sábado, 24 de marzo de 2018

La pasión de Oscar Romero

A diez metros de mi despacho, en el pasillo de las oficinas de nuestra Curia General de Roma, cuelga una foto de monseñor Oscar Arnulfo Romero. En la parte inferior, enmarcada en madera, figura la siguiente dedicatoria manuscrita: “Hoy he vuelto a mis orígenes. Hice mi seminario menor en San Miguel (El Salvador, C.A.) con los queridos Padres Claretianos y celebré aquí mi primera misa el 5 de abril de 1942. Gracias y bendición. 3-V-79. O. A. Romero. Arzobispo de San Salvador”. Este breve texto es hoy una auténtica joya. Resume su vinculación con los claretianos. Alude al hecho de que estudió en un seminario menor regentado por claretianos. Se refiere luego al acontecimiento de su primera misa, celebrada en la cripta de la basílica del Inmaculado Corazón de María de Roma, en 1942, cuando todavía no se había inaugurado todo el complejo. El beato Oscar Romero será canonizado probablemente el próximo mes de octubre (o en los primeros meses de 2019) junto con el beato Pablo VI. Hoy se cumplen 38 años de aquel lunes 24 de marzo de 1980 cuando, hacia las 6,25 de la tarde, fue asesinado mientras celebraba la eucaristía en la capilla del hospital Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Le alcanzó en el corazón una bala disparada por un francotirador desde un automóvil con capota de color rojo. Estaba a punto de empezar la consagración.

Mural pintado en la casita donde vivía
Monseñor Romero tenía 62 años. El día anterior, en la catedral metropolitana, pronunció una homilía que ha pasado a la historia. Dirigiéndose a los militares que masacraban al pueblo pobre, los conminó a dejar de matar a sus hermanos con estas proféticas palabras que todavía hoy producen escalofríos: “Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado”.


Manuscrito de Oscar Romero conservado en la Curia General de los Misioneros Claretianos en Roma



En la iglesia donde fue asesinado
Podría escribir mucho sobre este santo de nuestro tiempo, pero baste por hoy un breve apunte. Tiempo habrá de volver sobre su figura en torno a la fecha de su próxima canonización. Confieso que me he emocionado leyendo su diario y algunas de sus homilías. Hace años, un claretiano de El Salvador me regaló sus obras completas.  Por desgracia, la Iglesia ha tardado más de la cuenta en reconocer públicamente su santidad, aunque el pueblo empezó a llamarlo santo poco después de su vil asesinato. Una vez más, el sensus fidelium ha acabado siendo más fuerte que las presiones políticas de algunos oligarcas y los temores de los diplomáticos vaticanos. La historia, que es magistra vitae, impone a veces sus plazos, marcados por la conveniente prudencia. Me limito ahora a recordar las dos veces que he tenido la gracia de visitar la casita donde vivió, la iglesia donde fue asesinado y la tumba que guarda sus restos en la cripta de la catedral de San Salvador. La última vez fue el 14 de diciembre de 2012. Conservo apuntes y fotos, pero, sobre todo, una profunda huella espiritual que no se borra con el paso del tiempo.

Habitación de Monseñor Oscar Romero en San Salvador
Es difícil ahora describir mis sentimientos de hace casi seis años. Lo que más recuerdo es que permanecí casi todo el tiempo en silencio. No me atrevía a hablar con quienes me acompañaban. Me parecía casi una profanación del espacio. Mientras contemplaba cada objeto (su cama espartana, su mecedora, su vieja máquina de escribir, el retrato de Pablo VI en la mesilla de noche...) imaginaba cómo había sido la vida sencilla de este arzobispo valiente. Caía en la cuenta de hasta qué punto yo estaba muy lejos de su autenticidad y su arrojo. En cierto sentido, me sentía desnudo, indigno de estar visitando ese diminuto santuario. Ahora, vistas las cosas con más perspectiva, caigo en la cuenta de que, con su estilo sencillo y evangélico, monseñor Romero se adelantó 40 años al tipo de Iglesia que hoy el papa Francisco trata de impulsar: una Iglesia de los pobres, que no se cierra en sí misma, sino que sale al encuentro de quienes están excluidos; una Iglesia que aplica en su pastoral el principio-misericordia. Él no fue un obispo palaciego o burócrata. Su cuarto es de una austeridad que desarma. Su verdadero despacho fueron las calles de los pueblos y ciudades de su diócesis. Es verdad que empezó siendo bastante conservador, pero la realidad sangrante de su pueblo lo convirtió de arriba abajo hasta hacer de él un pastor inequívoco y valiente, al servicio del Evangelio y de los pobres. Una vez más, los profetas rubrican con su sangre la verdad que luego, en tiempos de bonanza, se hace patrimonio común.

Estoy seguro de que los amigos y lectores latinoamericanos de este Rincón de Gundisalvus no necesitan muchas explicaciones. Hace décadas que San Romero de América ha entrado en el corazón del pueblo americano. Los lectores europeos o de otras partes del mundo podéis conocer mejor su figura acercándoos a algunas frases suyas seleccionadas para cada día del año. De esta manera, comprenderéis mejor por qué este hombre va a ser canonizado dentro de unos meses. Al poco de su muerte, su figura fue muy polémica. Muchos, incluidos bastantes eclesiásticos, creían que era una especie de obispo ateo vendido al comunismo. El tiempo se ha encargado de desenmascarar esas burdas calumnias y, sobre todo, de acrisolar su recia espiritualidad profética y martirial. Es un santo moderno que enseguida fue reconocido como tal por la Iglesia anglicana y por muchas iglesias protestantes. Se puede decir que la suya es una sangre ecuménica. No hay mejor ecumenismo que el de los mártires. La sangre derramada nos vincula a todos con el Cristo mártir. Esta es la unidad más profunda y más sólida. Falta un día para comenzar la Semana Santa. La vida del beato Oscar Romero es una actualización de la pasión de Jesús. Él cumplió al pie de la letra lo que Jesús dice en el Evangelio: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Monseñor Romero fue asesinado porque los pobres eran sus amigos. Esta amistad perjudicaba los intereses de quienes querían mantenerlos dominados. No hacen falta muchos comentarios. Las vidas auténticas hablan por sí solas.

Os dejo con un largo poema escrito por el anciano Pedro Casaldáliga.


San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro

El ángel del Señor anunció en la víspera...

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.

Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares...

¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!

Iglesia donde fue asesinado el 24 de marzo de 1980

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