El pasado sábado 14
de mayo se celebró en Estocolmo la 61 edición del famoso
festival de Eurovisión. De los 42 países participantes, solo 26 llegaron a la gran final. Ganó Jamala, la
representante de Ucrania, que cantó ante los 10.000 espectadores que
abarrotaban el Globe Arena de la
capital sueca.
Hace años que no sigo este certamen. Recuerdo los tiempos de Eres tú de Mocedades en 1973 y algunos otros éxitos aislados. Lo que
más me interesa es precisamente el nombre. Ya sé que la palabra Eurovisión,
antes que al famoso festival, se refiere a la red de distribución de televisión
que forma parte de la Unión Europea de Radiodifusión. Pero a mí me interesa emplearla en un nuevo
sentido: como la visión de una nueva Europa. Me parece urgente dedicar
tiempo y energías a imaginar cómo nos gustaría que fuera el “viejo continente”.
La llegada masiva de refugiados, la eclosión de algunos nacionalismos, el crecimiento
de movimientos xenófobos, la parálisis institucional, el referéndum británico
(el famoso Brexit), el gigantismo burocrático
en detrimento de la participación popular, la falta de un claro proyecto de
futuro, … están poniendo en crisis el significado de la Unión Europea.
Necesitamos una nueva Euro-visión.
El pasado 6 de mayo, en
su discurso
de aceptación del Premio Carlomagno 2016, el papa Francisco –que no es
europeo– nos recordó que “la creatividad,
el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites
pertenecen al alma de Europa”. Después de alabar el esfuerzo hecho tras la
Segunda Guerra Mundial para construir, por libre decisión, la “casa común
europea”, Francisco aludió a la crisis actual: “Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir la
unidad, parecen estar cada vez más apagados”. Se atrevió a ir más lejos. El
Papa ve hoy “una Europa decaída que
parece haber perdido su capacidad generativa y creativa. Una Europa tentada de
querer asegurar y dominar espacios más que de generar procesos de inclusión y
de transformación”.
Luego, de forma retórica, nos ayudó a despertarnos del
letargo con algunas preguntas incisivas: “¿Qué
te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la
democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas,
filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de
pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de
defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”.
Pensando en el
futuro, el papa Francisco sugiere tres pistas concretas: capacidad de integrar, capacidad de diálogo y capacidad de generar. Terminó
su discurso, a la manera de Martin Luther King,
compartiendo su “sueño de Europa”. Lo transcribo íntegramente:
“Sueño un nuevo humanismo europeo, «un proceso constante de humanización», para el que hace falta «memoria, valor y una sana y humana utopía».
Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida.
Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio.
Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte.
Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable.
Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes.
Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos.
Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.
Yo soy un
europeísta convencido. No olvido las enormes dificultades que tiene
el proyecto europeo, soy muy consciente de la crisis actual, comprendo algunas
reacciones nacionalistas, pero nada de esto es comparable al proyecto de un continente
unido que sepa integrar su rica diversidad en una nueva visión de futuro.
Muchos dicen que la Unión Europea es solo un laberinto burocrático al servicio de Alemania, su tercer intento (¿pacífico?) de dominar el continente. Achacan al euro los males de la economía. Insisten en el abismo Norte-Sur. Echan de menos una política laboral y fiscal común. Son críticas razonables. Pero una crisis coyuntural no debe olvidar que se trata de un proyecto a largo plazo que ha cubierto ya etapas decisivas. No conviene tirar la toalla a mitad de camino.
Muchos dicen que la Unión Europea es solo un laberinto burocrático al servicio de Alemania, su tercer intento (¿pacífico?) de dominar el continente. Achacan al euro los males de la economía. Insisten en el abismo Norte-Sur. Echan de menos una política laboral y fiscal común. Son críticas razonables. Pero una crisis coyuntural no debe olvidar que se trata de un proyecto a largo plazo que ha cubierto ya etapas decisivas. No conviene tirar la toalla a mitad de camino.
El “sueño del papa Francisco” señala con claridad algunas líneas de actuación. Hacen falta políticos comprometidos que las gestionen con inteligencia y generosidad y ciudadanos que las apoyemos con nuestras capacidades y propuestas. Si no existiera algo parecido a la Unión Europea, la echaríamos de menos en este mundo global.
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