Me pasé buena parte del mes de junio en el estado indio de Kerala. Viví en carne propia lo que significan las lluvias monzónicas de esta época del año. Pero en este mes de agosto la furia del agua se ha desatado con una violencia desconocida en el último siglo. A consecuencia de las numerosas inundaciones, desprendimientos de tierras y otros desastres provocados por las lluvias, ya han fallecido más de 300 personas. 35 de los 42 embalses que hay en Kerala han tenido que abrir sus compuertas porque no podían almacenar más agua. Esto ha provocado como efecto colateral la inundación de numerosas poblaciones. Una de las misiones claretianas que visité en junio, la de Vythiri, ha sido cubierta por las aguas, provocando cuantiosos daños. En los mensajes que me llegan desde Kerala hace unas semanas notaba preocupación y ansiedad; ahora percibo angustia y desesperación. No puedo permanecer indiferente ante lo que está sucediendo en una zona de la India que conozco de primera mano.
Por lo general, asociamos el agua a la vida. Solemos repetir como una mantra que “donde hay agua, hay vida”. Y es verdad. Pero cuando el agua se precipita con tanta abundancia y violencia –como está sucediendo en Kerala en las últimas semanas– arrasa con todo. Es más fácil defenderse del fuego que del agua desbocada. En el Himno a las Criaturas, atribuido a san Francisco de Asís, se canta: “Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde, loado mi Señor”. Todas las notas que le atribuye san Francisco quedan desmentidas en estos tiempos de fuertes lluvias monzónicas. El agua deja de ser candorosa para transformase en una bestia aguerrida. Ya no es útil sino completamente prescindible. Su abundancia desbordante crea muchos más problemas de los que resuelve. Tampoco puede ser tildada de casta porque viola campos y pueblos, sumiendo en el dolor a muchas personas. Y, desde luego, no es humilde porque arrasa altivamente con todo cuanto encuentra a su paso. Algo pude experimentar durante el mes de junio, pero las proporciones que ha adquirido en agosto son devastadoras.
En el Rincón de Gundisalvus nunca he pedido ayuda para ningún proyecto social o religioso. Me parece que no es éste su objetivo. Hay otros muchos cauces para canalizar la ayuda. Pero ahora voy a hacer una excepción porque también se trata de una situación excepcional que, por otra parte, he conocido muy de cerca. Si alguno de los lectores de este Rincón queréis contribuir con vuestros donativos, pinchad en este enlace. Ahí encontraréis más información sobre los daños causados por las lluvias y sobre el modo de enviar las ayudas. Lo considero un deber de gratitud hacia las personas de Kerala que tan bien me acogieron durante mi pasada visita. Algunos claretianos malabares que se encuentran en España están muy preocupados por la suerte de sus familias. Incluso se ha interrumpido la conexión telefónica con ellas. Varias de sus casas han sufrido también las consecuencias de estas devastadoras lluvias. En el corazón del mes vacacional por excelencia, es importante no perder la sensibilidad hacia las víctimas del atentado de Barcelona y Cambrils y hacia quienes ahora están experimentando los efectos de los desastres naturales.
Por lo general, asociamos el agua a la vida. Solemos repetir como una mantra que “donde hay agua, hay vida”. Y es verdad. Pero cuando el agua se precipita con tanta abundancia y violencia –como está sucediendo en Kerala en las últimas semanas– arrasa con todo. Es más fácil defenderse del fuego que del agua desbocada. En el Himno a las Criaturas, atribuido a san Francisco de Asís, se canta: “Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde, loado mi Señor”. Todas las notas que le atribuye san Francisco quedan desmentidas en estos tiempos de fuertes lluvias monzónicas. El agua deja de ser candorosa para transformase en una bestia aguerrida. Ya no es útil sino completamente prescindible. Su abundancia desbordante crea muchos más problemas de los que resuelve. Tampoco puede ser tildada de casta porque viola campos y pueblos, sumiendo en el dolor a muchas personas. Y, desde luego, no es humilde porque arrasa altivamente con todo cuanto encuentra a su paso. Algo pude experimentar durante el mes de junio, pero las proporciones que ha adquirido en agosto son devastadoras.
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