Todos los periódicos del mundo hablan estos días de la muerte de Stephen Hawking. A pesar de padecer ELA
(esclerosis lateral amiotrófica) desde los 21 años, llegó a cumplir 76, lo que
constituye una rara excepción. Parece que, sin ocultar algunos episodios de
cólera, nunca perdió el sentido del humor. Los expertos recuerdan sus grandes
contribuciones a la cosmología y a la astrofísica. Lo sitúan al nivel de
Galileo Galilei, Isaac Newton o Albert Einstein. Ha sido, pues, uno de los
grandes. No solo fue capaz de investigar y pensar, sino también de transmitir
sus conclusiones al gran público. Estaba convencido de que, si los avances
científicos no se divulgan con claridad, sencillez y un toque de humor, la
gente no apoyará la ciencia y −lo que es peor− estará más
expuesta a las supersticiones. ¿Es la
fe en Dios una superstición más incompatible con una visión científica del cosmos?
Hawking se inclinó por una respuesta afirmativa. Los periódicos han
recordado su ateísmo. No consideraba necesaria la “hipótesis Dios” para
explicar el origen del universo. Se han citado muchas de sus frases más
provocativas: “Preguntar qué ocurrió
antes del Big Bang es cómo preguntar qué hay más al sur del Polo Sur”. O
esta otra que a la que me referí anteayer:
“El cielo es un cuento de hadas para las personas que tienen miedo a la
oscuridad”.
No conviene despachar
estas provocaciones con cuatro frases piadosas. Es mejor dejarse cuestionar por
ellas, sentir en carne propia el remolino de los “agujeros negros”, la bajada a
los infiernos del ateísmo… para que la fe emerja lentamente como emerge el sol
cada mañana, sin violencia, con la energía suave de la luz que vence la
oscuridad. Recuerdo que cuando tenía unos diez años me gustaba contemplar el
cielo estrellado en las noches de verano. Imaginaba distancias inmensas. Luego
hacía un ejercicio mental de sustracción progresiva: ¿Y si no existieran las
personas que me quieren? ¿Y si no existiera la tierra debajo de los pies? ¿Y si
no existieran la luna y el sol? ¿Y si no hubiera estrellas? Llegaba un momento
en el que sentía el escalofrío de la nada. ¿Qué significa que no hay nada? ¿Se
puede imaginar la nada? Inmediatamente regresaba a la vida real, incapaz de seguir manteniendo por mucho tiempo un pensamiento
tan vertiginoso. Stephen Hawking y otros grandes científicos no solo han
mantenido ese pensamiento, sino que han buceado en él hasta el límite de su inteligencia.
Donde los místicos han vislumbrado el Misterio de Dios, ellos se han encontrado
con un enorme “agujero negro”. Ambos (místicos y científicos) tienen en común
su condición de exploradores. No se contentan con el nivel de conciencia en el
que solemos movernos los seres humanos. Quieren ir más allá, traspasar las fronteras de lo conocido. ¿Por qué unos
llegan al puerto de Dios y otros naufragan en alta mar?
La fe es una experiencia
de la Verdad. No necesita, por tanto, desacreditar la ciencia o tener miedo de ella, y mucho menos
refugiarse en “cuentos de hadas”. Es más, le hace bien abrirse a las preguntas y
cuestionamientos de aquellos que exploran la verdad desde cualquiera de sus
infinitos ángulos. A veces, este esfuerzo puede resultar molesto porque nos
obliga a recorrer caminos desconocidos, nos saca de nuestras rutinas, pone en
crisis nuestras convicciones. Pero si aceptamos el riesgo y creemos que el
Espíritu de Jesús nos conduce siempre a un mayor conocimiento de la verdad, experimentaremos
una gran libertad interior. El Misterio de la vida no depende de nuestras
conclusiones, siempre frágiles y provisionales, sino de Aquel que, escondiéndose,
se nos revela como fundamento de todo en cualquier experiencia humana. Es probable que la lectura de libros científicos desmonte la imagen infantil de un Dios barbudo que vive en un extraño lugar llamado cielo situado por encima de las nubes. Pero más vale que esto suceda cuanto antes para que la Palabra de Dios pueda ir generando en nosotros la imagen revelada por Jesús.
Cuesta trabajo decidirse a recorrer ese camino de las dudas; siempre he pensado que es el demonio el que está detrás de todas ellas. El propio Hawking decía que sus afirmaciones sobre Dios nada tenían que ver con la ciencia. Reconozco que me refugio en el propio Dios y en que su mensaje está tan lleno de amor por el mundo y por los hombres que solo por eso merece creer que existe y nos ayuda.
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