Después de tres horas de tren, dos de avión y otras tres más de coche, estoy en la ciudad de Navi Mumbai (Nueva Bombay), en la costa occidental del estado indio de Maharastra. Navi Mumbai cuenta con el puerto industrial más grande de la India, el Jawaharlal Nehru Port, en el que se manejan cerca del 65% de los contenedores del país. He pasado del ambiente rural de Barakala, en el estado de Madhya Pradesh, al de una moderna ciudad como Navi Mumbai. El intenso tráfico, combinado con las lluvias monzónicas, pone a prueba mi capacidad de resistencia. Pero lo que más me irrita en los últimos días es comprobar de cerca algunas consecuencias prácticas del sistema de castas. A este asunto voy a dedicar hoy la entrada número 800 de este perdido Rincón de Gundisalvus. Me parece mentira cómo se van acumulando las reflexiones día tras día. San Fermín (no olvidemos que hoy es 7 de julio) puede esperar al próximo año. En cualquier caso, saludo a mis amigos de Pamplona y de Navarra de una manera especial y les deseo de corazón unas felices fiestas.
Ayer, hablando con los responsables de uno de nuestros colegios, me contaban algunas anécdotas sobre los problemas que este sistema les acarrea. Muchos padres de la casta alta, por ejemplo, no toleran que sus hijos puedan estar en la misma aula que los alumnos de las castas bajas. Exigen un trato especial. En este punto no cedemos ni un milímetro. Si algo puede aportar un colegio cristiano al cambio social en la India es el reconocimiento de la esencial igualdad de todos los seres humanos, con independencia de su raza, credo, lengua… o casta. De hecho, los niños estudian y juegan juntos sin hacerse el más mínimo problema… hasta que sus padres los intoxican. A los misioneros se nos acusa de estar echando a perder las tradiciones de la India. Y, en cierto sentido, tienen razón, porque el sistema de castas es la columna vertebral del hinduismo y nosotros estamos luchando contra él. Resulta difícil aceptar algo semejante en pleno siglo XXI, pero no se entiende este país al margen de un sistema que está profundamente arraigado en el alma india.
Conviene recordar que en el hinduismo existen cuatro castas fundamentales: 1) los brahmanes (sacerdotes, maestros) que, según la tradición hindú, salieron de la boca de Brahmá; 2) los chatrías (políticos y gobernantes), que provienen de los hombros de Brahmá; 3) los vaishias (comerciantes y artesanos), que tienen su origen en las caderas de Brahmá; y 4) los shudrás (esclavos o siervos, obreros y campesinos), que se formaron de los pies de Brahmá. Cada uno debe permanecer toda su vida dentro de su casta y contraer matrimonio solo con personas de la misma casta. Cualquier “salida” se considera una gravísima ofensa. Además de las cuatro castas tradicionales, que a su vez se subdividen en otras muchas, existen los dalits (es decir, los intocables o parias), una clase tan inferior que se considera fuera del sistema. Para los hinduistas los dalits son tan bajos como los perros. Sobreviven haciendo los trabajos más repugnantes (como recoger excrementos humanos con las manos, lavar cadáveres, etc.). A los niños se les suele obligar a limpiar los inodoros de sus colegios. En algunos lugares de la India, además de los intocables, existía la casta de los invisibles. Se trataba de personas que solo podían salir a la calle de noche. Si lo hacían de día se los encerraba en celdas hasta que morían de inanición.
Más de un lector del Rincón se puede preguntar si todas estas cosas siguen vigentes en la India. La respuesta es un sí rotundo, aunque con algunos matices. Es verdad que la Constitución del país declara ilegal la discriminación de las castas inferiores y que, tras la independencia de 1947, se pusieron en práctica algunas políticas que favorecían una cierta movilidad social. Reconociendo que los hindúes de las castas más bajas llevaban siglos en inferioridad de condiciones, el gobierno indio estipuló que se reservaran plazas de funcionarios y cargos electivos, así como puestos en las instituciones docentes, para las castas y tribus catalogadas. Sin embargo, las cosas no han cambiado mucho. Por desgracia, las divisiones se producen también dentro de la Iglesia. En 1991, el arzobispo católico George Zur realizó el siguiente diagnóstico: “A los conversos de las castas catalogadas (scheduled casts) no solo les dan trato de casta inferior los hindúes de casta alta, sino también los cristianos de casta alta. [...] En las parroquias y en los cementerios se les designan lugares separados. Las bodas entre personas de diferente casta no se ven con buenos ojos [...]. Los sacerdotes practican ampliamente el sistema de castas”. He sido testigo de algunas de estas discriminaciones. Me ha escandalizado el hecho de que en Kerala, por ejemplo, haya iglesias separadas según castas y que se critique a quien se atreve a participar en alguna celebración religiosa en la iglesia que no le corresponde. En algunos estados, como Tamil Nadu, esta cuestión ha creado graves problemas de convivencia en parroquias, diócesis y congregaciones religiosas.
No es fácil liquidar un asunto tan complejo con cuatro palabras. Los europeos, aunque hemos avanzado mucho en el reconocimiento de la igualdad, seguimos también con nuestras discriminaciones. Ha perdido mucha fuerza la aristocrática (nobles-plebeyos), pero ha ganado importancia la plutocrática (ricos-pobres). El dinero sigue estableciendo también clases sociales estancas. Incluso en los últimos años, tanto en Italia (Movimiento 5 Estrellas) como en España (Podemos), se ha empezado a usar en sentido despectivo el término casta para referirse a las élites político-económicas que controlan la vida de los países. No estamos, pues, libres de pecado. Se podría decir que en este punto hay aspectos del Evangelio de Jesús que siguen todavía sin estrenar. Por eso, es necesario seguir apostando por espacios en los que todos podamos reconocernos como hermanos. El más universal es, sin duda, la Eucaristía. En ella no se dan clases de ningún tipo. Desde el multimillonario hasta el mendigo de la calle pueden acercarse a escuchar la Palabra y compartir el mismo Cuerpo de Cristo. Todos somos comensales con la misma categoría: pecadores de quien Dios tiene misiercordia. Lo que ocurre es que luego no sacamos las consecuencias prácticas que se derivan de esta comunión sacramental. La Eucaristía es signo de un mundo nuevo en el que no hay divisiones, pero también instrumento para su construcción en la historia.
Ayer, hablando con los responsables de uno de nuestros colegios, me contaban algunas anécdotas sobre los problemas que este sistema les acarrea. Muchos padres de la casta alta, por ejemplo, no toleran que sus hijos puedan estar en la misma aula que los alumnos de las castas bajas. Exigen un trato especial. En este punto no cedemos ni un milímetro. Si algo puede aportar un colegio cristiano al cambio social en la India es el reconocimiento de la esencial igualdad de todos los seres humanos, con independencia de su raza, credo, lengua… o casta. De hecho, los niños estudian y juegan juntos sin hacerse el más mínimo problema… hasta que sus padres los intoxican. A los misioneros se nos acusa de estar echando a perder las tradiciones de la India. Y, en cierto sentido, tienen razón, porque el sistema de castas es la columna vertebral del hinduismo y nosotros estamos luchando contra él. Resulta difícil aceptar algo semejante en pleno siglo XXI, pero no se entiende este país al margen de un sistema que está profundamente arraigado en el alma india.
Conviene recordar que en el hinduismo existen cuatro castas fundamentales: 1) los brahmanes (sacerdotes, maestros) que, según la tradición hindú, salieron de la boca de Brahmá; 2) los chatrías (políticos y gobernantes), que provienen de los hombros de Brahmá; 3) los vaishias (comerciantes y artesanos), que tienen su origen en las caderas de Brahmá; y 4) los shudrás (esclavos o siervos, obreros y campesinos), que se formaron de los pies de Brahmá. Cada uno debe permanecer toda su vida dentro de su casta y contraer matrimonio solo con personas de la misma casta. Cualquier “salida” se considera una gravísima ofensa. Además de las cuatro castas tradicionales, que a su vez se subdividen en otras muchas, existen los dalits (es decir, los intocables o parias), una clase tan inferior que se considera fuera del sistema. Para los hinduistas los dalits son tan bajos como los perros. Sobreviven haciendo los trabajos más repugnantes (como recoger excrementos humanos con las manos, lavar cadáveres, etc.). A los niños se les suele obligar a limpiar los inodoros de sus colegios. En algunos lugares de la India, además de los intocables, existía la casta de los invisibles. Se trataba de personas que solo podían salir a la calle de noche. Si lo hacían de día se los encerraba en celdas hasta que morían de inanición.
Más de un lector del Rincón se puede preguntar si todas estas cosas siguen vigentes en la India. La respuesta es un sí rotundo, aunque con algunos matices. Es verdad que la Constitución del país declara ilegal la discriminación de las castas inferiores y que, tras la independencia de 1947, se pusieron en práctica algunas políticas que favorecían una cierta movilidad social. Reconociendo que los hindúes de las castas más bajas llevaban siglos en inferioridad de condiciones, el gobierno indio estipuló que se reservaran plazas de funcionarios y cargos electivos, así como puestos en las instituciones docentes, para las castas y tribus catalogadas. Sin embargo, las cosas no han cambiado mucho. Por desgracia, las divisiones se producen también dentro de la Iglesia. En 1991, el arzobispo católico George Zur realizó el siguiente diagnóstico: “A los conversos de las castas catalogadas (scheduled casts) no solo les dan trato de casta inferior los hindúes de casta alta, sino también los cristianos de casta alta. [...] En las parroquias y en los cementerios se les designan lugares separados. Las bodas entre personas de diferente casta no se ven con buenos ojos [...]. Los sacerdotes practican ampliamente el sistema de castas”. He sido testigo de algunas de estas discriminaciones. Me ha escandalizado el hecho de que en Kerala, por ejemplo, haya iglesias separadas según castas y que se critique a quien se atreve a participar en alguna celebración religiosa en la iglesia que no le corresponde. En algunos estados, como Tamil Nadu, esta cuestión ha creado graves problemas de convivencia en parroquias, diócesis y congregaciones religiosas.
No es fácil liquidar un asunto tan complejo con cuatro palabras. Los europeos, aunque hemos avanzado mucho en el reconocimiento de la igualdad, seguimos también con nuestras discriminaciones. Ha perdido mucha fuerza la aristocrática (nobles-plebeyos), pero ha ganado importancia la plutocrática (ricos-pobres). El dinero sigue estableciendo también clases sociales estancas. Incluso en los últimos años, tanto en Italia (Movimiento 5 Estrellas) como en España (Podemos), se ha empezado a usar en sentido despectivo el término casta para referirse a las élites político-económicas que controlan la vida de los países. No estamos, pues, libres de pecado. Se podría decir que en este punto hay aspectos del Evangelio de Jesús que siguen todavía sin estrenar. Por eso, es necesario seguir apostando por espacios en los que todos podamos reconocernos como hermanos. El más universal es, sin duda, la Eucaristía. En ella no se dan clases de ningún tipo. Desde el multimillonario hasta el mendigo de la calle pueden acercarse a escuchar la Palabra y compartir el mismo Cuerpo de Cristo. Todos somos comensales con la misma categoría: pecadores de quien Dios tiene misiercordia. Lo que ocurre es que luego no sacamos las consecuencias prácticas que se derivan de esta comunión sacramental. La Eucaristía es signo de un mundo nuevo en el que no hay divisiones, pero también instrumento para su construcción en la historia.
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