Ayer, a las 17,15 (hora de Roma), comenzó la primavera en el Hemisferio norte. Se trata de la primavera astronómica, porque la meteorológica se está haciendo esperar. Siguen el frío, la lluvia y la nieve. Todo sirve para paliar la grave sequía que arrastrábamos desde el verano pasado. Mientras contemplo las gotas de lluvia que golpean los cristales de mi despacho, pienso en algo que me ronda cada vez más en la cabeza: la dificultad de cultivar un pensamiento crítico y de no sucumbir a los dictados de la moda o de las emociones sociales. Es fácil encontrar hinchas apasionados de un equipo de fútbol, votantes cautivos de un partido político (aunque sea corrupto e ineficaz), defensores a ultranza de una causa (da igual que sea la ecología que la independencia de un territorio), fanáticos de un cantante o de una actriz de cine, fundamentalistas religiosos y dogmáticos del capitalismo o el comunismo. Más aún, los medios de comunicación social suelen estimular estas pasiones porque parece que solo alimentando la confrontación se incrementan las ventas. Y, digámoslo claro, uno se siente reforzado cuando comparte tópicos y gritos con otros de su misma especie. ¡Qué difícil resulta encontrar una persona con capacidad crítica que no se deje llevar en exceso por sus emociones, por sus filias y fobias, o por las presiones de su contexto familiar y social! ¡Qué difícil resulta encontrar a alguien que se atreva a pensar por sí mismo y que, por ejemplo, por muy capitalista que sea en la teoría, no tenga miedo en denunciar los atropellos de algunos bancos o multinacionales! Ser un buen ciudadano no significa defender a capa y espada al propio partido cuando traspasa las líneas rojas de lo justo o lo razonable. Amar a la Iglesia no implica ser más papista que el Papa y comulgar con ruedas de molino.
Desde niños se nos empuja a jalear a los nuestros, a defender nuestros colores, a votar a los de nuestro partido de toda la vida, a denigrar al contrario, a ridiculizar lo que no entendemos, a marginar a quien piensa de otro modo, pero apenas se nos prepara para desarrollar un pensamiento crítico. Vende más ejemplares el libro de un personajillo de la tele que un ensayo agudo de un filósofo o un científico sobre la situación que estamos viviendo o una buena novela escrita por un buen literato. Un sencillo blog como éste tiene los días contados. No puede competir con un vídeo de un minuto en el que se busca impactar al usuario a base de sacudir sus emociones. Soy el primero en defender la importancia de la inteligencia emocional, el cultivo de nuestra afectividad, pero me muestro muy crítico con la explosión de los sentimientos que se está produciendo en nuestras sociedades. De las ideas se puede defender uno con argumentos, pero, ¿cómo se protege uno de las emociones? Los chantajes sentimentales están a la orden del día. Son extremadamente peligrosos. Si alguien dice “Eso me hiere”, cada vez que no comparte una idea u opinión, está introduciendo un factor contaminante en el proceso argumentativo. Los sentimientos mueven nuestra afectividad, impulsan lo mejor de nosotros mismos, pero nos hacen también muy irracionales y manipulables. Es probable que se impongan en las relaciones personales, pero no conviene abusar de ellos en la vida pública. Es preferible contar con instancias objetivas que nos protejan de su irrupción alocada. De lo contrario, estamos siempre expuestos a que unos cuantos “dictadores del corazón” nos vendan gato por liebre o nos embarquen en ridículas aventuras envueltas con las emociones más primarias y tribales. Eso sí, siempre “por el bien del pueblo”.
Quizá la mejor manera de educarnos en el pensamiento crítico sea la práctica de una sana y constante autocrítica y el ejercicio diario del humor; en definitiva, aprender a conocernos a nosotros mismos y a reírnos de nuestras inconsistencias sin volvernos cínicos. El clásico aforismo Nosce te ipsum (“Conócete a ti mismo”) destila más sabiduría de lo que parecen indicar sus tres palabras. Solo quien se conoce está en condiciones de no dejarse manipular… demasiado. Desarrolla un sexto sentido, un instinto ético, para buscar siempre la verdad, aunque esto suponga ir contra lo socialmente establecido o contra los intereses particulares (familiares, corporativos, etc.). Esto lo protege de las burdas manipulaciones. Pero no es fácil. Hay que pagar casi siempre un alto precio. ¿Qué periódico, radio o televisión va a criticar a un partido político que, desde el poder, le aporta pingües ayudas? ¿Qué Iglesia va a denunciar las injusticias de un gobierno que le construye templos o le subvenciona parte de sus actividades? ¿Qué político va a denunciar la corrupción de una empresa que mañana le va a abrir las puertas de su consejo de administración? Cada vez admiro más a los hombres y mujeres que, aunque estén en las antípodas de mi manera de ver la vida, son personas de una pieza, humildes, buscadoras de la verdad, capaces de reconocer sus errores, saludablemente críticas con los convencionalismos y con todo aquello que denigra al ser humano. No me importa mucho si son personas creyentes o ateas, si tienen muchos seguidores en Twitter o pasan de las redes sociales. Lo que más valoro es su capacidad para llamar a las cosas por su nombre y su deseo de servir a los demás –¡ojo, no de llamar la atención, que de todo hay en la viña del Señor!– desenmascarando las mentiras con las cuales solemos cubrir nuestras inconsistencias. Pero para poder ser críticos con las necedades ajenas, es preciso que lo seamos en primer lugar con las propias. Y esto no es nada fácil.
Desde niños se nos empuja a jalear a los nuestros, a defender nuestros colores, a votar a los de nuestro partido de toda la vida, a denigrar al contrario, a ridiculizar lo que no entendemos, a marginar a quien piensa de otro modo, pero apenas se nos prepara para desarrollar un pensamiento crítico. Vende más ejemplares el libro de un personajillo de la tele que un ensayo agudo de un filósofo o un científico sobre la situación que estamos viviendo o una buena novela escrita por un buen literato. Un sencillo blog como éste tiene los días contados. No puede competir con un vídeo de un minuto en el que se busca impactar al usuario a base de sacudir sus emociones. Soy el primero en defender la importancia de la inteligencia emocional, el cultivo de nuestra afectividad, pero me muestro muy crítico con la explosión de los sentimientos que se está produciendo en nuestras sociedades. De las ideas se puede defender uno con argumentos, pero, ¿cómo se protege uno de las emociones? Los chantajes sentimentales están a la orden del día. Son extremadamente peligrosos. Si alguien dice “Eso me hiere”, cada vez que no comparte una idea u opinión, está introduciendo un factor contaminante en el proceso argumentativo. Los sentimientos mueven nuestra afectividad, impulsan lo mejor de nosotros mismos, pero nos hacen también muy irracionales y manipulables. Es probable que se impongan en las relaciones personales, pero no conviene abusar de ellos en la vida pública. Es preferible contar con instancias objetivas que nos protejan de su irrupción alocada. De lo contrario, estamos siempre expuestos a que unos cuantos “dictadores del corazón” nos vendan gato por liebre o nos embarquen en ridículas aventuras envueltas con las emociones más primarias y tribales. Eso sí, siempre “por el bien del pueblo”.
Quizá la mejor manera de educarnos en el pensamiento crítico sea la práctica de una sana y constante autocrítica y el ejercicio diario del humor; en definitiva, aprender a conocernos a nosotros mismos y a reírnos de nuestras inconsistencias sin volvernos cínicos. El clásico aforismo Nosce te ipsum (“Conócete a ti mismo”) destila más sabiduría de lo que parecen indicar sus tres palabras. Solo quien se conoce está en condiciones de no dejarse manipular… demasiado. Desarrolla un sexto sentido, un instinto ético, para buscar siempre la verdad, aunque esto suponga ir contra lo socialmente establecido o contra los intereses particulares (familiares, corporativos, etc.). Esto lo protege de las burdas manipulaciones. Pero no es fácil. Hay que pagar casi siempre un alto precio. ¿Qué periódico, radio o televisión va a criticar a un partido político que, desde el poder, le aporta pingües ayudas? ¿Qué Iglesia va a denunciar las injusticias de un gobierno que le construye templos o le subvenciona parte de sus actividades? ¿Qué político va a denunciar la corrupción de una empresa que mañana le va a abrir las puertas de su consejo de administración? Cada vez admiro más a los hombres y mujeres que, aunque estén en las antípodas de mi manera de ver la vida, son personas de una pieza, humildes, buscadoras de la verdad, capaces de reconocer sus errores, saludablemente críticas con los convencionalismos y con todo aquello que denigra al ser humano. No me importa mucho si son personas creyentes o ateas, si tienen muchos seguidores en Twitter o pasan de las redes sociales. Lo que más valoro es su capacidad para llamar a las cosas por su nombre y su deseo de servir a los demás –¡ojo, no de llamar la atención, que de todo hay en la viña del Señor!– desenmascarando las mentiras con las cuales solemos cubrir nuestras inconsistencias. Pero para poder ser críticos con las necedades ajenas, es preciso que lo seamos en primer lugar con las propias. Y esto no es nada fácil.
Muy de acuerdo, Gonzalo, pero creo que no es nuevo; siempre ha habido unos pocos librepensadores inmersos en una turbamulta tirando á facil de manipular por lo emocional. Me ha gustado especialmente eso de "¿qué Iglesia va a criticar al satrapa caribeño qué le contruye templos y le financia sus actividades?." Es lo que me ronda lá cerviz desde que estrenamos á este papa.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por la reflexión crítica de nuestros pensamientos y sentimientos convulsionados. Habrá alguna bibliografía o video que nos ayude a despertar de estos estilos de moda intelectual?
ResponderEliminarun abrazo