Acabo de colgar en mi cuenta de Facebook un vídeo que he tomado del muro de una amiga mía italiana. Dura dos minutos. No me importa si este dato se comparte con otros usuarios, a pesar de que esto disminuya todavía más mi escasa confianza en las redes sociales. El vídeo, que también he colocado al final de la entrada de hoy, muestra a las claras una lección de chapucería institucional. Quienes hayan visitado Roma en los últimos años habrán visto la degradación que ha sufrido la ciudad. A pesar de que, además de los impuestos ordinarios, los turistas pagan otro impuesto especial, no se nota ningún progreso. Al contrario, cada mes que pasa nos vamos hundiendo un poco más. Todo el mundo se pregunta adónde va a parar el dinero que ingresan las arcas municipales. Se habla de la famosa Mafia Capitale como responsable de esta situación, pero parece que nadie tiene mucho interés en desmantelarla. En el vídeo se observa cómo reparan los empleados municipales le buche (es decir, los baches) producidos por la nevada del 26 de febrero y por las lluvias de las últimas semanas. En realidad, estos nuevos baches se unen a los muchos históricos, de manera que las calles de Roma parecen un verdadero colabrodo (un colador, como los que se usan en cocina). Los talleres mecánicos se están forrando con las reparaciones de los coches que inadvertidamente tropiezan con ellos.
Como hay que dar la impresión de que se está haciendo algo, los empleados municipales rellenan deprisa y corriendo los agujeros con sacos de alquitrán. Pan para hoy, hambre para mañana. Horrible maquillaje que produce más daño que otra cosa. En español tenemos una palabra que define bien este trabajo “hecho mal y sin esmero”. La palabra es “chapuza”. En italiano solemos decir “pasticcio”, pero hay otros términos aún más gruesos para referirse a un trabajo pésimo. Si el vídeo mostrase solo una rara excepción, acabaríamos tolerándola. Pero, en realidad, es solo un botón de muestra de una manera muy generalizada de proceder. Es cierto que hay muchas personas que se esfuerzan en cualquier campo profesional por ofrecer una obra bien hecha. Pero abundan demasiado los chapuceros; es decir, los que no saben o no quieren hacer las cosas comme il faut. El fenómeno es contagioso. Llega un momento en que nos parece normal que una calle esté sucia, que los transportes públicos no sean puntuales, que un funcionario se ausente sin explicaciones, que las máquinas expendedoras de una estación de tren no funcionen o que las calles estén mal pavimentadas. Uno acaba acostumbrándose a la dejadez hasta el punto de convertirla en “manera de ser”. No hay nada más peligroso que poetizar la falta de responsabilidad y competencia haciendo de ella un “modo de ser”.
En este contexto generalizado de chapucería, admiro a los profesores que se preparan a conciencia las clases, a los panaderos que ponen todo su empeño en elaborar buenas piezas de pan, a los funcionarios públicos que cumplen con su horario y atienden con corrección y competencia a la gente, a los mecánicos que reparan bien los coches sin añadir más horas de las necesarias, a los médicos y demás profesionales de la sanidad que no bajan la guardia en su trabajo… Sí, también a los sacerdotes que atienden con cariño a la gente, preparan bien las celebraciones y se preocupan de su formación permanente. Ver a una persona que hace algo bien (da igual que sea una clase, un dulce, un tabique, un peinado, un ordenador, una obra de teatro o la reparación de un vehículo) nos reconcilia con la especie humana, nos cura de esta tendencia general a la chapuza que se extiende como una mancha de aceite. ¡Si los viejos romanos, expertos en la construcción de sólidas vías, levantaran la cabeza y vieran lo mal que están hoy las calles de la Urbe, se volverían otra vez a sus viejas tumbas! En fin, más vale tomarlo con una pizca de humor, pero sin dejar de denunciar las chapuzas y reivindicar la obra bien hecha.
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