entero a su verdadera misión: anunciar que “se ha
cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el
Evangelio”. En pocas palabras: el Evangelio siempre se abre paso acosado
por “las alimañas” (los poderosos de cada época) y alentado por “los ángeles”
(las personas que reflejan el amor de Dios).
Cuando pensamos
en nuestra misión actual como cristianos, tenemos que ser conscientes de que se
trata de una misión arriesgada y difícil. Siempre estaremos sometidos a prueba,
como Jesús. Es la única manera de mantenernos en forma, de no sucumbir a la
moda del momento. También nosotros vivimos la “cuarentena” de nuestra vida en
el desierto de la existencia. Como el Maestro, nos debatiremos entre “las alimañas”
(los poderes que hoy siguen oponiéndose al Evangelio) y los “ángeles” (los
muchos hombres y mujeres que Dios pone en nuestra vida para hacer visible su
amor).
¿Quiénes son en el contexto en el que cada uno vivimos esas “alimañas”
que se oponen a nuestra misión evangelizadora y esos “ángeles” que nos
confortan en las pruebas? No siempre es fácil identificarlos. A menudo, tanto
unas como otros están dentro de nosotros, no fuera. Es la lucha permanente
entre el mal y el bien. Creo que la liturgia de este primer domingo de Cuaresma
nos anima a una moral de combate. El fruto es siempre una misión renovada:
seguir anunciando que el reino de Dios está cerca. Las tentaciones no son
piedras en el camino, obstáculos insidiosos para hacer de nuestra vida un valle
de lágrimas, sino un verdadero entrenamiento para llegar a ser auténticos misioneros
de la Buena Noticia: Dios nos ama y quiere “que todos los seres humanos sean
salvados y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).
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