El post de hoy llega con varias horas de
retraso. Acabo de llegar a Nairobi procedente de nuestra misión de Ngaramara. He
tenido que hacer casi 800 kilómetros en poco más de un día, pero ha merecido la
pena. Cuando regrese a Roma escribiré con más calma sobre este viaje relámpago que me ha permitido conocer la misión más difícil de las que los claretianos tenemos
en África oriental. Esta mañana he
pasado un par de horas en la Buffalo
Springs National Reserve. No tiene la extensión y la variedad del Serengeti
National Park de Tanzania, pero transmite la misma sensación de vivir
en un mundo primigenio que poco tiene que ver con el que vivimos en las
ciudades. He visto antílopes, avestruces, jirafas, cocodrilos, mandriles, puercoespines,
infinidad de aves… Pero, desde luego, los elefantes me han cautivado. Hace seis
años, en Serengeti, tuve una experiencia peligrosa. Una manada persiguió
nuestro jeep. Tuvimos que poner pies
en polvorosa. Y nunca mejor dicho porque los caminos eran tan polvorientos que
apenas veíamos su curso. Hoy, por el contrario, los diversos grupos de elefantes
que hemos visto se han comportado con tal corrección que parecían casi viejos
colegas. De buena gana hubiera iniciado con ellos un diálogo más amistoso que
el que mantuve hace unos días con el mosquito
de Mombasa, pero no teníamos tiempo para exquisiteces. Viéndolos devorar
ingentes cantidades de hierbas y de arbustos con absoluta tranquilidad, he
tenido la impresión de que en la vida no hay ningún problema que merezca
quitarnos la paz. Hakuna matata, como
se dice en swahili: No hay problema.
Mañana será otro día.
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