miércoles, 25 de mayo de 2016

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo

Hoy termino un curso de tres días sobre “Vivir una espiritualidad para hoy”. Lo he impartido a un grupo de doce formadores escolapios de todo el mundo reunidos en su curia general, situada en el corazón de Roma, entre Campo di Fiori y Piazza Navona. Es un edificio de más de 400 años que alberga muchos recuerdos de san José de Calasanz, el fundador de las Escuelas Pías. Para llegar allí, tomo un tren que me lleva desde mi casa hasta la estación Flaminio, junto a la Piazza del Popolo. Después, a pie, atravieso la plaza, emboco Via di Ripetta, dejo a la derecha el Ara Pacis y en pocos minutos llego a la plazita de' Massimi, donde está ubicada la curia general de los escolapios. Tardo unos veinte minutos caminando con calma, disfrutando de la mañana de primavera. A esta hora todavía se ven pocos turistas. Las calles están tranquilas. La temperatura es agradable. Mientras piso los adoquines desgastados por el tiempo y respiro el aire fresco, hago un ejercicio que me ayuda a afrontar la jornada con serenidad y confianza. Medito sencillamente en la señal de la cruz que aprendí a hacer cuando era niño.

En el nombre del Padre. Si empiezo la jornada en el nombre del Padre significa que caigo en la cuenta de que este mundo no es producto del azar sino obra de un Dios que lo ha creado y lo sostiene. El aire que respiro, el sol que me ilumina, las personas que veo… todo es un reflejo de este Dios creador y providente. Respiro con confianza. ¿Quién me podrá separar de este amor de Dios? ¿Las malas noticias de la televisión, los políticos astutos, las multinacionales opresoras, mis recuerdos, la opinión pública, mis miedos? ¡Nada nos podrá separar del amor de Dios! Merece la pena vivir un día más.

Y del Hijo. Desde hace 40 años recuerdo una frase del prior de la comunidad ecuménica de Taizé: “Tú que buscas a Dios, ¿lo sabes? Lo esencial es la acogida de su Cristo”. No necesito romperme la cabeza con especulaciones que no llevan a ninguna parte. Todo lo que este Dios invisible ha querido decirnos nos lo ha dicho en su hijo Jesús. Cada día me sorprende más el Evangelio. Me parece una fuente inagotable de luz y vida. El de hoy, leído hace unos minutos en la Eucaristía, me invita a entender la existencia como entrega, con como posesión. Quien se entrega vive, quien se busca a sí mismo se pierde.

Y del Espíritu Santo. No me gusta que se le siga llamando “el gran desconocido”. Él está acompañando nuestro camino como oxígeno y energía, como amor que se difunde. Puedo reconocer en Jesús al Señor porque él me impulsa. Puedo llamar a Dios Padre porque él lo grita dentro de mí. Puedo sentirme a gusto en la Iglesia porque él la construye. Puedo confiar en el futuro porque él guía la historia. Puedo creer que los pobres acabarán ganando la batalla porque él no los abandona, es su abogado.


Con la cabeza serena y el corazón caldeado, me dispongo a vivir una nueva jornada, consciente de que todo está en sus manos, de que todo es gracia.

1 comentario:

  1. Gracias. Compartiendo tu experiencia me ayudas también a empezar el día con una visión diferente.
    He vivido el recuerdo de las primeras catequesis y de los momentos en familia en que se hacía la señal de la cruz. Como costaba aprenderlo.
    Ahora,cuando se ha entrado en la rutina, también se hace difícil profundizar... Va bien, de vez en cuando poder "sacar el polvo", dejar que entren aires nuevos... Gracias.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.